GENTRIFICACIÓN
Tengo amigos a
quienes les gusta quejarse. De esto y de lo otro. Como de lo chulo, incómodo,
desnaturalizado, caro, desabastecido y turistizado que se está poniendo su
barrio. Los hay que viven en el centro y se lamentan del desfile de turistas,
de los pisos de alquiler y la desaparición del comercio tradicional. Parece
como si en vez de necesitar comprar cebollas y pan se alimentara uno de
muñequitas vestidas de sevillana, sombreros made
in China o toritos para poner encima del televisor. Se lamentan de que en
vez de vecinos tienen en el piso de abajo (o lo que es peor en el de arriba) una
sucesión de grupos de jóvenes holandeses contentísimos de experimentar los
precios bajos de la cerveza y el vino de España. Otros, que viven en Ruzafa, se
quejan de que el barrio se ha convertido en una gran cafetería con rincones
propios para la venta de vinilos y otros productos vintage, presentaciones e intercambios de libros abstrusos o sobre mindfulness y el diseño y venta de
cualquier cosa que no se encuentre en El Corte Inglés entre mojito y taza de rooibos. Ninguno se
queja, por cierto, del hecho de que su propiedad, que compraron por cuatro
perras, ahora, gracias a todos estos inconvenientes de la turistificación, vale un buen montón de euros en el mercado.
Y es que el
capitalismo es lo que tiene: que los fenómenos o tendencias, tal como explicaba
Marx, al depender de estímulos económicos se mueven a estirones, sin planificación,
orden ni concierto, obedeciendo, exclusivamente, a las reglas del provecho. Las
zonas urbanas, cuando se deterioran, lo hacen de verdad, pero cuando se ponen
de moda y deciden acicalarse, lo hacen
arrasando con el tejido social y encareciendo el producto. En mi ciudad, y como
muestra del amor que la burguesía, la clase empresarial y la derecha política
locales han tenido por Jávea y Benicassim, han conseguido el deterioro total
del litoral marítimo de la ciudad. Empezaron asesinando (irremediablemente)
Nazaret, gracias a las ampliaciones portuarias, y siguieron con el acoso y
derribo del Cabanyal declarando la zona absurda y empecinadamente de derribo. Chapeau. La ínclita alcaldesa de
Valencia y España estará sonriendo satisfecha desde el más allá al ver el
desaguisado. Tardará El Cabanyal unos cuantos lustros en lucir, pero, créanme:
lo hará. Se convertirá en un barrio lucido (quizá también lúcido) y caro. Y
nuestros amigos que hayan comprado allí propiedad y que hoy se quejan del
deterioro del lugar se continuarán quejando, tras ver aumentado su valor
con desdén, del hecho de que haya perdido su esencia y sabor marinero para acabar convertido en “otro” barrio boutique.
Entiendo que
muchos se quejen de la gentrificación de sus barrios en la medida en la que se
llenan de turistas. Turismo significa ocio y este (a menudo) conlleva alcohol,
fiesta y ruido. Admito que el fenómeno de los apartamentos turísticos de
alquiler, con su cambio continuo de residentes, dificulta la vida de vecindario,
pero mi objeción es: ¿cuál era el punto de partida anterior? ¿Es que vienen,
acaso, de parajes idílicos? Lo cierto es que tanto Ruzafa como el casco antiguo
de mi ciudad (el Carmen, Velluters y Xerea) vienen de sufrir un deterioro
considerable. Por motivos conocidos por todos, el público abandonó los centros históricos, en
un principio por los ensanches, después por los barrios periféricos de pisos
nuevos y finalmente por zonas suburbanas de chalets y adosados, provocando su
decadencia y deterioro. ¿O es que no recordamos El Carmen y, sobre todo, Velluters
en un estado decrépito y sucio, focos de
delincuencia y marginalidad? Tengo memorias de los barrios barceloneses del
Raval y el Born, con sus insalubres callejuelas e infraviviendas en edificios
apuntalados por riesgo de demolición en que los vecinos tendían la ropa a la
napolitana (en la fachada) y tiraban la bolsa de basura por la ventana para
ahorrarse la empinada y oscura escalera. ¿Es eso preferible al barrio lleno de
viviendas de alquiler a turistas que cambian cada pocos días, que solo compran
alcohol y muñequitos de torero? Sí, ya lo sé. Lo ideal sería un barrio limpio,
ordenado, con gente de aquí, con sus niños y sus ancianos, sus supermercados, su
horno con comida para llevar y gran variedad de comercio de conveniencia, algún
bar y restaurante de pronto cierre, céntrico y bien comunicado, con colegios
para los niños, residencias para los ancianos y clínicas, salones de belleza y
tiendas para las mascotas (verdaderos reyes del lugar).
Ring, ring,
¿me pone con el señor Marx? No, con Maduro no, ni con Raúl tampoco; he dicho
con el señor Marx. Me da igual que sea Karl o Groucho.
Román Rubio
Julio 2017