sábado, 29 de julio de 2017

GENTRIFICACIÓN

GENTRIFICACIÓN
Tengo amigos a quienes les gusta quejarse. De esto y de lo otro. Como de lo chulo, incómodo, desnaturalizado, caro, desabastecido y turistizado que se está poniendo su barrio. Los hay que viven en el centro y se lamentan del desfile de turistas, de los pisos de alquiler y la desaparición del comercio tradicional. Parece como si en vez de necesitar comprar cebollas y pan se alimentara uno de muñequitas vestidas de sevillana, sombreros made in China o toritos para poner encima del televisor. Se lamentan de que en vez de vecinos tienen en el piso de abajo (o lo que es peor en el de arriba) una sucesión de grupos de jóvenes holandeses contentísimos de experimentar los precios bajos de la cerveza y el vino de España. Otros, que viven en Ruzafa, se quejan de que el barrio se ha convertido en una gran cafetería con rincones propios para la venta de vinilos y otros productos vintage, presentaciones e intercambios de libros abstrusos o sobre mindfulness y el diseño y venta de cualquier cosa que no se encuentre en El Corte Inglés  entre mojito y taza de rooibos. Ninguno se queja, por cierto, del hecho de que su propiedad, que compraron por cuatro perras, ahora, gracias a todos estos inconvenientes de la turistificación, vale un buen montón de euros en el mercado.

Y es que el capitalismo es lo que tiene: que los fenómenos o tendencias, tal como explicaba Marx, al depender de estímulos económicos se mueven a estirones, sin planificación, orden ni concierto, obedeciendo, exclusivamente, a las reglas del provecho. Las zonas urbanas, cuando se deterioran, lo hacen de verdad, pero cuando se ponen de moda y deciden  acicalarse, lo hacen arrasando con el tejido social y encareciendo el producto. En mi ciudad, y como muestra del amor que la burguesía, la clase empresarial y la derecha política locales han tenido por Jávea y Benicassim, han conseguido el deterioro total del litoral marítimo de la ciudad. Empezaron asesinando (irremediablemente) Nazaret, gracias a las ampliaciones portuarias, y siguieron con el acoso y derribo del Cabanyal declarando la zona absurda y empecinadamente de derribo. Chapeau. La ínclita alcaldesa de Valencia y España estará sonriendo satisfecha desde el más allá al ver el desaguisado. Tardará El Cabanyal unos cuantos lustros en lucir, pero, créanme: lo hará. Se convertirá en un barrio lucido (quizá también lúcido) y caro. Y nuestros amigos que hayan comprado allí propiedad y que hoy se quejan del deterioro del lugar se continuarán quejando, tras ver aumentado su valor con desdén, del hecho de que haya perdido su esencia y sabor marinero para  acabar convertido en “otro” barrio boutique.

Entiendo que muchos se quejen de la gentrificación de sus barrios en la medida en la que se llenan de turistas. Turismo significa ocio y este (a menudo) conlleva alcohol, fiesta y ruido. Admito que el fenómeno de los apartamentos turísticos de alquiler, con su cambio continuo de residentes, dificulta la vida de vecindario, pero mi objeción es: ¿cuál era el punto de partida anterior? ¿Es que vienen, acaso, de parajes idílicos? Lo cierto es que tanto Ruzafa como el casco antiguo de mi ciudad (el Carmen, Velluters y Xerea) vienen de sufrir un deterioro considerable. Por motivos conocidos por todos,  el público abandonó los centros históricos, en un principio por los ensanches, después por los barrios periféricos de pisos nuevos y finalmente por zonas suburbanas de chalets y adosados, provocando su decadencia y deterioro. ¿O es que no recordamos El Carmen y, sobre todo, Velluters en un estado decrépito y sucio, focos  de delincuencia y marginalidad? Tengo memorias de los barrios barceloneses del Raval y el Born, con sus insalubres callejuelas e infraviviendas en edificios apuntalados por riesgo de demolición en que los vecinos tendían la ropa a la napolitana (en la fachada) y tiraban la bolsa de basura por la ventana para ahorrarse la empinada y oscura escalera. ¿Es eso preferible al barrio lleno de viviendas de alquiler a turistas que cambian cada pocos días, que solo compran alcohol y muñequitos de torero? Sí, ya lo sé. Lo ideal sería un barrio limpio, ordenado, con gente de aquí, con sus niños y sus ancianos, sus supermercados, su horno con comida para llevar y gran variedad de comercio de conveniencia, algún bar y restaurante de pronto cierre, céntrico y bien comunicado, con colegios para los niños, residencias para los ancianos y clínicas, salones de belleza y tiendas para las mascotas (verdaderos reyes del lugar).

