¡ILLA, ILLA, ILLA!, ¡ILLA, MARAVILLA!
Ni
contigo ni sin ti
tienen
mis males remedio,
contigo
porque no vivo
y
sin ti, porque me muero
¿O era Villa?
Salvador Illa, ministro de Sanidad durante los
difíciles tiempos de la pandemia ha dimitido de su cargo para presentarse como
candidato del PSC a las elecciones catalanas.
Y ¿cómo no? se ha armado un revuelo. Algunos le
echan en cara que haya abandonado el barco a mitad de tormenta, como si no
hubiera otro capitán en la marina mercante.
He de confesar que yo he tenido respeto y hasta
admiración por este catalán con cara de venir del tanatorio de dar el pésame,
al que parecía imposible alterar ni los broncos embates de sus oponentes ni las
marrullerías del “fuego amigo” y otras viborillas. El enlutado y fúnebre (que
no sombrío) catalán parece no conocer otro lugar que sus propias casillas, de
las que resulta imposible sacarle por mucho empeño que se ponga.
Entiendo a quienes dicen que abandona ante al
peligro, pero, díganme: ¿cuántos de ellos son los mismos que le insultaban y llamaban no
solo incompetente sino culpable —con la colaboración del escudero Simón— de la
muerte de docenas de miles de españoles? Y eso no, mire usted: o el ministro es
un incompetente y usted debería alegrarse de su marcha o es competente en su
cargo y habría entonces que lamentarse de que se vaya. Pero culparle de irse y de
incompetencia no es de recibo.
A eso se refería Hegel cuando hablaba de
contradicción dialéctica.
En Las Provincias leo un titular que me hace pensar
en otra contradicción dialéctica, esta marxista: “La cuarta parte de los
vecinos de Valencia rechazan la vacuna”… “De 1320 entrevistas el pasado
diciembre, el 25.8% de los participantes rechaza la vacuna contra el
coronavirus, un 10.8% se muestra a favor pero con dudas, mientras que un 5.8%
no acierta a dar una respuesta”.
Y ahora, díganme: ¿Cuántos de esos “ciudadanos” que
rechazan la vacuna se están rasgando las vestiduras por el hecho de que algunos
alcaldes, obispos y generales se hayan aprovechado de su estatus para vacunarse?
Estamos en lo de siempre: yo no como y aquí no come ni dios.
Para los tramposillos que se la han saltado la cola,
la Consellera Barceló parece que les niega la segunda parte de la vacuna, lo
que quizá sea justo, pero, desde luego, no parece muy inteligente, pues cuando
les toque el turno (que les ha de tocar) necesitarán sus dos dosis, con lo que
cada uno de ellos gastará no dos sino tres.
Entretanto, en Oregon, en la Costa Oeste de los EEUU,
un equipo de sanitarios que venían de vacunar y se vieron bloqueados en la carretera
por la nieve tomaron las vacunas sobrantes que llevaban en el vehículo y que
caducaban en el plazo de seis horas y se pusieron a vacunar a los otros
conductores atrapados que se prestaron a ello. Para que no se desperdiciara
ninguna dosis.
Pero ya se sabe, son de otra pasta y la
vicepresidenta Harris, en vez de esconderse, se vacunó delante de las cámaras
de TV y conminó a los ciudadanos a hacerlo (supongo que respetando el turno).
¡Estos yanquis!
Ahora mismo, en contra de toda exhortación del
sentido común, me voy al teatro a ver El
perro del hortelano, que lo hace el grupo de teatro de mi pueblo y creo que
el autor es uno de Oregon, muy prolífico y mujeriego.
Román Rubio
Enero 2021