NO ME PISEN EL
CALLO
Lo dicho. Por
una razón o por otra, un buen número de mis artículos van a denunciar tormentas
en vasos de agua. Ya se trate del atuendo de los Reyes Magos, las figuritas de
los semáforos o las declaraciones de cualquier correveidile del vodevil
nacional, provocan un vocerío de indignación en una plebe irascible y
malhumorada que parece pasar el día (a falta de mejores cosas que hacer)
mesándose los cabellos y rasgándose las vestiduras de manera farisea ante
cualquier “quítame allá esa pajas”. ¿Qué es un español? Según el antiguo
diccionario de la RAFE (Real Academia Facha de la Lengua) que tengo en casa, en
su primera acepción es un individuo que está permanente estudiando inglés. Yo
lo rectificaría: cambiaría “aprendiendo” por “matriculándose”, pero eso es cosa
de los académicos. Claramente esta acepción tendrá que ser pronto eliminada del
diccionario habida cuenta de la cantidad de jóvenes que gracias a la avidez y
codicia de sus papás y abuelitos están recorriendo el mundo a lo ancho y a lo
largo con una decisión y solvencia que (de tener dignidad) haría sonrojar a la
generación anterior.
La segunda
acepción de la palabra “español” es absolutamente vigente: “persona a la que,
de manera continua y premeditada, le están pisando permanentemente el callo del pie
derecho”, dice mi valioso diccionario.
¿A que sí? ¿A
que están de acuerdo con la definición? ¿Quién si no se pasa el día al volante
del coche haciendo sonar el claxon amenazadoramente ante cualquier otro
compatriota que se permita dudar una décima de segundo sobre la dirección a
tomar? ¿Quién si no el españolito es capaz de llamar burro, ladrón, gilipollas
y subnormal a cualquier “arbritucho” que se digne a pitar algo en contra del equipo de su hijo, o de su alma?
¿Es mala persona, es maledicente y cruel pues, el
español? En absoluto. Ese mismo energúmeno que pita amenazadoramente e insulta
al árbitro nada más saltar al campo con la pretensión de arbitrar a su hijo de forma imparcial forma
parte de un pueblo solidario que, por poner un ejemplo, está a la cabeza de donación de órganos en el
mundo. Es sólo que están continuamente pisándole el callo del pie, y así,
cualquiera tiene mal genio.
Según el
periódico de no sé qué día de la semana pasada, el escritor Pérez Reverte “la
vuelve a liar en Twitter”. Dios santo: ¿qué habrá dicho? Lo busco con
expectación y me encuentro con un mensaje en forma de tweet que dice: “los
yihadistas deben de estar acojonados por las florecitas, las velitas y nuestro
enérgico “todos somos Bruselas”. Y hasta la próxima”. Y eso era todo. No
maldice el cristianismo, ni el islam ni declara él mismo la yihad o la Cruzada,
no. Sólo insinúa delicada y vagamente, como si de una Hermanita de la Caridad
se tratara, que las medidas antiyihad deberían ser más contundentes. Tan simple
como eso. Ante este tipo de eventos, sabemos por experiencia que hay dos
posturas: una, garantista de las libertades y por tanto más prudente en sus
medidas de seguridad y otra, celosa de la seguridad, con medidas más enérgicas
y radicales. Pérez Reverte está en una posición. Otros están en otra. Punto.
¿Por qué tienen estas declaraciones que pisar el callo de tantos españolitos?
Otra
trivialidad: el amigo Piqué. ¡Hay, el amigo Piqué! ¡Cuánto dará que hablar este
muchacho! Ya no se conforma con haberse casado con estrella internacional del
espectáculo y declarar su preferencia por el referéndum catalán, no. No se
conforma con ser el objeto de las pitadas en todos los campos que pisa (fuera
de Cataluña, claro). Ahora ha conseguido que todos nos familiaricemos con una
app, red social, entorno digital, o lo que diablos sea que se llama Periscope,
y que, por lo que yo sé, no es sino una plataforma en dónde colgar vídeos
caseros en tiempo real (lo que quiera que esto signifique). En la época en que
los famosos de toda índole establecen canales de comunicación con sus
seguidores vía redes sociales tipo Facebook o Twitter el hecho de que Piqué
cuelgue vídeos de trivialidades y los ponga a disposición de sus seguidores
parece algo inaceptable para los encallecidos pies derechos de los malhumorados
españoles. En fin, para aquellos que no hayan visto aún los afamados
“Periscope” de Piqué les recomiendo que no lo hagan. Son infumables. El hecho
de que alguien sea capaz de aguantar
siete minutos de bromitas y sandeces del muchacho con sus colegas en un avión,
con una realización infame debe de ser porque es muy, pero que muy culé, ama al chico de manera incondicional o tiene un conato de debilidad mental.
Yo, que creo no pertenecer a ninguno de los tres grupos, lo intenté y no aguanté
más de minuto y medio. ¡Ah! Y para algunos locutores de la radio nacional: si
nos atenemos a la fonética inglesa o francesa, la última “e” de Periscope es
muda.
Román Rubio
Marzo 2016