martes, 6 de septiembre de 2022

LO SIENTO, ME HE EQUIVOCADO

 

LO SIENTO, ME HE EQUIVOCADO




No volverá a ocurrir, dijo Juan Carlos I El Campechano (no confundir con El Campesino ni con El Empecinado) al desvelarse de manera involuntaria las fechorías que incluían elefantes muertos y concubinas varias mantenidas con prebendas ganadas por el arte del birlibirloque. El público no pareció aceptar de buen grado las disculpas ya que poco después, el aludido se vio obligado a desaparecer de la escena y marcharse a esos desiertos lejanos con los que soñaba Aznar.

De muy distinta índole han sido las disculpas de la Primera Ministra de Finlandia, Sanna Marin, tras aparecer en un vídeo desatada bailando con desinhibido desparpajo en una fiesta particular en la que ¡oh, albricias, se bebía alcohol! Algo así como en el bar de Rick, en Casablanca, cerrado por un escandalizado capitán Renault tras apercibirse de que allí dentro se jugaba, no sin antes recoger sus ganancias en la ruleta.

Y eso sí que no, querida Sanna: a muchos no nos hizo ninguna gracia que te disculparas llorosa ante los finlandeses por estar alegre, soltarte el pelo y bailar con desenfado. Me disgustó el hecho de que los meapilas, cagalimpitos, burguesetes a media pensión, intransigentes, apocados, mansos de corazón, reprimidos y gatos asustadizos se salieran con la suya y te hicieran sentir mal y culpable de no se sabe qué fechoría, cuando en tu armario no habían elefantes abatidos ni pellizcos en paraísos fiscales (no se sabe —ni nos importa— si los hubo en otros lugares). Y lo que peor nos supo a algunos es que, además, te prestaras a la mascarada de hacerte un análisis de detección de drogas. Imagino a todas las ratas timoratas frotándose sus fláccidas barrigas en la sauna mientras tú te tragabas el orgullo y les dabas la razón mientras lloriqueabas un poquito. Maldita sea.

Otra mujer joven, Carolina Iglesias, también ha presentado sus excusas y solicitado el perdón a la audiencia de su programa (o podcast) de nombre Estirando el chicle que conduce junto a Victoria Martí, y es tan popular que vendieron en un solo día las doce mil entradas del WiZink Center de Madrid para una actuación en directo.

Para los que no sepan de que va el asunto (lo que era mi caso antes de documentarme) les daré el nombre de algunos de los programas, o podcasts, accesibles en You Tube, para que se hagan idea: “Con la licra te suda el papo”, “Mear con la puerta abierta”, “Ser una warra”, “Manchurrón en el pantalón” o “Quién no se ha dado un pipazo con una amiga”. Como ven, las chicas no se cortan; y para que vean que no todo va más o menos de lo mismo, también tienen programas más convencionales (de título al menos) como “Cuando viajas se caga mal” o “Meterse la mano en el pepe”. En fin, de pudoroso y recatado, nada. Pura libertad de expresión.

¿Libertad, he dicho? Bueno, no tanto. Comoquiera que a los programas suelen llevar una invitada (o invitade, puesto que es la clase de contexto en que al hombre se le denomina “persona con pene”), tuvieron la osadía de llevar a uno de sus programas, nada menos que a Patricia Sornosa, una monologuista valenciana, feminista radical y odiada por gran parte de la audiencia  por cuestionar parte de los postulados  de la filosofía queer, y ya saben que no hay mayor enemigo que el del pueblo de al lado.

La reacción contra las conductoras del programa fue tan numerosa, virulenta y tan cargada de odio, que estas han tenido que pedir perdón a su parroquia y confesar que nunca debían de haber invitado a alguien que ni por asomo pueda diferir, contrastar, discutir, contradecir o discrepar con las ideas (más bien el catecismo) de la entregada audiencia.

¡Vivan la  pluralidad, el diálogo y el contraste de pareceres! Y pido perdón, si les he ofendido.

 

Román Rubio

Septiembre 2022







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