jueves, 31 de diciembre de 2015

BOXEO


BOXEO



Michael  Robinson es un tipo muy popular.  Fue futbolista, el típico delantero de poca floritura presto a rematar cualquier cosa que pasara por el área -se tratara de un melón, un obús o un balón-; con la cabeza, con el pie, con la nuca o la rodilla con tal que fuese a puerta, primero con el Liverpool y luego con Osasuna. El programa de radio que hace en la SER (acento Robinson) cubre aspectos humanos del deporte; personajes o situaciones  de las que no se ocupan los telediarios.

En uno de sus últimos programas presentaba una entrevista con Antonio el Bigotes, un tipo de Sevilla, regidor (o propietario) de un gimnasio en el que acoge, entre otros, a muchos a chicos de las 3000 viviendas,  gente con historia de broncas, drogas, prisión…y que daban su testimonio de agradecimiento al Bigotes y al boxeo en general. Hasta había testimonio de chicos y chicas sordociegos –el hecho de que personas sordas y ciegas puedan aficionarse a una actividad que consiste en darse mamporros es algo que se me escapa, pero ¡hay tantas cosas que se me escapan!-… Todos ellos ponían de manifiesto algo en común: la liberación y el sentido que el boxeo (y el Bigotes) añadían a sus vidas.

Es la vieja historia tantas veces vista. Gente desfavorecida, pobre por lo general, que encuentra en el intercambio de golpes la salida –quizá la única- que, a falta de otras  habilidades, tiene a mano. Es la historia de un Rocky de andar por casa o la de juguetes rotos como Toro Salvaje, Jake LaMotta, Huracan Carter, Mohammed Alí, Million Dollar Baby y tantas otras. Es la historia de la liberación por el mamporro, similar a la de los niños de las favelas con el balón y los muchachos que en los años cincuenta saltaban a los recintos de las ganaderías taurinas de España con un trapo rojo y un palo.

En pocos lugares  del mundo se ha visto el boxeo como una oportunidad como en Limerick (Irlanda), la tierra de Frank McCourt en su  Angela’s Ashes” (Las cenizas de Ángela). O, mejor dicho, en EEUU para los jóvenes irlandeses de 1850 en adelante. Tras la Gran Hambruna de 1845-1849, casi la mitad de la población de la empobrecida Irlanda se vio forzada a emigrar a las zonas industriales de Inglaterra y, masivamente, a los EEUU, ocupando barrios enteros de lugares como Boston o Nueva York. Algunos consiguieron hacerse policías o bomberos en la segunda generación; para los otros quedaron los trabajos más duros y peor pagados. Eso, y… el boxeo. Los irlandeses eran fogosos, duros, buenos encajadores, eran bravos y estaban dispuestos a romperse la crisma por un puñado de dólares. Muchos de ellos venían de Limerick, como Sean Thornton, “El Hombre Tranquilo” de John Ford, interpretado por John Wayne, que vuelve a la bucólica Irlanda de la que salió a los doce años para curarse una herida de ring y descubrió que el país soñado no era tan bucólico como había imaginado.
John L Sullivan “Strong Boy”


El personaje de Sean Thornton era, en realidad, un tributo a un puñado de bravos irlandeses como Paddy Ryan, que en 1880 ganó a Joe Gross (campeón inglés), tras 87 asaltos a puño desnudo el primer campeonato  oficial de EEUU para perderlo dos años después (1882) contra otro irlandés, un coloso, enormemente popular en su época y primer deportista americano en ganar un millón de dólares: John L. Sullivan (Strong Boy).
El irlandés de Boston fue campeón con las Reglas de London Prize Ring (boxeo profesional sin guantes) y con las normas del Marqués de Queensberry (con guantes, rincones y tiempos marcados más o menos como conocemos ahora). Aunque gustaba de pelear en cualquier lugar en que alguien aceptara intercambiar golpes y hubiese una bolsa de dinero por medio, su pelea más famosa fue sin duda en la que derrotó a otro irlandés: Jake Kilrain. Tuvo lugar el 18 de julio de 1889 en Richburg (Mississipi). En aquel evento ilegal celebrado tras sobornar al sheriff local con 200 dólares, Kilrain saltó al ring fresco y Sullivan con pinta de haber pasado la noche bebiendo. En el cuarto asalto Sullivan tenía una oreja colgando y Kilrain los ojos semicerrados por los golpes. La cosa empezaba a pintar mal para el de Boston y en el asalto 44 Sullivan empezó a vomitar y dio la orden a su preparador que no le diera más té con whysky en los descansos porque “el té le sentaba mal”. A partir de ahí le dieron whysky solo. Acabó la botella y ganó el combate. En el asalto75, y tras más de dos horas y cuarto de pelea, el preparador de Kilrain tiró finalmente la toalla. Finalmente perdió el título de campeón por KO en el asalto 21 contra el californiano James J Corbett (Gentleman Jim),  personaje curioso, con estudios universitarios y carrera teatral, llevado a la pantalla  por Errol Flynn.
William Aimer (1812-1840) era el mayor de quince hermanos de una familia de gitanos (travellers) irlandesa. Empezó a boxear a los quince años. Gano todas las peleas, la mayoría por KO, excepto la última, contra Bartney Connolly (otro gitano) en que cayó a la lona y nunca más se levantó. Su rival (Connolly) nunca volvió a boxear.