Ring, ring, ¿me pone con el señor Marx? No, con Maduro no, ni con Raúl tampoco; he dicho con el señor Marx. Me da igual que sea Karl o Groucho.

Román Rubio
Julio 2017

domingo, 23 de julio de 2017

POR SI LAS PITONISAS

POR SI LAS PITONISAS
Me pregunto por qué a tantos les resulta tan difícil creer que Miguel Blesa se haya suicidado. No sé si es por mala conciencia por haber deseado su mal tantas veces o, simplemente, por haber visto demasiadas películas de Bourne. Por algún motivo, el suicidio de un notable lleva a muchos a pensar en el asesinato y el asesinato en el complot. El común de los mortales o “pueblo llano” siempre ve oscuras tramas en donde hay muerte violenta quizá porque quiere que el mundo se parezca a las películas y porque el muerto nunca va a desmentir sus complicadas elucubraciones.

Lo cierto es que la muerte de Blesa cuadra a la perfección con el suicidio. Su caída a los infiernos fue vertiginosa: de la cúspide del poder económico, con sus viajes en avión alquilado para matar  mastodontes en cualquier confín del mundo, a la pobreza de quien se las ve y se las desea para pagar el gas por el bloqueo a sus cuentas y propiedades impuesto por el juez. Del prestigio deslumbrador del poderoso al estatus contaminante del apestado. El lugar elegido es el idóneo -¿quién habría de querer hacerlo en el salón de su casa?-. El campo es limpio, es discreto en su amplitud y no mancha a nadie. Descartado el campo abierto, lo que supongo que debía ser la primera opción (¿quizá porque se debía de asegurar de que alguien oyera el tiro?), el hombre lo hizo discretamente en el garaje de la casa y no, como es natural, en la zona habitable. El tiro, al pecho. Por dos razones: una, porque se trataba de  su rifle y su munición y sabía exactamente el efecto del tiro en su cuerpo. Lo había visto en animales en innumerables ocasiones. La segunda, por no desfigurar su cara. ¿Quién querría destrozar su cara y cabeza si tiene la certeza que va a morir con un tiro al pecho? ¡Ay, la vanidad! Como dijo Sábato, “…es tan fantástica que hasta nos induce a preocuparnos por lo que pensarán de nosotros una vez  muertos y enterrados”.

¿Y qué ocurre con la herencia? En la antigua Roma se invitaba a los enemigos del Emperador a cometer suicidio como única manera de que sus herederos pudieran conservar sus propiedades.
En el caso que nos ocupa, los herederos tienen tres salidas: renunciar a la herencia, aceptarla con las cargas que puedan sobrevenir del desenlace civil de los procesos iniciados o aceptarla a beneficio de inventario; es decir, hacer frente a los cargos sólo por el montante de lo heredado. Ellos sabrán.

La rápida incineración del cuerpo del banquero evita el esperpento que se ha vivido con el caso Dalí, al que se enterró en su día bien embalsamado. Pilar Abel alega ser hija no reconocida del pintor surrealista de sexualidad muy, pero que muy imprecisa. Algo de base debe de haber en la reclamación puesto que ha sido aceptada por el juzgado, para lo que se ha debido de exhumar el cadáver del pintor y mutilarlo para tomar muestras con las que llevar a cabo las pruebas de ADN. Lo cierto es que, de probarse la paternidad biológica, la tal Pilar tendría derecho a usar el apellido Dalí y (según su abogado) a un 25% del patrimonio del pintor en el momento de su muerte, lo que debe significar mucho pero que mucho dinero, en la actualidad propiedad del Estado español.
Pilar Adán, presunta hija del artista surrealista y de profesión (ex)pitonisa, había conducido un programa de adivinación en la televisión local de Girona y en 2005 presentó una querella contra Javier Cercas basándose en las similitudes con la Pitonisa Jasmine (Conchi) que aparece en la novela Soldados de Salamina, reclamación archivada por el juez en 2009. Entre las similitudes que señalaba la demandante, de profesión querellante, estaba su atuendo habitual, a saber: “las minifaldas ajustadas, los tacones de aguja y “hasta” el pelo oxigenado” por lo que ella reclamaba 600.000 € de indemnización.

