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Decía Truman Capote que “el que algo sea convincente, en la vida y en el arte, no quiere decir
que sea cierto”, pensamiento tan cierto como puesto del revés: “el que algo sea cierto, en la vida y en el
arte, no quiere decir que sea convincente”. En resumen, que la capacidad de
convencer no tiene por qué estar vinculada a la verdad o la mentira. Uno no
suele ir por ahí queriendo que le cuenten la verdad (de hecho le da igual); lo
que quiere es que le cuenten lo que quiere escuchar.
Esta discusión tuve en una ocasión con un buen amigo
que opinaba que el pueblo británico había votado por el Brexit engañado. Nada
de eso: Boris Johnson, Farage y un puñado de patriotas contaron a los británicos
que iban a vivir mejor, más independientes, ricos y libres si abandonaban la
Unión Europea y otros igualmente patriotas —entre los que se encontraban los
Primeros Ministros Cameron, Gordon Brown, John Major y Tony Blair— explicaron
lo contrario. Y la mayoría de los británicos “quisieron” creer a los primeros,
no por la veracidad de sus argumentos sino porque era exactamente lo que quería
oír.
A esto se le ha llamado y se le llama prejuicios,
que, como su nombre indica, son “juicios anticipados, a priori”. No importa lo
que me vayas a decir, yo ya tengo mi juicio formado y ni se te ocurra
contradecirlo; solo espero que con tu discurso me lo confirmes, y que lo hagas
de la manera convincente, haciendo buena aquella frase del moralista R.W.
Emerson de: “El que persigue un sistema le tiene horror a la verdad”.
He leído que Facebook y Twitter han censurado un
mensaje de Trump en el que comparaba la COVID19 con la gripe, sacando pecho y
tratando de minimizar su peligrosidad en lo que se considera una mentira
intencionada. ¿Mentira? Por supuesto: sabe que no es así ya que él mismo ha
necesitado de hospitalización y agresivos y sofisticados tratamientos
experimentales para poder salir (transitoriamente) de la gravedad. Y es
intencionada porque quiere sacar rédito de la trola.
No es, pues, la veracidad lo que se cuestiona sino el hecho de que se le
censure. Trump, como Bosé, como Losantos y otros iluminados, espantajos o
simplemente imprudentes tienen el mismo derecho a decir sus boutades como otro a desmentirlas. El
hecho de dar información falsa puede ser motivo de delito, pero lo que hacen
Trump (por muy presidente que sea) y otros es opinión y si, con la información
que hoy se tiene, hay estúpidos que le creen, no va a haber un razonamiento que
les haga creer lo contrario. Donald sabe que no va a convencer a nadie. Solo le
dice a los suyos lo que estos quieren oír.
Lo curioso del caso es que el censor, el árbitro que
marca la raya entre la verdad y la mentira sea el dúo Facebook-Twitter, que no
dejan de ser empresas privadas y que, no sé a ustedes, pero a mí, el hecho de
que unos empresarios informáticos de Palo Alto
se constituyan en comité de la ética universal y puedan censurar la
opinión de un Presidente electo me parece una interpretación muy sui géneris de
la democracia, además de un destarifo monumental del Monstruo de las Calabazas.
Román Rubio
Octubre 2020
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