Jimmy Barry (1870-1943) también vivió su historia trágica. Conocido como The Little Tiger, el irlandés de Chicago (los irlandeses, como los de Bilbao, son de donde les da la gana) fue campeón de los pesos gallos y uno de los cinco luchadores de la historia del boxeo que se retiró sin conocer la derrota. En la disputa del título, en diciembre de  1897, en Londres, su rival, el inglés Croot resultó muerto en el combate al golpearse la cabeza al caer a la lona (o lo que hubiere en el suelo, en la época).


James Braddock se especializó en ganar peleas en las que no era el favorito con lo que se ganó el apelativo de  Cinderella Man (el Cenicienta). Teniendo las apuestas diez contra uno ganó en 1935 el campeonato del mundo de los pesados a Max Baer, lo que constituyó el mayor fiasco en las apuestas desde que Corbett ganara a Strong Boy Sullivan.
  

Cinderella Man, Jimmy Elliot y Jack Dempsey
Simon Byrne “The Emerald Gem”, John H Clark (Professor), bailarín de “clog dancing” (baile zapateado irlandés) antes que boxeador, Mike Cleary, “Sailor” Tom Sharkey y, ¿como no? Jimmy Elliot y el gran Jack Dempsey.
Jimmy Elliot era tramposo, fuerte, ágil, poco disciplinado y muy agresivo, dentro y fuera del ring. Fue arrestado dos veces por robo a mano armada y lesiones con intento de homicidio. Murió tiroteado en un saloon de Chicago en 1883.
Jack Dempsey (1859-1983) nació en Manassa (Colorado) y a los dieciséis años recorrió los EEUU desde las Rocosas al Este subiendo y bajando a los trenes de mercancías como tantos vagabundos. Para sobrevivir, luchaba. Se dice que entraba en los bares y decía: “no sé cantar, no sé bailar, pero puedo tumbar a cualquier tipo de este garito. ¿Apuestan?” Llegó a Nueva York, se dio a conocer, ganó el título de los pesados y se convirtió en uno del Top Ten.
Las historias son innumerables. Después llegaron los italianos, algunos muy buenos, como Jake LaMotta y Rocky Marciano, los hispanos Roberto Durán, Carlos Monzón y sobre todo los negros - Joe Louis, Frazier, Cassius Clay, Tyson, Holyfield-…que coparon los títulos de los grandes pesos. Pero eso es otra historia. Historia alejada de Harvard, Princeton y Sillicon Valley, pero historia. Como la de Irlanda, o los barrios de Sevilla.

Román Rubio
@roman_rubio
Diciembre 2015




sábado, 26 de diciembre de 2015

CORRELACIONES ESPURIAS

SPURIOUS CORRELATIONS

“El día que tú naciste, nacieron todas las flores /por eso los albañiles llevan zapatillas blancas” cantaba con gracejo un amigo de la infancia, allá en la España profunda,  en una interpretación libre le “las Mañanitas del Rey David”

La absurda letra de la cancioncilla, como la popular relación entre la velocidad y el tocino no  provienen de surrealistas diálogos de Groucho Marx, sino del acervo popular de la España rural de antaño y, en mi opinión, condensa, tras su aparente sinsentido y  manifiesta incongruencia, una sabiduría filosófica innegable y un mensaje contundente: ¡cuidado con las atribuciones causa –efecto! Las cosas parecen estar determinadas por la relación del tipo “A produce B” o “B es consecuencia de A” o (como diría un matemático) “A luego B”, pero, ¡atención!, hay que demostrarlo.


El ideario popular asocia la sabiduría con la lectura y probablemente tiene razón pero atribuye a la lectura el estatus de condición. Si lees serás sabio, pero ¿por qué no determinar que es la sabiduría la que  incita al individuo a la introspección y la lectura y no al revés? O,  ¿por qué no inferir que hay una causa diferente, tal que la curiosidad, que empuja a las personas sabias y cultas a continuar leyendo?


Hay otras muchas variables relacionadas a las que la filosofía popular otorga la relación causa- efecto sin que esta esté demostrada. La salud o el dinero como causa de la felicidad, el consumo de drogas como causa de problemas psiquiátricos, el alcohol como desencadenante de la violencia doméstica y la democracia en España como origen y causa última de la corrupción. Y nada de esto es cierto; o no, necesariamente.

En realidad lo que queremos decir, en la mayoría de los casos es que las variables A y B están positiva (o negativamente) correlacionadas; es decir, que el número de consultas psiquiátricas entre la población de consumidores de hachís y otras sustancias más fuertes es superior estadísticamente a las de la población no consumidora, lo cual no quiere decir que sea la causa. Podría ser al contrario; que las personas con problemas psicológicos son más propensas a colgarse con el porro, o bien, una tercera explicación: que una causa externa (diferente) como la sobreprotección en la niñez, una situación de inestabilidad familiar o de carencia afectiva sea la “causa” de la ocurrencia de ambas variables. O puede darse una correlación de dos variables puramente casual, como de hecho se da a miles en la vida real a poco que quisiéramos investigar.

