viernes, 27 de marzo de 2020

MEDIAS VERDADES


MEDIAS VERDADES




En las facultades de periodismo se cuenta una anécdota de dudosa veracidad para ilustrar el poder de la ambigüedad de los titulares.
En 1905, y recién desembarcado en Nueva York, el arzobispo de Canterbury y primado de la Iglesia anglicana declaró a los periodistas que le recibieron que el propósito de su visita era estrechar vínculos entre la Iglesia de Inglaterra y las diferentes confesiones evangélicas del Nuevo Mundo. En el posterior turno de preguntas, un periodista le pidió su opinión sobre la gran cantidad de prostíbulos existente entonces en Manhattan, y el arzobispo, tratando de eludir el tema, respondió: “¿Hay muchas prostitutas en Manhattan?”. Al día siguiente, un diario publicó a toda página: Primera pregunta del Arzobispo de Canterbury al llegar a Nueva York: ¿Hay prostitutas en Manhattan? 

Estos son los titulares de  de las ediciones digitales de hoy de las tres cabeceras valencianas:

Las Provincias

La Comunitat Valenciana se sitúa a la cola de España en curados de coronavirus con sólo un 1,8%

Y es cierto. O casi. Dejando fuera Ceuta y Melilla, la Comunitat está en el furgón de cola en curaciones, solo superada por Murcia, con 1’5% y Aragón, con un 0.4%. Entre las últimas sí, pero no la última.
Pero, veamos: si consideramos, en cambio, el número de muertos, la Comunitat Valenciana, con un 5.22%, está bastante por detrás de Madrid 12.18%, Cataluña 5.8%, Castilla y León 5.91%, Castilla la Mancha 9.34%, etc., lo que sería una buena noticia. ¿Y quién querría dar una buena noticia pudiendo dar una mala si gobierna quien gobierna?
Fijémonos ahora en la ortografía. Observen que el “sólo” del titular lleva tilde. Es incorrecto. Según la Ortografía de la lengua española de la RAE, “solo” no lleva tilde, tanto cuando es adverbio (“solo estoy cansado”) como cuando es adjetivo (“me siento solo”). Únicamente en el caso que se pueda dar ambigüedad en el significado (“El Presidente acudió solo a la cumbre iberoamericana”) es admisible —que no obligatoria— la tilde.
¿Y creen que el redactor responsable del titular del periódico no lo sabe, o está puesta la tilde deliberadamente para enfatizar el hecho de la escualidez de la cifra?

Levante

Rafael Ortí: "Pronto se verá el efecto del encierro. Los nuevos casos son contagios de hace 15 días"

El titular es un mensaje de esperanza. El Presidente de  la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Rafael Ortí, declara que estamos viviendo lo peor y que pronto se notarán los efectos positivos del confinamiento. Que así sea.

Valencia Plaza

La Generalitat, impotente para atajar la catástrofe del coronavirus en las residencias de ancianos.

El sujeto agente de una frase es el que realiza, controla o preside la acción que ejecuta el verbo (en este caso omitido). ¿Y cuál es el sujeto de la frase?, ¿el malvado coronavirus? Qué va: la Generalitat. Y para reforzar el mensaje, en el predicado se incluyen las palabras “impotente” y “catástrofe”. ¿Se puede ser más explícito?
Por supuesto: acompañando el titular por un primer plano de Mónica Oltra de frente pasando la mano por el hombro de la Consellera Barceló mientras atiende solícita una confesión de esta al oído.

Ustedes mismos.

Román Rubio
Marzo 2020

jueves, 26 de marzo de 2020

A TORO PASADO TODOS SOMOS MANOLETE


A TORO PASADO TODOS SOMOS MANOLETE




En un pueblo del interior de Valencia, cuyo nombre omito deliberadamente, se celebraba cada año (no sé si se seguirá haciendo) una semana de toros con motivo de las fiestas de verano. Los toros recorrían las calles debidamente protegidas con sus burladeros y llegaban finalmente a la plaza, donde los mozos, con trozos de tela u otros artefactos más crueles, como varas,  mostraban sus habilidades taurinas y su “valentía” delante de todos los paisanos.

