LO
SIENTO, ME HE EQUIVOCADO
No volverá a ocurrir, dijo Juan Carlos I El Campechano (no confundir con El Campesino ni con El Empecinado) al desvelarse de manera involuntaria las fechorías que
incluían elefantes muertos y concubinas varias mantenidas con prebendas ganadas
por el arte del birlibirloque. El público no pareció aceptar de buen grado las
disculpas ya que poco después, el aludido se vio obligado a desaparecer de la
escena y marcharse a esos desiertos lejanos con los que soñaba Aznar.
De muy distinta índole han sido las disculpas de la
Primera Ministra de Finlandia, Sanna Marin, tras aparecer en un vídeo desatada
bailando con desinhibido desparpajo en una fiesta particular en la que ¡oh,
albricias, se bebía alcohol! Algo así como en el bar de Rick, en Casablanca,
cerrado por un escandalizado capitán Renault tras apercibirse de que allí dentro
se jugaba, no sin antes recoger sus ganancias en la ruleta.
Y eso sí que no, querida Sanna: a muchos no nos hizo
ninguna gracia que te disculparas llorosa ante los finlandeses por estar
alegre, soltarte el pelo y bailar con desenfado. Me disgustó el hecho de que
los meapilas, cagalimpitos, burguesetes a media pensión, intransigentes,
apocados, mansos de corazón, reprimidos y gatos asustadizos se salieran con la
suya y te hicieran sentir mal y culpable de no se sabe qué fechoría, cuando en
tu armario no habían elefantes abatidos ni pellizcos en paraísos fiscales (no
se sabe —ni nos importa— si los hubo en otros lugares). Y lo que peor nos supo a
algunos es que, además, te prestaras a la mascarada de hacerte un análisis de
detección de drogas. Imagino a todas las ratas timoratas frotándose sus
fláccidas barrigas en la sauna mientras tú te tragabas el orgullo y les dabas
la razón mientras lloriqueabas un poquito. Maldita sea.
Otra mujer joven, Carolina Iglesias, también ha
presentado sus excusas y solicitado el perdón a la audiencia de su programa (o podcast) de nombre Estirando el chicle que conduce junto a Victoria Martí, y es tan popular
que vendieron en un solo día las doce mil entradas del WiZink Center de Madrid
para una actuación en directo.
Para los que no sepan de que va el asunto (lo que
era mi caso antes de documentarme) les daré el nombre de algunos de los
programas, o podcasts, accesibles en
You Tube, para que se hagan idea: “Con la
licra te suda el papo”, “Mear con la puerta abierta”, “Ser una warra”, “Manchurrón
en el pantalón” o “Quién no se ha
dado un pipazo con una amiga”. Como ven, las chicas no se cortan; y para
que vean que no todo va más o menos de lo mismo, también tienen programas más
convencionales (de título al menos) como “Cuando
viajas se caga mal” o “Meterse la
mano en el pepe”. En fin, de pudoroso y recatado, nada. Pura libertad de
expresión.
¿Libertad, he dicho? Bueno, no tanto. Comoquiera que
a los programas suelen llevar una invitada (o invitade, puesto que es la clase de contexto en que al hombre se le
denomina “persona con pene”), tuvieron la osadía de llevar a uno de sus
programas, nada menos que a Patricia Sornosa, una monologuista valenciana,
feminista radical y odiada por gran parte de la audiencia por cuestionar parte de los postulados de la filosofía queer, y ya saben que no hay mayor enemigo que el del pueblo de al
lado.
La reacción contra las conductoras del programa fue tan
numerosa, virulenta y tan cargada de odio, que estas han tenido que pedir
perdón a su parroquia y confesar que nunca debían de haber invitado a alguien
que ni por asomo pueda diferir, contrastar, discutir, contradecir o discrepar
con las ideas (más bien el catecismo) de la entregada audiencia.
¡Vivan la pluralidad,
el diálogo y el contraste de pareceres! Y pido perdón, si les he ofendido.
Román Rubio
Septiembre 2022
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