Pues bien, hay alguien que lo ha hecho (investigar sobre el asunto, me refiero). El norteamericano Tyler Vigen ha escrito un delicioso y disparatado libro titulado Spurious Correlations en el que con ingenio y humor muestra correlaciones (tanto positivas como negativas) imposibles para intentar demostrar la falacia del “Cum hoc ergo propter hoc” (por tanto a causa de esto). Aquí van algunos curiosos ejemplos:

Nadie en su sano juicio (exceptuando quizás a aquellos de mi pueblo gustosos de cantar lo de las flores y los albañiles) relacionaría el índice de divorcios de cualquier lugar con el consumo nacional de margarina. Tyler Vigen lo hace y obtiene una correlación entre la tasa de divorcios anual del estado de Maine y el consumo nacional del alimento de 0.99.


En su delirio de correlaciones absurdas, el autor no sólo muestra las positivas sino las negativas. Una correlación negativa entre variables implica que la ocurrencia de A previene la ocurrencia de B. En el gráfico siguiente se ve que las variables tienen una correlación negativa de -0.94, siendo A: “Número de obras de arte visual registradas como producto mercantil” y B (no se lo pierdan): “Número de mujeres en Nueva York muertas por resbalón o tropezón” (entiendo que mientras andan por la calle o espacios públicos. Torpes, ellas).


Y, finalmente, mi favorita. El autor encuentra una correlación de 0.94 entre la variable A: “Ingresos totales generados por estaciones de esquí en los EEUU” y B: “Número de personas muertas a causa de enredarse en sus propias sábanas” ¡No me digan que la relación no es evidente! Y, sobre todo, piensen: ¿conocen de alguien que haya muerto por esta causa?, ¿han oído alguna vez de alguien a quién le haya podido ocurrir algo así?, ¿cuál puede ser la absurda situación en la que un ciudadano libre de toda sospecha (o no) resulte muerto al enredarse con las sábanas de su cama? El hecho de que ocurran cosas así nos dan idea de lo grande y absurdo que puede ser el mundo (o los Estados Unidos, anyway). Se entiende que el sujeto se encuentra solo en la cama -en otro caso, acompañado de frenética actividad, hablaríamos de homicidio o suicidio asistido-, y se habla de ropa de cama. De algún modo, en el año 2008, 809 norteamericanos se las arreglaron para ser aniquilados por agresivas sábanas y edredones de IKEA, Home Depot o cualquier otro peligroso proveedor . El cómo lo consiguieron es algo que se escapa a mi comprensión, no sé a la de ustedes.

Pues sí, lectores, sí. La próxima vez que escuchen a alguien decir, cargado de razón, que algo así es debido a esto otro (a discrecional conveniencia) y lo argumenten con la creciente o decreciente incidencia de una y otra cosa, piensen en la extraordinaria coincidencia correlacional entre fenómenos tan obviamente ligados entre sí como la recaudación de las estaciones de esquí y el número de personas muertas por estrangulamiento o asfixia entre sus propias sábanas. En EEUU, claro.

Román Rubio
@roman_rubio
Diciembre 2015 











DISPONIBLES EN AMAZON







martes, 22 de diciembre de 2015

MEMES

MEMES



Hay que ver lo que se aprende. Cada año aprendemos algo nuevo, también palabras. Me refiero a esas que aparecen un día en nuestro vocabulario, las adoptamos y nos preguntamos cómo podíamos haber vivido sin ellas tanto tiempo. Este año no ha sido muy pródigo (para mí) en la adquisición de nuevas palabras dado mi relativo aislamiento pero si hay que señalar una, esa ha sido “memes”; ¿por qué la empleamos casi siempre en plural? Se trata, como todo el mundo sabe, de esas piezas de información que recibimos vía Facebook o WhatsApp, y que, gracias  a una nueva  contextualización, original e imaginativa, se convierten en fenómenos informativos de primer orden  haciéndose “virales” -palabra, por cierto, que en el contexto que la utilizo, habíamos aprendido sólo un ratito (en términos históricos)  antes-. Indagando en el origen de la palabra descubro con sorpresa que había sido “inventada”  por mi admirado Richard Dawkins en su libro The Selfish Gene (el gen egoísta) del ya lejano 1976, aunque con un significado diferente. Para el autor, “memes” era la unidad transferible de información cultural entre individuos, grupos o generaciones, de la misma manera que “genes” se refiere a la información genética. La palabra, como tantas otras veces, ha evolucionado hacia un sentido nuevo y autónomo, como “hashtag” o almohadilla numeral, que ahora identificamos como… bueno, ya lo saben.


En años anteriores aprendimos que “selfie” era la foto (autorretrato) que hacíamos de nosotros mismos, rara antes y frecuente ahora con o sin ayuda de un palo, el ínclito “selfie stick” y que si contábamos el desenlace de la película o serie de moda no sólo arruinábamos el argumento sino que nos convertíamos nada menos que en “spoilers” de la secuela o -lo que todavía es más “trendy”,  la “precuela”. Aunque esto ya lo sabíamos desde los tiempos en que los maremotos se convirtieron en “tsunamis” y las tormentas profundas en “ciclogénesis explosivas” adquiriendo así, dimensiones magníficas.

Entre tsunamis y ciclogénesis aparecieron los “hipsters” y se hicieron omnipresentes. Nuestros jóvenes, “nativos digitales” todos ellos, y no como nosotros que éramos, y seguimos siendo, analógicos de nacimiento -aunque algunos seamos blogueros-  se dejaban crecer unas barbas de entre leñadores y “yihadistas” y entre “escrache” y escrache se dedicaban a financiar por “crowdfunding” pequeños proyectos empresariales, artísticos por lo general, “start-ups” e incluso a partidos políticos.