Una de las acciones más celebradas de la fiesta era la que protagonizaba Andrés, un disminuido (¿o era discapacitado?) psíquico local al que en aquel pueblo y en aquella época terrible y cruel de la pos-posguerra se le conocía como “Andrés el Tonto”. El mozo estaba bien apostado y protegido tras la barrera y una vez había pasado el toro salía con su capote y escenificaba unas elaboradas piruetas mirando fijamente y con chulería al frente, como si allí estuviera el cornúpeta.

El personal, conocedor del entrañable ritual que Andrés repetía año tras año, hacía de este uno de los momentos estelares de la fiesta y acompañaba sus poses con desaforados y calurosos “oléeeeee”, lo que hacía que el joven se viniera arriba, viviera su momento anual de gloria y brindara con su gorrilla el toro a todo el pueblo, causando gran hilaridad y regocijo. Eso sí, el muchacho podía tener sus facultades psíquicas disminuidas, pero de tonto no tenía un pelo, ya que siempre esperó a que pasara el toro para hacer sus piruetas. Nunca se equivocó y salió antes de hora.

Es lo que tiene la cosa: que todo es mucho más fácil cuando ha pasado el toro. Hoy, el personal, acostumbrado a no correr ningún riesgo y a culpabilizar siempre a otro —o a otros— de su infortunio, se dedica a culpar a sus dirigentes  de la inédita tragedia que se está viviendo con la pandemia. He visto cómo algunos, críticos implacables de que se suspendieran las Fallas y de que se jugara el partido del Valencia-Atalanta a puerta cerrada y asistentes asiduos a las “mascletaes” prefalleras, claman ahora contra quienes tomaron aquellas permisivas medidas, les culpan de no haber sido talibanes del confinamiento y se dedican a explicar con todo lujo de detalles y razones cómo se ejecutan las chicuelinas y las medias verónicas. Eso sí: una vez que ha pasado el toro; como el bueno de Andrés.

Y el público, bien provisto de papel higiénico, aplaudiendo desde la barrera, o haciendo sonar cacerolas.


Román Rubio

jueves, 19 de marzo de 2020

FOR A RAINY DAY


FOR A RAINY DAY




En inglés, la expresión for a rainy day (para un día lluvioso), hace referencia a la necesidad  de guardar cuando hay abundancia para cuando las cosas vienen mal dadas. En español hablamos de vacas flacas, esas que, indefectiblemente, siguen a las gordas.

Aprendimos en la escuela la historia del astuto José, hijo de Jacob, que desveló al Faraón el significado del intrigante sueño de este en el que siete vacas flacas devoraban a siete vacas gordas: tras siete años venturosos de abundancia vendrían otros tantos de sequías, plagas y malas cosechas. El Faraón y las autoridades imperiales habrían de guardar en graneros los excedentes de las cosechas de los años de abundancia para proteger al pueblo de las penurias en la época de los de escasez. Gracias a tan acertado proceder el pueblo de Egipto se salvó de grandes hambrunas y como premio, el pueblo de Israel obtuvo su libertad, aunque luego tuviera que recurrir a las artes sobrenaturales de Moisés en el Mar Rojo, pero esa es otra historia.

También aprendimos en la escuela la fábula de La cigarra y la hormiga, atribuida a Esopo y recreada por La Fontaine y nuestro Félix María de Samaniego. Mientras la cigarra pasaba la época  estival cantando sin parar y disfrutando del buen tiempo y de la abundancia de grano tras la siega, la hormiga andaba sacrificada todo el día con grandes cargas a sus espaldas llenando el granero. Hasta que llegó el invierno, y con él las nieves, los fríos y la escasez de alimento, y la cigarra  “…viose desproveída del precioso sustento: sin mosca, sin gusano, sin trigo, sin centeno”, al tiempo que la hormiga se refugiaba en su hormiguero, abría las puertas del granero y aguantaba calentita y alimentada hasta la primavera.

Hoy han llegado las vacas flacas,  subrepticiamente, sin avisar y sin anunciarse, y donde había prosperidad se anuncia la escasez y la ruina y se oye alto y claro el clamor del pueblo: ¡Abran los graneros!, y los graneros fueron abiertos; pero para pasmo de la muchachada estos están semivacíos. Las cigarras habían pasado los años buenos al sol bien cebaditas cantando fados, seguidillas, tarantelas y sirtakis sin preocuparse demasiado del nivel de los silos.

