LA
VIDA ES SUEÑO, Y LOS SUEÑOS, PASTA SON
Nada como un
buen sueño nocturno reparador. Los músculos amanecen descansados y las
vivencias archivadas como memorias, en lo que parece ser una defensa biológica
contra la fatiga de vivir. Quien tiene dificultad de conciliar el sueño ha
venido usando tradicionalmente pastillas para regocijo de la industria farmacéutica.
En la actualidad están surgiendo infinidad de startups y aplicaciones para móvil que intentan hacer negocio con
el asunto de chafar la oreja. ¿Que cómo lo hacen? Pues no sé muy bien, porque el
artículo del diario en el que me he documentado no es demasiado explícito, pero
parece que casi todas tratan de monitorizar el sueño, lo que me llama mucho la
atención, porque pienso que a quien padece de insomnio no le interesa tanto que
le den cantidad de información sobre las horas que (no) duerme, la temperatura
corporal, el número de pulsaciones y la cantidad exacta de ovejitas que han
logrado saltar la valla de Méjico como que le ayuden a dormir sin tantas
historias. Eight es una compañía
neoyorquina de nueva creación que propone sensores en los colchones para
monitorizar el sueño. Casper se dice
especializada en tecnología disruptiva para colchones ¿? Sense también se dedica al asunto de la monitorización del
sueño y uno de los servicios del YeloSpa de Nueva York y otras ciudades
son los salones para echar siestas. Otras aplicaciones para móvil relacionadas
con el buen dormir son Sleep Cycle,
SleepBot, MotionX, Pillow, Sleep Better… y alguna otra que omito citar por
no alargar la letanía.
A la gente le
encanta monitorizar, medir y controlar numéricamente los actos rutinarios de su existencia. Un
amigo mío, que vive junto al parque del Río Turia, que es el mejor parque del
mundo conocido para correr en una ciudad de clima rabiosamente mediterráneo
como la mía, es amigo de hacerlo en la cinta del gimnasio que hay junto al
parque porque como una vez me dijo: “En el campo y en el parque no puedes
regular la velocidad ni te dice la distancia y el número de calorías consumidas”.
Esto era antes del advenimiento de los wearables
que supongo que indican eso y mucho más. Mi mujer, como tantos otros, tiene una aplicación en el móvil que le dice
la distancia que camina, el número de pasos, la velocidad y las calorías
quemadas además de felicitarla cada día que cumple los objetivos fijados, motivo
por el cual va a comprar al Lidl que está convenientemente situado a tres
kilómetros de casa cada vez que necesita una caja de cerillas o una vela de
olor. Aún así, no entiendo la necesidad de monitorizar el sueño. Una cosa es
que la máquina te calcule cuántos kilómetros has andado al día y otra que te
diga cuántas horas “no” has dormido por la noche, lo alterado que estaba el
ritmo cardiaco, lo inadecuado de temperatura corporal o la enorme cantidad de
vueltas inútiles que has dado en la cama. No veo que añada nada a lo que uno,
lamentablemente, conoce.
Hay otra cosa
del artículo sobre el sueño que leí en el periódico que me llamó la atención.
Un trabajo del think tank Rand Europe
ha analizado la relación entre el sueño (o su carencia) y la economía de Japón,
Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Canadá, llegando a la conclusión de que
el dormir un insuficiente número de horas o el hacerlo con una mala calidad supone
la pérdida de más de dos millones de días de trabajo al año. Un insomnio que
cuesta 680.000 millones de dólares en productividad a esas cinco naciones, 411.000
millones de dólares a los EEUU, 56,000 millones de euros a Alemania y 47.000 a
Reino Unido. El método que usan para
calcular estos parámetros es para mí un completo enigma. El intento de evaluar
la pérdida de productividad de un trabajador por haber dormido mal me parece
una patraña y otro ejercicio (más) de venta de humo. Me recuerda los estudios
que presentaron las consultoras cuando evaluaron la incidencia del AVE en la
mejora de la productividad nacional por
el ahorro de tiempo en los viajes. Tomen ustedes el AVE en un trayecto Valencia
Madrid y hagan la cuenta. Su vecino de asiento es un sindicalista que va a la
reunión interprovincial del sindicato, con lo que la repercusión en la
productividad es nula o casi, tanto si va a Madrid (que, por cierto, es el
único lugar al que va el AVE) como si no va. En el otro asiento hay un cura, de
acción muy provechosa para el alma de su tía Angelita, necesitada de confesión
y consuelo, pero con poca incidencia en el PIB nacional. Más allá hay un grupo
de jubilados cuyo ahorro de tiempo afecta sólo a la siesta del vigilante del
Museo del Ejército y los dos comerciales del final están cerrando tratos y
arreglando la agenda a voces por el móvil, para fastidio de los demás y dure lo
que dure el trayecto. En cuanto al empresario de delante…, ese va echando la
siesta, con lo que no le vendría mal que el viaje durara algo más para así
aumentar la productividad tras el descanso.
Román Rubio
Febrero 2017