Los tipos raros se convirtieron (nos convertimos) en “ frikis” –de freaky, como dicen ellos- que son esos tipos y tipas de cierta edad con una pertinaz querencia a practicar algo que se llama Pilates o a apuntarse a lugares llamados “spa” o spas, que no son sino balnearios o sitios donde te lanzan agua de distintas temperaturas a distintos sitios del cuerpo. Hemos visto con sorpresa y sin necesidad de ningún “coach” que el abultamiento de los morros de muchas mujeres con las que nos cruzamos en las calles comerciales y que van llenas de paquetes, no proviene de ninguna plaga de avispas ni tan siquiera del temible mosquito tigre, sino de la aplicación del popular “botox”, que inyectado en la piel sirve para alisar, abultar o qué sé yo y no como el “dron” que vuela sin piloto y también es cosa seminueva.

Aprendimos en un momento dado a despreciar al “mileurista” y ahora, ingenuos, lo añoramos pues muchos jóvenes que trabajan como teletrabajadores autónomos o en “coworking” ya lo quisieran ser. Esto es producto de la “deslocalización” o externalización de las empresas que algunos MBA (Master in Business Administration) se empeñan en llamar “outsourcing” aunque pocos los entiendan. El fenómeno ha sido dañino especialmente para los  PIGS, acrónimo ya en desuso de Portugal, Italia, Grecia y España, que son una lacra para el bienestar y desarrollo de Europa llegando a situarse al borde del “Grexit”, de momento superado para llegar al “Brexit”, que no es sino la amenaza de la salida del Reino Unido (Britain) de la Unión Europea.

El bajo precio del petróleo ha hecho que el “fracking” sea poco rentable con lo que la palabra ha perdido presencia, lo cual es una lástima porque sonaba muy bien. El problema es que el crudo se paga en dólares y no en bitcoins que si no, otro gallo nos cantaría. El bajo precio del combustible me ha ayudado a tomar la decisión de “tunear” mi vieja Lambretta, aunque quizás lo que haga sea “customizarla”, que viene a ser lo mismo y queda menos “choni” y “poligonero” (me encanta esta última).

Gracias a la “multiculturalidad” -¿habrá alguien capaz de pronunciar la palabra así, de una?-  hemos aprendido mucho últimamente, muchas palabras quiero decir, aunque a veces sea algo decepcionante. Cuando aprendí el significado de “amigovio” que es palabra común (me dicen) por el cono sur y que (lamentablemente) es algo muy lejos de mi radio de acción vital, me dijeron que “cameo” no era lo que yo creía, que no se trataba de  la acción a llevar a cabo con el amigovio de cuando en cuando, sino la aparición de un famoso en el programa o película de otro; ¡una decepción, que quieren que les diga!

La "serendipia" (Eureka) de las nuevas adquisiciones en forma de palabras ha hecho que mi idea original de escribir sobre los resultados electorales se vea aplazada, o más bien, he decidido procrastrinar el artículo sobre los resultados electorales y como siempre que procrastrino -¿se dan cuenta de la dificultad de importar verbos (hay que conjugarlos después)?- acabo por no hacerlo. Gracias por el tiempo que invirtieron en leer el artículo. Están invitados a hacer cualquier comentario, aunque tratándose de un blog tiene que hacer uso de la palabra ya que, lamentablemente, no  tienen a su disposición los cómodos, simpáticos y expresivos “emoticonos” a los que tanto debe la literatura.

Román Rubio
@roman_rubio
Diciembre 2015 

jueves, 17 de diciembre de 2015

NÚMEROS

NÚMEROS
Hace poco lo leí en un periódico: las personas que tienen un perro como mascota tienen un 4.5% menos probabilidades de morir (de afección cardiaca) que las que no lo tienen. Sí, ya sé; son noticias de relleno, en las que un redactor sin faena y a punto de escribir sobre el monstruo del lago Ness encuentra el titular de un estudio de la Universidad de Minessota o Colorado y hace, como yo hoy, su artículo, tratando de enganchar al incauto y ocioso lector.






Pues no, señor redactor. Todos tenemos exactamente las mismas probabilidades de morir, sea por afección cardíaca o de otra índole y ascienden al cien por cien. Da igual que tengas o no tengas perro. Es lo que tiene este negocio: “no hay viejo que no pueda vivir un año más ni joven que no pueda morir al día siguiente”. Admitamos que, pese a la innegociable certeza de la afirmación anterior, existen las probabilidades. Es “más probable” que muera alguien que tenga 87 años que lo haga alguien que tiene 18 y es “más probable” que muera un soldado en el frente que otro en la retaguardia, pero volvamos al punto inicial. La tesis del artículo era que la persona que tiene un perro se ve en la obligación de sacarlo a pasear un par de veces al día, lo que le fuerza a hacer ejercicio (asumiendo que el que no está obligado no lo hace). 

