SEÑOR RAJOY
Lo siento. Hoy
toca hablar bien de ese señor. Hasta ahora sólo había destacado su tibieza para
afrontar los temas complicados, su propensión a dejar pudrir los problemas, sus
políticas de derechas y su poca gracia.
Hoy en cambio, con su venida a menos, sus defectos se me transmutan en
entrañables debilidades humanas. Sus tímidos comentarios sobre el tiempo con la
periodista: “hace frío. Las mañanas son frías… pero no nieva”, sus
exclamaciones extravagantes, como la de “viva el vino” forzando un candor para
el que no está dotado, su manera desabrida y sosa de poner la cara para besar a
las personas que tiene que besar por cortesía, su campechanía forzada, su ceceo
y su vetusta buena educación y compostura me acercan a la parte humana del
personaje.
Mi repentina
simpatía por Rajoy ha podido venir propiciada por la injusta declaración de la
ciudad de donde proviene su mujer (Pontevedra) como persona non grata. ¡Un poco
de cordura, señores! El asunto no tiene ni pies ni cabeza. Es otra muestra de
la histeria, el incorregible arrebato emocional sin sentido del que este pueblo,
con sus apasionadas y cainitas filias y fobias, parece incapaz de liberarse. Una
cosa es que te niegues a hacerle babosos honores (algo, por otra parte,
frecuente en nuestro país –acuérdense del patético Ferrol del Caudillo-) y otra
declararle la única persona non grata de la historia de la ciudad. Tiene toda
la razón Mariano a la hora de quejarse y sentirse herido: ni Hitler, ni Stalin
han merecido el “honor”. ¿Era necesario mostrar el rechazo agresivo a una
persona que quizás lo único malo que ha hecho por Pontevedra ha sido permitir
que una fábrica abierta mucho antes de llegar él a la Moncloa siga abierta? ¿Han nombrado
persona non grata acaso a Franco allí? ¿Qué haremos cuándo gane la derecha de
nuevo? ¿Nombrar persona non grata al alcalde Miguel Anxo? ¿Y qué honor nos
reservamos para Zapatero en León?, ¿la Cruz de Hierro?
Si al
innecesario ultraje al que se somete al Presidente por los actuales prebostes
añadimos la absurda agresión que sufrió con el puñetazo inmisericorde que un jovenzuelo le propició a traición, podemos
convenir que el hombre tiene motivos suficientes
para calificar de ingrata a la tierra que le vio dar sus primeros pasos.
Así es este
pueblo. Estoy viendo al fogoso pueblo valenciano insultando e injuriando a sus
otrora ídolos: a la diosa de la laca, la soberbia, los mercados y las Fallas,
señora Barberá y al pequeño Berlusconi de la Diputación que afirmaba que los de
su pueblo le votaban aunque les prometiera traer la playa. Fíjense bien en
ellos. Muchos son los mismos que les adoraban hace nada.
Sólo en
contadas ocasiones he sentido simpatía por líderes de la derecha. Más bien, me
han provocado rechazo. Y hablo de la derecha, no de esa cosa viscosa y
populista que representan tipos como Berlusconi o Sarkozy. Me refiero a gente
como Reagan, Churchill o Aznar.
Mi primer
síntoma del peligroso síndrome fue mi simpatía genuina por la señora Merkel.
Fue casi un amor a primera vista. Bestia negra de todo izquierdista europeo,
demonio de los podemos y syrizas del mundo, ha sido para mí un ejemplo de
sentido común, sensatez y rigor. Su filosofía es muy sencilla: gaste lo que
tenga, no más, y si puede, ahorre algo; no presuma demasiado, o mejor aún, no
presuma; sea discreto y moderado -no por más gesticular y levantar la voz se
tiene más razón- ni besuquee más allá de
lo que sea cómodo para su interlocutor/a; mienta poco o nada; pida poca o
ninguna ayuda –sólo la necesaria- y si lo hace, asegúrese de que podrá devolverla
y mantenga su palabra: sí, con los refugiados también; si se compromete a
acoger a 5000, no se quede con 17. Así de sencillo es su catecismo. Y por eso
me gusta.
Reconozco que
con la Thatcher nunca llegué a sentir esa empatía. Siempre la consideré el
brazo ejecutor de los adoradores del becerro de oro, azote del pobre y el
humilde, de modales arrogantes e inflexibles y con una visión del mundo con orejeras. Aún así, escuché
decir a alguien algo de ella que me conmovió y me hizo ver un atisbo del ser que había debajo de ese casquete de peluquería,
y no tenía que ver con la deriva cognitiva de sus últimos años.
Chris Patten
es una personalidad en Reino Unido. Es el actual Rector (Chancellor) de la Universidad de Oxford, cargo con un gran
prestigio en aquel país. Ha ostentado diversos cargos políticos y obtenido
título nobiliario. También presidió el órgano de gobierno de la BBC desde 2011
a 2014, pero quizás el público británico le recuerda como el 28º y último
gobernador de Hong Kong. Lo fue hasta el 31 de junio de 1997 en que, con la
presencia de los Príncipes de Gales y a bordo del HMY Britannia se cedió la
soberanía a China. Pues bien, el hombre confiesa en sus memorias que la señora
Thatcher, en sus visitas a Hong Kong como Primera Ministra del Reino Unido se
alojaba, como es natural, en la opulenta y bien servida residencia del
gobernador, lo que no era impedimento para que la mujer se hiciera ella misma
la cama en la que había dormido cada noche antes de iniciar la agenda oficial.
Había leído lo mismo de Mandela. Sus años de prisión habían grabado en él el
hábito de hacerse la cama cada mañana se encontrase dónde se encontrase: en la residencia
presidencial o en un hotel. No me habría sorprendido nada oír lo mismo del
uruguayo Múgica o del argentino Bergoglio
pero de Margaret Thatcher, la verdad, sí que me sorprendió. Imaginé a la tendera,
tan odiada por mineros y sindicalistas como menospreciada con condescendencia por
la aristocracia (incluyendo la propia Reina) haciéndose la cama en la lujosa residencia del gobernador y me di cuenta de que nada es como
parece.
Román Rubio
Noviembre 2016