jueves, 8 de octubre de 2020

TRUTHFUL NEWS

 

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Ramón de Campoamor escribió aquello de: “…Y en este mundo traidor nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira” Como tantas otras frases lapidarias tienen sus antagonistas, como aquella popular de “más fácil es coger a un mentiroso que a un cojo”, locución hoy controvertida que se podría convertir en algo como: “más fácil es coger a un descuidado gestor  de la verdad que a una persona con discapacidad motora”.

Decía Truman Capote que “el que algo sea convincente, en la vida y en el arte, no quiere decir que sea cierto”, pensamiento tan cierto como puesto del revés: “el que algo sea cierto, en la vida y en el arte, no quiere decir que sea convincente”. En resumen, que la capacidad de convencer no tiene por qué estar vinculada a la verdad o la mentira. Uno no suele ir por ahí queriendo que le cuenten la verdad (de hecho le da igual); lo que quiere es que le cuenten lo que quiere escuchar.

Esta discusión tuve en una ocasión con un buen amigo que opinaba que el pueblo británico había votado por el Brexit engañado. Nada de eso: Boris Johnson, Farage y un puñado de patriotas contaron a los británicos que iban a vivir mejor, más independientes, ricos y libres si abandonaban la Unión Europea y otros igualmente patriotas —entre los que se encontraban los Primeros Ministros Cameron, Gordon Brown, John Major y Tony Blair— explicaron lo contrario. Y la mayoría de los británicos “quisieron” creer a los primeros, no por la veracidad de sus argumentos sino porque era exactamente lo que quería oír.

A esto se le ha llamado y se le llama prejuicios, que, como su nombre indica, son “juicios anticipados, a priori”. No importa lo que me vayas a decir, yo ya tengo mi juicio formado y ni se te ocurra contradecirlo; solo espero que con tu discurso me lo confirmes, y que lo hagas de la manera convincente, haciendo buena aquella frase del moralista R.W. Emerson de: “El que persigue un sistema le tiene horror a la verdad”.

He leído que Facebook y Twitter han censurado un mensaje de Trump en el que comparaba la COVID19 con la gripe, sacando pecho y tratando de minimizar su peligrosidad en lo que se considera una mentira intencionada. ¿Mentira? Por supuesto: sabe que no es así ya que él mismo ha necesitado de hospitalización y agresivos y sofisticados tratamientos experimentales para poder salir (transitoriamente) de la gravedad. Y es intencionada porque quiere sacar rédito de la trola.

No es, pues, la veracidad  lo que se cuestiona sino el hecho de que se le censure. Trump, como Bosé, como Losantos y otros iluminados, espantajos o simplemente imprudentes tienen el mismo derecho a decir sus boutades como otro a desmentirlas. El hecho de dar información falsa puede ser motivo de delito, pero lo que hacen Trump (por muy presidente que sea) y otros es opinión y si, con la información que hoy se tiene, hay estúpidos que le creen, no va a haber un razonamiento que les haga creer lo contrario. Donald sabe que no va a convencer a nadie. Solo le dice a los suyos lo que estos quieren oír.

Lo curioso del caso es que el censor, el árbitro que marca la raya entre la verdad y la mentira sea el dúo Facebook-Twitter, que no dejan de ser empresas privadas y que, no sé a ustedes, pero a mí, el hecho de que unos empresarios informáticos de Palo Alto  se constituyan en comité de la ética universal y puedan censurar la opinión de un Presidente electo me parece una interpretación muy sui géneris de la democracia, además de un destarifo monumental del Monstruo de las Calabazas.

Román Rubio

Octubre 2020


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