Vale, imaginemos un mundo en que quien tiene perro hace ejercicio y quien no tiene perro no, que ya es imaginar. Me pregunto dónde están los perros de todos los que veo correr en la maratón, la 10k, la San Silvestre, el triatlón y la Volta a Peu de mi ciudad, pero ¿qué quiere decir que quienes no tenemos perro tenemos un 4.5 más de probabilidades de morir? ¿Se refiere a un 4.5 “por cien”? ¿Tengo yo, a mi  edad, un 4.5% más de probabilidades de morir de un ataque al corazón que mi vecino de 18 años y con perro?, ¿y  mi vecina de 85 años del perrito de aguas blanco tiene un 4.5% menos probabilidades de morir que yo? ¡Eso sí que es un golpe bajo! Con estos hondos pensamientos andaba yo el otro día cuando pisé la enorme deposición de lo que debía ser un elefante con hocico en lugar de trompa y que se encontraba allí (la deposición, no el elefante), en medio de la acera. No sé nada de su dueño. No lo vi pero le vaticiné una muerte con un 100% de probabilidades en un plazo de, digamos, media hora escasa. ¡Ojalá fuese atendida mi plegaria!




Esa misma noche, y ya en casa, con limpias pantuflas que no han conocido can alguno ni de cerca ni de lejos, vi en televisión a una mujer que era directora de una de las agencias de estudios sociológicos más importantes de este país y le escuché aventurar otra cifra que me resultó sorprendente, si no escandalosa. Según la importante mujer cuyo nombre no recuerdo, el 53% de los españoles, con esto de la crisis, sienten que han bajado de clase social. ¡Ojo!, no dijo que se sintieran más pobres que sus progenitores, cosa que comparto, o más pobres que hace unos años, cosa que también comparto, no. El 53% de los españoles, según la directora de la importante agencia sentían que habían “descendido de clase social”. ¿Y cuántas clases sociales existen según la directora? -me hubiese gustado preguntarle-. ¿Tres: alta, media y baja? ¿Cuatro: alta, media, trabajadora e indigente?  Supongamos que sean tres para los parámetros de la agencia de estudios sociales: alta, media y baja. Si dentro de la baja (o trabajadora) se encontrara, digamos, el 40% de la población, y puesto que ya no tienen un escalón al que bajar, implicaría que la práctica totalidad de la clase media se considera baja en el momento actual y la clase alta toda media, dejando el lugar del podio para el uso exclusivo de Amancio Ortega e Isabel Preysler, a los que malas lenguas ya ven juntos en un futuro próximo.


 O bien que para la agencia, el sistema de clases (tan denostado por los liberales) sea tan sofisticado como siempre lo ha sido en la sociedad británica. En cierta ocasión leí al periodista Toby Young encuadrar al alcalde de Londres Boris Johnson dentro de la “lower- upper- middle class” (la parte baja de la clase media-alta). Claro, así sí. Con esos parámetros no me extraña que se suban y se bajen escalones. Nadie como los ingleses para los matices en las clases sociales y los acentos.

¡Ay, los números! Presumen de ser exactos excepto cuando miden intereses. Lo que para los Mossos d’Esquadra son ochocientos mil, son veintidós mil quinientos para la Policía Nacional; cuando los sindicatos computan cuarenta mil, son tres o cuatro mil para la Policía Local…del PP. En el invierno de 2003 se produjo la ilegal y torpe invasión de Irak por el incapaz George Bush Jr y sus inanes secuaces. La opinión pública en Europa estaba entre un 75 y un 90 por cien en contra de la fechoría, lo que provocó que millones de personas se manifestaran en todas las ciudades. Para Aznar no fueron, en absoluto, mayoritarias. Y tenía razón: si había cinco millones manifestándose en las calles quiere decir que los otros 41 millones apoyaban la invasión. Inapelable.

A todo esto, el artículo de hoy iba a ser del baile de números del último sondeo previo a las elecciones pero me he alargado demasiado en los prolegómenos y me temo que  no habrá ocasión de hablar de ello ya que a partir del lunes tendremos resultados que invalidan las hipótesis y ya sólo quedará un número sobre el que elucubrar: el del gordo.


Román Rubio
@roman_rubio
Diciembre 2015 



martes, 15 de diciembre de 2015

VEXILOLOGÍA

VEXILOLOGÍA


 No sabía ni que existía la palabra, la acabo de descubrir. Se trata de la ciencia o disciplina sobre las banderas, algo situado entre la historia y la semiótica y que me imagino imbricada dentro de la heráldica que se ocupa de escudos y blasones, que viene a ser casi lo mismo. Lo cierto es que la vexilología, como tal, es relativamente moderna. Apareció la palabra vexillology en 1957 usada por un tal Withney Smith profesor de ciencias políticas en la Universidad de Boston y pronto fue adoptada por la RAE en su forma españolizada. En la actualidad hay sociedades vexilológicas por todo el mundo, con sus congresos mundiales bianuales para tratar el apasionante tema de las banderas, sus formas, temas y colores. El hecho de que haya personas de distintas partes del globo que vuelen largas horas a lugares como San Antonio (California) o Melbourne (Australia)  para asistir a ponencias y encuentros para hablar de banderas es, para mí, un misterio mayor que el de la Santísima Trinidad. Es más, sospecho que el único objetivo de los participantes es largarse unos días de casa a algún lugar remoto. Los veo diciéndoles a la mujer: “Cariño, tengo que ir a Honololú a tomar parte en un interesantísimo debate sobre banderas farpadas en forma de corneta, ¿qué quieres que te traiga?” ¿Se imaginan el contenido de las ponencias?: “El pendón y el gallardete trapezoidal en los ejércitos napoleónicos”,  por el profesor  Delacroix de Paris -Nanterre, o “el color amarillo y la lucha de clases en países del África oriental” por Hans Krüger, profesor de teoría marxista de la Universidad de Leipzig. Cosas así.

