LAS
TRIBULACIONES DE ENRIQUE
Recuerdo que la primera vez que visité los EEUU hube
de completar un formulario de color verde durante el vuelo que había que
entregar al oficial de inmigración a la entrada. En el papel había que
responder a preguntas del estilo: “No pertenezco a organización terrorista,
comunista o revolucionaria alguna, no tengo intención de atentar contra el
Presidente o hacer uso de armas de fuego contra personas ni de consumir estupefacientes
o comerciar con ellos”. También había que declarar la intención de no sacar del
país a niño con nacionalidad estadounidense sin la autorización expresa del
cónyuge/tutor en suelo americano. Y así, todo. En general, se trataba de cosas
obvias que invitaban a tachar la casilla correspondiente con una sonrisa de
condescendencia hacia cierta postura naif de los yanquis.
En visitas posteriores la cosa había cambiado: el
formulario se llama ESTA y se completaba online en la página de la Embajada de
los EEUU bajo modesto pago de $14, subido hace poco a $21. Cambia el medio,
pero no el contenido, puesto que hay que contestar a las mismas preguntas de
Perogrullo, que en ocasiones se tornan una pesadilla, como en el caso de
aquella abogada valenciana que pasó años en prisión por haberse traído a España
a su hija, nacida en New Jersey, tras el divorcio de su marido americano,
reclamante de la custodia de la niña. La prisión le sobrevino, no por el
“rapto” de la menor, puesto que la mujer tenía la custodia legal —otorgada por
un juez español— sino por el hecho de haber mentido en el papelito a la entrada
del país americano al que volvió a arreglar sus asuntos.
Hoy, el que se puede ver envuelto en un problema de
esa índole es el Príncipe Henry. La fundación Heritage, un laboratorio de ideas
conservadoras, ha interpuesto una denuncia contra el Departamento de Seguridad
Estadounidense (DHS) por haber permitido la entrada del príncipe al país tras
haber confesado en múltiples ocasiones haber consumido drogas (cocaína, marihuana
y hongos) en el pasado —según explicó él mismo, para sobrellevar el trago de la
muerte de su madre y los rumores sobre la identidad de su progenitor—, lo que le
haría inhábil para obtener la visa de residencia.
La cosa no está clara: Enrique no entra como
turista, con lo que el procedimiento es otro, aunque eso no signifique que sea menos
exigente. No ha trascendido si para trasladar su residencia a California obtuvo
visa de consorte o una visa 0-1, esta última pensada para “personas que poseen
habilidades extraordinarias en las ciencias, artes, educación negocios o
atletismo… cuyos logros han sido reconocidos nacional o internacionalmente”.
Conocido y reconocido, el hombre es; en cuanto a la naturaleza de los logros ya
hay más dudas, a no ser que su estatus de nacimiento lo sea.
El asunto nos lleva al puritanismo del país
norteamericano. Barak Obama confesó en sus memorias haber consumido ocasionalmente drogas en
su juventud y Clinton (más cobarde) solo reconoció haber fumado marihuana,
aunque, eso sí, sin tragarse el humo. Bush, hijo, por su parte, nada dijo de
las drogas pero sí del alcohol, al que parece haber tenido cierta afición hasta
que el Espíritu Santo vino en su ayuda apartándolo de tan maligno vicio. Vicio
en el que Trump nunca llegó a caer, dada su condición de abstemio total, condición
que compartía con Hitler, Franco y otras aves de corral, lo que no dice nada
bueno de tan reputado estatus.
Y hablando de puritanismo y de los EEUU: en el
estado de Utah, sede de la iglesia mormona y ombligo de la mojigatería bíblica,
se consiguió prohibir en las escuelas y bibliotecas abiertas al público
infantil y juvenil la presencia de libros con contenidos “pornográficos o
indecentes”. Esto ha dado lugar a que el distrito escolar de Davis, en dicho
estado, haya tenido que retirar de sus estanterías la mismísima Biblia, tras la
queja de una familia que ha denunciado que en el libro sagrado del cristianismo
aparecen temas como incesto, onanismo, bestialismo, prostitución, mutilación
genital, felación, violación y hasta infanticidios (véase Herodes), lo que hace
al libro no apto para las mentes infantiles y juveniles.
No sé cuántos lectores jóvenes tendrá la Biblia en
aquel estado, pero lo que sí sé es que la prohibición —y no los sermones— será
el mayor reclamo para que las nuevas generaciones empiecen a interesarse por él.
Román Rubio
Junio 2023
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