sábado, 17 de junio de 2023

HIGHWAY TO HELL

 

HIGHWAY TO HELL


En la costa báltica de Polonia, unos kilómetros al norte de Gdansk, hay una estrecha península boscosa llena de frondosos senderos y flanqueada por extensos y vírgenes arenales llamada Hel. En polaco se pronuncia igual que en inglés Hell (infierno), cosa de la que los lugareños desconocían mientras vivían tras el telón de acero y solo chapurreaban ruso o alemán. Después, tras la caída de la Unión Soviética, se afanaron como todo el mundo  en aprender inglés, con un aprovechamiento muy superior al del señor Feijóo, que aún no ha llegado a la lección de “El Boss y los esprinters”, ¿o era los esfinters?

Los polacos sí. Ellos aprendieron pronto la lección y gracias a AC/DC se enteraron de que la “Highway to Hell” era la carretera que les llevaba al infierno, y les hacía mucha gracia la paradoja de que a su particular edén del Báltico se le conociera (al menos homofónicamente) como el infierno, que viene a ser algo así como para nosotros llamar Paradiso al paraje de la  depuradora de Pinedo, pero al contrario.

Pues bien, para recorrer esa highway to hell (no confundir con la Stairway to Heaven, de Led Zeppelin) y llegar a las playas y bosques de la península desde la ciudad más cercana hay una línea de autobús que no se sabe si por retranca de la compañía o por simple casualidad se le bautizó con el número 666, lo que no ha dejado de provocar continuas protestas de ciertos círculos católicos del país que piden una y otra vez el cambio de numeración ante tal afrenta inaceptable a sus creencias.

¿Y por qué?, dirán ustedes; ¿qué puede tener de ofensivo para cualquier ser racional, aunque se trate de polaco, el número de una línea de autobuses? Pues porque se trata nada menos que del número de la bestia, del diablo, del Anticristo o como prefieran llamarle. Lo crean o no así está consignado nada menos que en el Apocalipsis, ese libro bello, extraño y enigmático que escribiera el Apóstol Juan en la isla de Patmos y que, de manera incomprensible, forma parte del Nuevo Testamento. En el capítulo 13:18 el evangelista escribe de manera críptica: “¡Aquí se requiere sabiduría! El que tenga inteligencia calcule la cifra de la bestia. Es cifra de un hombre. Su cifra es seiscientos sesenta y seis.”

Como ni yo ni probablemente usted andamos sobrados de sabiduría, el acertijo nos resulta indescifrable. Según algunos exégetas se trataba del nombre de Nerón en clave, según otros el de Domiciano —otro emperador poco amigable con el prójimo— y no tardará el día en que alguno lo identifique con Donald Trump y hasta con el añorado Rubalcaba. Ya se sabe que la tarea del exégeta es muy volátil.

La idea, si es que fue de manera intencionada, era estupenda, y así lo entendió el personal: el Anticristo, la bestia el diablo o lo que fuera te llevaba al Infierno con su renqueante motor diesel. Una broma genial, un reclamo turístico y un aliciente más para la zona. ¿Quién podría resistirse a coger el autobús de la bestia que conduce al Infierno, todo de juguete?

Pero estamos en Polonia, el país de Juan Pablo II,  y allí el meapilismo goza de predicamento de modo que la broma fue considerada un asalto a la fortaleza de la moral y un enaltecimiento de la maldad y el pecado, algo inaceptable para los guardianes de las llaves del templo.

La compañía, harta de las continuas quejas de los chupacirios, se ha avenido finalmente a cambiar el número de la línea. Ha decidido dar la vuelta a la última cifra y sustituir el 6 por un 9, de modo que el 66 luce ahora como un 69. Veremos a ver lo que dicen los santurrones. De momento no ha llegado a mis oídos queja alguna, pero sospecho que pronto tendremos noticias de ellos.

Mientras tanto, feliz viaje a los infiernos.

Román Rubio

Junio 2023 





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