Menos la hormiguita Merkel que, aconsejada por su particular José — de cara adusta y usuario de silla de ruedas, apellidado Schäuble—, al abrir la puerta del granero, se lo ha encontrado a rebosar. Y eso a pesar de las chanzas, cuando no críticas abiertas de las cigarras meridionales que la conminaban a gastar y gastar, cosa que horroriza a la hija del pastor protestante educada bajo el lema: “gasta lo que tienes”.

No sé en qué quedará esta hambruna, pero intuyo que los bronceados tonadilleros exigirán a la superhormiga que se reparta lo del granero. Y no sé por qué, pero creo que esta dirá como en la fábula:

(...)
Que faisiez-vous au temps chaud?
Dit-elle à cette emprunteuse.
- Nuit et jour à tout venant
Je chantais, ne vous déplaise.
- Vous chantiez ? j'en suis fort aise.

Eh bien! dansez maintenant.

Jean de La Fontaine (1621-1695)


En alemán, claro.


Román Rubio
Marzo 2020

lunes, 16 de marzo de 2020

WILT


WILT




A los libros y a las películas les pasa como a las personas: algunas soportan mal el paso del tiempo. Otras, sin embargo, atraviesan las épocas con una gran dignidad y solvencia: por ejemplo, la película Casablanca; no importan los años ni las veces que la vea: cada vez que la cojo en la tele y me quedo a verla continúa emocionándome la historia y de manera notable, la categoría moral de ese Rick, el héroe auténtico, el que lo es sin pretenderlo ni mucho menos buscarlo.

Me acaba de ocurrir lo mismo con Wilt, de Tom Sharpe,  la novela satírica por excelencia, para mi gusto. Necesitaba acercarme a una obra  humorística por motivos de investigación literaria y me acerqué a Wilt con miedo. ¿Habría pasado la historia la prueba del tiempo con dignidad? ¿Seguiría levantando en mí, no solo la sonrisa que proporciona la fina ironía, sino la carcajada de la sátira inteligente más descarnada y salvaje? ¿Serían aceptables hoy en día los postulados éticos y morales que conforman la trama?

La respuesta es sí, sí y sí. La encontré desternillante y tremendamente inquisitiva. El protagonista, Henry Wilt, profesor de grado básico en una escuela de Formación Profesional con pretensiones de convertirse en Politécnico, había sido rechazado de nuevo para un ascenso, con lo que seguía encadenado a dar frustrantes, humillantes e interminables horas de clase de Humanidades —que incluían, a menudo, la lectura de El señor de las moscas— a cursos de Albañilería, Carnicería y Fontanería cuyo interés estaban muy alejados de la forma y el mensaje de la obra.

Wilt vuelve a casa cada día para encontrarse con Eva, su mujer,  emocionalmente inmadura y físicamente poderosa, permanentemente entregada a sus arrebatos de entusiasmo por la meditación transcendental, el yoga, los arreglos florales o cualquier otra actividad que se cruzase en su camino. Un día Eva conoce a los Pringsheim, una estrambótica pareja de americanos, que invitan al matrimonio Wilt a una fiesta y allí comienza el enredo, que incluye los avatares de Wilt para desprenderse de una muñeca hinchable, la huída de Eva con los americanos y los desternillantes interrogatorios a los que Wilt se va sometido por el Inspector Flint, bajo la sospecha de haber matado a su esposa y haberse desprendido del cadáver.

Así, lo que en 1976, año en el que se publicó la novela resultó ser una desternillante sátira del sistema educativo inglés, del lenguaje pomposo y huero con que se conducían las autoridades académicas y los delirantes postulados de cierto feminismo sexuado y lésbico de la época, hace que sea hoy motivo de fuerte rechazo por gran número de personas. ¿Y por qué? Porque Wilt, en sus cotidianos paseos con el perro fantaseaba con el asesinato de Eva Wilt y lo agradable que podía ser la vida sin ella. O con una Eva diferente, vaya. Lo cierto es que Wilt nunca lo hizo. Pero lo pensó. Y eso, para algunos, parece ser suficiente para condenar al personaje, a la novela y al mismísimo autor, el hoy fallecido Tom Sharpe.