Mi súbito interés por tan peculiar disciplina viene dado por un par de noticias o comentarios que oí hace poco en un programa de radio de la BBC World Service. La primera fue escuchar a alguien decir que la bandera de Nigeria era “aburrida”. “Verde, blanco y verde, con tres franjas verticales. “Aburrida hasta el bostezo”, fueron sus palabras aproximadas. Indagué sobre de la bandera nigeriana y descubrí  que fue diseñada por el estudiante Michael Akinkummi en 1959 y, tras ganar una competición o concurso, fue  adoptada como bandera nacional en 1960, seguido a la independencia de Nigeria del Reino Unido. Nunca se me habría ocurrido tachar a una bandera de “aburrida” pero hay que convenir que una  con una franja blanca vertical entre dos franjas iguales verdes sea la ganadora de un concurso a nivel nacional huele raro. Me hace preguntarme como serían las otras, o que grado de parentesco tenía el estudiante Akinkummi con el presidente del jurado.

El contexto de la noticia era el proceso en el que se ha envuelto Nueva Zelanda para cambiar su actual bandera, con reminiscencias coloniales británicas para muchos y demasiado similar a la de Australia para todos.


El resultado del concurso nacional al que se presentaron 12.929 diseños fue la selección de cuatro finalistas que se están siendo sometidos a votación por correo. De ellos saldrá uno que competirá el año próximo con la actual bandera en referéndum para, si gana, convertirse en la nueva insignia del país.

Tres de los diseños tienen como tema principal el helecho de plata (Silver Fern) –dos de ellos incluyen, además, las cuatro estrellas de la Cruz del Sur- El cuarto diseño muestra un símbolo maorí curvilíneo, el koru, que es figura clave en el arte y los tatuajes de esa etnia.
Si bien muchas banderas se basan en franjas de colores con interpretación previsible -el rojo simboliza la sangre, el amarillo el oro, el verde la feracidad del terreno, el blanco (o el negro, según conveniencia) la unidad de sus pueblos…- las hay que gozan de una rotundidad simbólica innegable, son favoritas de los (que Dios les perdone) vexilólogos y de la mayoría de los mortales y entre todas ellas destaca por sus brillante diseño, la Reina de las Banderas: la de Canadá: The Maple Leaf (la hoja de arce)


La insignia, que en la jerga de los heráldicos y vexilólogos “ha sido blasonada como “de gules en un palo en argén a la hoja de arce del primero” (hay que ganarse el estatus de especialista de alguna manera), reúne todas las buenas cualidades de una bandera: es simple y memorizable al primer vistazo, usa sólo dos colores (si el blanco es un color), es reconocible a primera vista y se asocia sin género de dudas al país que representa. Los colores, rojo del pabellón inglés y blanco del francés aluden a la historia y los orígenes. Y sin embargo, siendo la bandera más  glosada por especialistas y diletantes no consigue envolver a todos sus habitantes y erradicar las tensiones secesionistas que vive el país. ¡Lo que son las cosas!

Otras banderas similares a la canadiense   son las de Suiza, Japón y Turquía, también con mucho carácter y con el rojo y el blanco como elementos, siendo la japonesa la esencia de lo esquemático: un punto rojo en fondo blanco.

Las banderas del Reino Unido (Union Jack) y Estados Unidos (Stripes and Stars o Star Sprangled Banner, que de ambas formas se la conoce) son también grandes insignias, reconocibles y  reconocidas, tanto por el poder de su diseño como por su presencia en todos los rincones del globo.
Las insignias nacionales son un producto de márquetin diseñadas para albergar emociones por las que matar y morir, aunque los orígenes carezcan de la épica que se les quiere dar. Tomemos la española: la rojigualda. En la escuela se nos habló de  sangre y oro; la sangre vertida por la unidad y el oro que los malos españoles se llevaron a Moscú. La realidad es otra. Fue establecida en 1785 por Carlos III en Decreto Real, tras un concurso con doce propuestas. El motivo principal para la elección de los colores fue… la visibilidad. Los barcos de guerra debían ser vistos y reconocidos en la distancia con facilidad, con y sin viento. Dice el Decreto:
 Para evitar los inconvenientes y perjuicios que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la Bandera Nacional de que usa Mi Armada Naval y demás Embarcaciones Españolas, equivocándose a largas distancias ó con vientos calmosos con la de otras Naciones, he resuelto que en adelante usen mis Buques de guerra de Bandera dividida a lo largo en tres listas, de las cuales la alta y la baja sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total, y la de enmedio, amarilla, colocándose en ésta…
Lo que debería hacer reflexionar a quienes invitan a matar y morir por el trapito.
Y si de trapitos se trata, voy a elegir el mío. Tras verme las banderas de los países del mundo elijo como favorita la de Suazilandia. Sí, ya sé: incumple las dos primeras reglas del diseño; utiliza más de dos (o tres) colores y no es quizás lo suficientemente esquemática, pero no me digan que no queda estupenda con su escudo y sus lanzas que simbolizan las luchas que forjaron la nación y ese blanco y negro en el escudo que representa la unión de las razas. Estupendo.


Otra cosa sería el pasaporte. Si tuviera que elegir, les aseguro que la elección no tendría nada que ver con la bandera.






