POBRE ESPAÑA
¿Qué maldición tiene España que no puede soportar la
idea de la convivencia, la paz y el progreso sin sentir la necesidad de
suicidarse una y otra vez? Los catalanes reniegan de ella como de una madrastra
cruel, rancia y fascista, los vascos también y el proceso de descomposición va
de fuera adentro como diagnosticó Ortega hace casi un siglo. Ay, triste España
de Caín, que dijera aquel anarquista conservador, creyente –que no católico-,
republicano de derechas que murió en Salamanca en la Nochevieja del 36 y que
elogió tanto como aborreció el Alzamiento de Franco. Mientras unos sueñan con
romperla y ven en la desvinculación de los otros la fuente de la felicidad y el
progreso, otros, que no tienen donde independizarse quieren romperlo todo. La
izquierda, nostálgica de una República de Durrutis y Pasionarias, ataca la
Constitución a la que acusa de obsoleta,
ineficaz, anacrónica y esclavizadora, como a la Monarquía. ¿La Transición? Una
bajada de pantalones, una concesión a l’ancien
régime fascista y tradicionalista que ha dado lugar a un régimen corrupto y
rendido al capital. Hay que desmoronar todo de nuevo. No importa que el país
–de manera excepcional- haya vivido 50 años de paz y progreso-, en la medida en
que las cosas no son como yo las quiero.
El español –e incluyo al vasco y el catalán- tiene
una marcada inclinación a la ira y la obcecación y una aversión a lo que los
anglosajones llaman compromise que no
es sino saber encontrar el punto en el
que llegar a un acuerdo que sea
aceptable para todas las partes. Porque hay que vivir juntos. No vale matar o
enviar a la cárcel o al exilio al contrario. Sí, ya sé que no se juzgó a los
responsables de la represión tras la guerra civil que sí que habían juzgado a
los que habían “paseado” a terratenientes y curas, pero en algún momento había
que parar la barbarie. Se amnistió a todo quisqui y pocos quedaron contentos. Yo,
sí. El día en que mi padre cobró la
primera paga de jubilación por haber sido oficial del ejército republicano di
por consumada la conciliación de las españas. Aunque aún hoy, muchos miserables
se opongan a que otros busquen a antepasados en las cunetas aludiendo de manera
rastrera a “subvenciones”.
¿Y la Monarquía? Me resulta difícil defender racionalmente
una institución que es hereditaria y aparentemente inútil: es anacrónica, es
injusta (en la medida que goza de privilegios –que otros ven como cargas-) y
puede ser costosa para un país. Por tanto, solo aportaré, como abogado del
diablo, argumentos empíricos en su defensa: Alemania, Francia, Italia y Portugal son
repúblicas perfectamente democráticas. Reino Unido, Holanda, Suecia, Noruega y
Dinamarca son monarquías parlamentarias. ¿De verdad creen que la calidad
democrática de las repúblicas es superior a la de las monarquías? En serio. No
digo que sea inferior pero, ¿superior? En Oriente Próximo, Arabia Saudita es
una Monarquía con un régimen poco envidiable, pero tampoco la República Islámica de Irán lo es: de hecho,
no estoy seguro de que sea mejor que la Persia del sha. Y en Extremo Oriente,
¿es superior el régimen republicano chino al imperial de Japón en términos de
calidad democrática, justicia social y ejercicio de las libertades?
Hoy todo el mundo habla de la necesidad de reformar
la Constitución. Parece ser que no hay nada más urgente ni apremiante. No
importa que el país tenga un paro endémico inasumible, que la curva demográfica sea
preocupante, que los jóvenes solo consigan trabajos de chicha y nabo y que los
cerebros (como siempre) se tengan que marchar al extranjero, no: lo importante
es reformar la Constitución. Pues bien, hagámoslo. Pero, hay que tener en
cuenta que las reformas se hacen con consensos y que si uno no obtiene lo que
quiere, debe (aunque sea en contra de su voluntad) aceptar los resultados.
Hagámoslo. ¿Creeis que quiénes piden la reforma con urgencia aceptarían los
resultados del consenso? Bla, bla, bla.
Román Rubio
Febrero 2018