viernes, 7 de octubre de 2022

SPEAKEASY

 

SPEAKEASY


Acabo de leer en La Vanguardia que el mejor bar del mundo, según el dictamen de The World’s 50 Best Bars, se llama Paradiso y está en Barcelona, en el Born. ¿Y qué clase de tortilla, calamares a la romana, sepia con mayonesa y caña bien tirada pondrán allí, se preguntarán ustedes. O quizá no, quizá sospechen que se trate de algo especial.

En principio no es un bar tal y como lo entendemos los del género romo, sino una coctelería. Nada de particular, dirán algunos. Quien más quien menos ha estado alguna vez en alguna y ha salido tambaleándose después de meterse unos martinis helados con su olivita y todo. Pero no, no se trata exactamente de una coctelería, sino de un speakeasy, que es como se le llamaba a los tugurios clandestinos americanos durante la ley seca y hoy proliferan por algunas ciudades como sitios chic pretendiendo emular el ambiente de aquellos, reclamando en algunos hasta una contraseña para entrar, cosa  que se obtiene de manera fácil con solo clicar en el móvil.  De modo que ya está desvelado el misterio.   

Patrik Heij explicaba en The New Yorker algunos detalles de estos bares de nueva aparición en Nueva York (el artículo es de 2016).

El cliente típico se siente como un completo idiota teniendo que usar una clave para entrar a un bar que está claramente abierto al público, pero la clientela típica no es nuestra parroquia. La nuestra se compone de la élite, sofisticados vividores, también conocidos como turistas de Houston que han mirado el código de este bar “ilegal” en UrbanDaddy.com

Por supuesto, la localización de tu puerta “oculta” estará profusamente publicitada, pero los clientes se ven forzados a meterse en una cabina de teléfono británica de pego y solicitar el ingreso, por mera pantomima.

No consta que el bar (perdón, speakeasy) barcelonés exija santo y seña, pero lo que es cierto es que según dice uno de los dueños: “Los primeros días fueron duros, pero al mes y medio de abrir, la cola para entrar ya daba la vuelta a la esquina”. Total, para pagar entre 12 y 30 euros por un cóctel.

Ahora bien, no asuman que la cola de la entrada y el precio suponen problema alguno. Dentro tendrán el valor añadido de dirigirse a un bartender y no a un camarero cualquiera o al barman de chaquetilla blanca de bar de hotel del siglo pasado. Aquí se verá usted expuesto a las delicias de la mixología, que es lo mismo que la coctelería pero con aportaciones tales como: “Nubes de helio, cócteles bioluminiscentes o combinados comestibles”. En “Evolución”, la nueva carta del local, “jugamos con el fuego para ahumar los líquidos directamente en el vaso en el que se sirve el propio cóctel. Eso no lo había hecho nadie antes”, explica Gianotti, el bartender del local.

De modo que, no sé a ustedes, pero a mí me están entrando unas ganas tremendas de pasar la  página de la caña de Mahou y el manido Martini y acudir a ese local a hacer una cola que dobla la esquina para probar por 20 eurillos de nada uno de esos brebajes con nubes de helio, luminiscencias y líquidos ahumados en el mismísimo vaso, aunque me pidan contraseña (perdón, password) para entrar.

Me resulta extraño, eso sí, imaginarme al bueno de Capone (en blanco y negro, por supuesto) sentado en un taburete del speakeasy del Born tomando nada que no fuera un buen bourbon o un Bloody Mary en mañanas resacosas; y eso lo podría hacer en un bar cualquiera.

Román Rubio

Octubre 2020


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