Román Rubio
@roman_rubio
Diciembre 2015 

jueves, 10 de diciembre de 2015

SAN SUITUNO DE WINCHESTER

SAN SUITUNO DE WINCHESTER




Apuesto a que no saben que hay un santo que se llama así: San Suituno; pues lo hay. El 15 de Julio se celebra en Inglaterra, en Winchester de manera especial, el día de St. Swithun (San Suituno de Winchester–que Dios le perdone por el nombre-). El santo sajón, obispo de la ciudad allá por los años 850 era célebre por su austeridad (como Cañizares) y amor a los pobres. Fundó muchas iglesias que visitaba siempre caminando. Dejó instrucciones para, tras su muerte, ser enterrado al aire libre, en lugar “pisable” y expuesto a la lluvia. Sus voluntades fueron atendidas hasta que en  971 se decidió darle una sepultura más acorde con su rango de obispo y santo y su cuerpo (o lo que iba quedando) fue trasladado al interior de la catedral. El día del traslado (15 de Julio) cayó un inmisericorde aguacero, preludio de un húmedo y frío verano que se consideró una represalia del santo por haberse incumplido su última voluntad. Esto dio origen a las populares rimas de:

Estatua del santo en la catedral de Stavanger

St Swithun’s day if thou dost rain/ For forty days it will remain…
O a esta otra:
If on St. Swithun’s day it really pours/ you’re better off to stay indoors

Ambas haciendo referencia al hecho de que el día 15 de junio marca el tiempo que hará los siguientes cuarenta días del legendariamente caprichoso verano inglés. No es nada original: los franceses tienen a su Saint Medard (8 de Junio), Saint Gervase y Saint Protais (19 de Junio) y los alemanes a sus Siete Durmientes de Efeso (27 de Junio) a quienes atribuyen la condición de señalar el tiempo que va a hacer durante el verano de la misma manera que los suecos creen que un San Andrés (30 de Noviembre) suave y cálido traen unas navidades de fuertes fríos y hielos y viceversa.
Para ser santos, además de buenos hay que hacer milagros. Está en los estatutos. El milagro que dio fama a St Swithun fue el de recomponer una cesta de huevos que transportaba una buena mujer y que fueron rotos por la maledicencia de alguien causando la penuria de la campesina. Paradójicamente, el cuerpo del santo, en su segundo enterramiento, fue desmembrado: la cabeza fue a parar a Canterbury, uno de sus brazos a Peterborugh y otras reliquias a otros lugares, entre ellos a Stavanger (Noruega)  que tiene dedicada al santo su catedral, lo que no deja de ser irónico: que alguien capaz de recomponer un huevo roto (o una cesta entera) no sea capaz de mantener unido su propio cuerpo. Así son las cosas de los santos.

El huevo roto ha sido un símbolo de lo que se ha malogrado definitivamente, de lo que ya no tiene remedio, si exceptuamos la concurrencia del santo  obispo sajón, dando lugar al que quizás sea el acertijo más famoso de la lengua inglesa:
Humpty Dumpty sat on the wall/ Humpty Dumpty, had a great fall
All the king’s horses and all the king’s men/ couldn’t put Humpty together again

 
El huevo antropomórfico (Humpty Dumpty) cae de la valla y se rompe, de modo que ni todos los caballos y hombres del rey son capaces de recomponerle. La rima es tan conocida en el mundo de habla inglesa que la alusión a “todos los caballos y hombres del rey” son símbolo de la futilidad de los medios ante lo que es irremediable, como la muerte, tanto en Alicia a través del espejo como en otras innumerables referencias artísticas y literarias. Incluso en  All the President’s Men, el libro de Carl Berstein y Bob Woowards sobre el caso Watergate convertido en película protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman;  el título juega con la analogía y el simbolismo clásico para significar que una vez filtrada la información ya nada podrá hacerse. El huevo está roto.

Nosotros, los valencianos (Nosaltres, els valencians) tenemos a nuestro particular santo milagrero: San Vicente Ferrer, también devoto y auxilio de los pobres pero con milagros mucho más sonados que la recomposición de unos simples huevos. Entre los muchos milagros y proezas que hizo el santo valenciano, voy a destacar tres.



El Miracle del Mocadoret.- Lo más destacable de este insulso milagrito que no voy a relatar es el nombre: “el milagro del pañuelito”. La ciudad ha dedicado una placita al noble evento en la parte antigua, junto a la Plaza de la Virgen con el nombre de Plaça del Miracle del Mocadoret en la que, curiosamente, vivió unos años de su infancia José Martí, poeta y Libertador de Cuba.

Milagro del albañil.- Presenciando el santo la caída de un albañil del andamio, mandó detener la caída con un gesto. El hombre quedó felizmente suspendido en el aire hasta que fue ayudado a tomar tierra de manera reposada y no traumática. Imbatible.

Milagro del niño cocinado.- Encontrándose el santo predicador en Morella, tierra de Ximo Puig (aunque éste no tenga nada que ver con el suceso), fue invitado a comer en casa de unos locales. Pobres como eran no tenían nada que ofrecer al santo (lo que me hace pensar en primer lugar qué clase de tipos invitan a comer a alguien si tienen la despensa vacía). La mujer de la casa, ante tan difícil coyuntura decidió cocinar a su propio y tierno hijo. Al enterarse el santo de la proveniencia del apetecible asado, como cualquier persona con poderes y con sentido común, recompuso y dio felizmente vida al muchacho que se alzó alegremente de la cazuela. No me consta qué es lo que finalmente cenaron pero habría venido bien que pasara por allí el carnero de Abraham.