Hay quien es amigo de condenar lo que contradice su moral y ejercerían la censura sobre todo aquello que consideran éticamente reprobable sin llegar a discernir entre ficción y realidad. Habría que explicarles que el hecho de que a uno le guste la película de El silencio de los corderos no quiere decir que acepte el canibalismo; ni el asesinato premeditado y sistemático por la afinidad con El Padrino. La novela negra es un entretenimiento y no conlleva afición de sus devotos por el asesinato.
Los cerditos, las cabritas y el lobo no hablan, ni se construyen casas de paja o ladrillo ni se esconden detrás del reloj. Nosotros lo sabemos. Los niños también lo saben; excepto, quizá, los hijos de los talibanes que no saben distinguir entre lo que es ficción y lo que no.

El concepto se conoce como Concepto de suspensión de incredulidad (willing suspensión of disbelief” y lo formuló Samuel Taylor Coleridge en el siglo XIX, sobre algo que Aristóteles ya había descrito como uno de los principios del teatro. Se trata de la voluntad del sujeto para dejar de lado (suspender) su sentido crítico, pasando por alto hechos fácticos (existencia de unicornios, dragones, etc.) y su percepción cognoscible de la realidad en la obra de ficción permitiendo adentrarse y disfrutar del mundo ficticio recreado.

Pues, eso. Si quieren pasar un buen rato, lean Wilt y véanlo como lo que es: como una excelente y bien escrita obra de ficción humorística para divertirse. Sin más. Ni menos.



Román Rubio
Mrzo, 2020

domingo, 8 de marzo de 2020

¡VIVA LA ESPAÑA VACÍA! ¡MUERA LA VACIADA!


¡VIVA LA ESPAÑA VACÍA! ¡MUERA LA VACIADA!




¿De izquierdas o de derechas?, ¿constitucionalista o independentista?, ¿del Madrid o del Barça?, ¿trap o hipster? Nada de nada. Ha nacido una nueva división entre españoles: los partidarios de la “España vacía” contra los de la “España vaciada”.
No importa que hablemos de lo mismo, ni que ambos términos sean correctos, como se encargaron de explicar Álex Grijelmo y la Fundéu. Hay que tomar partido. Yo, desde el principio, elegí mi sitio en la trinchera. Soy de la “España vacía”, a muerte, sin discusión alguna. El término me parece elegante, sencillo, expresivo y lleno de contenido y no pretenciosete, sabiondongo, quejumbroso, y reprochosillo, como dicen los relamidos de la “vaciada”, como queriendo culpar  al maestro armero, al malvado capitalismo o al contubernio de Múnich de que en el lugar más idílico y venturoso del mundo —su pueblo, of course— no se vea un alma por la calle, excepto en el mes de agosto.
                          --------------------------------------
—Oiga, llamo por lo de la casa. ¿Se alquila vacía o con muebles?
—Nada de vacía. Se alquila vaciada, que para eso nos pegamos la paliza mi mujer y yo, llevando viajes al punto limpio.
—Vale, ¿y cuánto piden?
                           ------------------------------------
—Se te ve el bolsillo lleno
—Ni hablar. Lo tengo llenado.
—¿Y eso?
—Pues porque me he metido las llaves, los pañuelos y el móvil. Antes estaba vaciado.
—¡Ah!
                             ----------------------------------------
—¿De dónde eres?
—De un pueblo cerca de Calamocha. De la España vacía.
—será de la España vaciada.
—Bueno, ¿y tú?
—Yo de Badalona. De la España llenada.
                             ------------------------------------------
—Tienes la camisa sucia.
—Querrás decir ensuciada.
—Los pantalones, en cambio, se ven limpios.
—Yo más bien diría limpiados, perdona.
                            --------------------------------------------
—Por Dios, ¡qué oscuro es ese cuadro!
—¿Y no le parece más bien que está oscurecido?
—En cambio, ese otro es bien claro.
—Sí. Se le ve muy aclarado.
                          ---------------------------------------------------
—Mamá, mamá, en el jardín de la casa de al lado hay un hombre desnudo.
—No te alarmes, hija. Está solo desnudado; pronto se vestirá.
                         ----------------------------------------------------

España está vaciada.
Quién la desenvaciará?
El desenvaciador que la desenvacíe,
buen desenvaciador será.

Román Rubio
Febrero 2020