De los más de 860 prodigios y milagros que se alegaron en el Proceso de Canonización del santo valenciano el más peculiar es quizás el de su “don de lenguas”, Hablando siempre en su lengua natal (valenciano) era perfectamente entendido por castellanos, franceses, vascos, piamonteses, lombardos… ¡Xe, tú; un fenómeno!

Román Rubio
@roman_rubio
Diciembre 2015 













martes, 8 de diciembre de 2015

MASSIEL, EL TRÍO LALALÁ Y EL FUGITIVO

MASSIEL, EL TRÍO LALALÁ Y EL FUGITIVO


En los círculos del PP, al trío formado por Pedro Sánchez  (PSOE), Pablo Iglesias (Podemos) y Albert Rivera (Ciudadanos) le llaman con ironía, algo de soberbia y unas gotitas de desprecio, el trío Lalalá; bueno, tras el debate que vimos en la tele la noche del lunes habrán dejado de hacerlo, pues la concurrencia de Massiel Sáez de Santamaría y, sobre todo, la ausencia de Richard Kimble (El Fugitivo) –de vacaciones en Doñana- habrán cortado de raíz las ganas de ironías, aunque en un partido con tipos tan pintorescos como Hernando, Floriano, Cospedal, Barberá, Aznar… nunca se sabe qué misteriosos caminos puede tomar la ironía.



 Lo cierto es que por primera vez en un debate de esta naturaleza el protagonista ha sido… un ausente, que por lo visto se dijo a sí mismo aquello de: “Más vale ser un cobarde un minuto (bueno, unas dos o tres horas que duró el evento) que  un muerto el resto de tu vida”. Lo cierto es que no se trata de un minuto, ni de una o tres horas. Se trata de que cuando hay un referéndum en Cataluña Rajoy desaparece, cuando hay elecciones plebiscitarias también, rehúye las ruedas de prensa y toda situación que conlleve algo de riesgo. Rajoy es esquivo, receloso y evasivo. Es medroso, tímido, temeroso, pusilánime, atemorizado, apocado, acoquinado, acojonado, achantado, encogido, irresoluto, amilanado, gallina, cagón y cagueta, que no son sino sinónimos que de la palabra “cobarde”. O si lo prefieren, lo contrario de animoso, arriesgado, audaz, bizarro, bragado, corajudo, valiente y varonil que responderían a los del tipo “valiente”. Y por eso, por todo ello, ha sido objeto de mofa en las redes sociales este martes de diciembre.


Los demás arriesgaron y como todo el que arriesga gana y pierde. Pedro Sánchez vio como Iglesias, en su afán por hurtarle votantes desengañados,  le comía el terreno en plan paternalista dejando ver que tenía poco poder en un partido con viejos vicios. A Albert se le vio inquieto, nervioso y como con ganas de decir más de lo que el tiempo y la ocasión le permitían, Pablo Iglesias –el campeón, según muchos- se lió con la invención de  una consultora, la “House Water Watch Cooper”y con un inexistente referéndum de pertenencia a España en Andalucía. Además, atribuyó a Churchill (cómo no) una cita sobre la perfidia de los números que al parecer éste nunca dijo; ¡ay que ver la cantidad de citas falsas que se le atribuyen a Churchill! La Vicepresidenta aguantó el chaparrón, recitó su martingala desde varios ángulos y arriesgó lo que debía de haber arriesgado otro. ¡Ah, por cierto!, alguien, quizás Albert Rivera, o quizás Iglesias debería decirle a la Vicepresidenta que el nombre del muy nombrado Mas (Artur), catalán él, se pronuncia Artúr (perdón por la tilde) y no Ártur, como se pronunciaría si fuera un inglés desafortunado que hubiera perdido la “h” en el proceloso camino a la independencia. Son esos pequeños detalles que una vicepresidenta de España y, como ella mismo dice, también de Cataluña, no debería pasar por alto ni despreciar. Los catalanes (entre otras cosas) están hartos de que esto ocurra.

Se dice que La presencia de Mariano habría sido peor. Podrían tener razón. Dicen que por la edad. Que hubiese quedado fuera de lugar dada la diferencia de edad que le separa de los otros contendientes. Niego la mayor. No es la edad, es la antigüedad, el anacronismo, el olor a neftalina, la vetustez, el arcaísmo y la obsolescencia lo que habría hecho su presencia en el debate un anacronismo. ¿O es qué se habría dicho lo mismo de la presencia en el debate de un Sandro Pertini (Presidente de la República italiana), Tierno Galván, Losé Mújica (Presidente de Uruguay) o la mismísima Manuela Carmena, venerables ancianos todos ellos? No, no es la edad. Es la dignidad que los años dan o quitan, depende. Rajoy, me temo, ya habría sido viejo a los treinta años para debatir con los que tenía que debatir. Como su amigo Bertín, pero al revés. Bertín era joven y desenfadado a los treinta y lo sigue siendo a los sesenta. Fachita él, pero juvenil. Nobody is perfect.

Román Rubio
@roman_rubio
Diciembre 2015