¡Ay!, la vanidad. Ya ven, Blesa salvó su cara para que las llamas destruyeran todo lo demás. Dalí, sin embargo se hizo embalsamar para estar presentable en la eternidad sin sospechar que iba a salir otra vez en este mundo, con su bigote marcando las diez y diez,  para que le tomaran muestras.
Yo lo tengo claro. Me haré incinerar. Por si las pitonisas.

Román Rubio
Julio 2017

martes, 18 de julio de 2017

¡QUIÉRETEME!

¡QUIÉRETEME!
No daba crédito. Me advirtió mi amigo Benito Ledesma por WhatsApp. Decía haber oído la exhortación por la radio y yo le creí a medias, pensando que era rizar demasiado  el rizo. Hasta que en la mañana de ayer la escuché con estos oídos. Se trata del anuncio de unos grandes almacenes. Al final de toda la retahíla de consejos comerciales sobre pareos, polos de caballero, sandalias de playa y vestidos frescos para el verano, la interpelación directa al cliente: ¡Quiéreteme!

Todo venía porque yo le había comentado con anterioridad a mi amigo lo irritante que me resultaba el uso del pronombre enclítico de primera persona “me” entre desconocidos, en lo que para mí es un intento marrullerete y simplón de impostar campechanía y cercanía. Le relaté como acompañé a una familiar mía a hacerse una sencilla operación quirúrgica de ojos. En la consulta, la oftalmóloga -una pizpireta y bronceada mujer de treintaitantos- le daba a mi familiar, entre golpe y golpe de melena, recomendaciones del tipo “no ‘me’ abras los ojos a pleno sol” “no te ‘me’ limpies la lágrima con el dorso de la mano” y cosas así. Yo, confieso que tenía que morderme la lengua en cada ocasión para no rectificarle y decir: “¡Ah!, ¿quieres decir que ‘no abra’ los ojos o ‘se limpie’ con el dorso de la mano?”, haciéndole ver que ese “me” suena a falsa impostura, es paternalista y da otra vuelta de tuerca al infantilismo dominante en nuestra sociedad, en un empeño de hacernos a todos niños mimados. Bastante tuvimos algunos en la infancia cuando nuestras madres decían aquello de: “mi hijo me come muy bien” o “qué mal que me come esta criatura”. Pero, en fin, se trataba de nuestras madres y ellas sufrían “de verdad” cada bocado que dejaba de dar su hijo, cosa que no parece ser el caso de la desenfadada y muy bien remunerada oftalmóloga de pago y de lucida melena.

La primera parte del mensaje comercial –“Quiérete”- insiste en la línea de la marca, que hace unos años sacó la campaña “Porque tú te lo mereces” ¿Se acuerdan? Era aquello de: ¿No querías ese vestido tan elegante y que te quedaba tan bien de Vincenzo & Porquino? Pues es tuyo, mujer. ¿Y los zapatos de Ruperto Vespino, aquellos tan caros? Pues también, “porque tú te lo mereces”. Y tú, muchacho, te mereces ese traje de Leovigildo Plegma que antes valía 700€ y ahora sólo 650€, con el que vas a arrasar… En definitiva, todos, para los grandes almacenes, nos merecemos “lo mejor”, que no es sino, exactamente, lo que ellos venden. Lo que ya me parece un alarde de estrambótico funambulismo es la última parte del mensaje: ese “me” atrevido, falso como un doblón de hojalata y ofensivamente paternalista.

Y como hoy va de pronombres enclíticos (aquellos que se posponen  a los infinitivos, gerundios e imperativos de los verbos) no dejaré de mencionar la que, sin duda, es la noticia de la semana –con el permiso de la última movida del separatismo catalán y la detención de tal o cual prócer-. Se trata de la decisión de la RAE de aceptar “iros” como forma válida para el imperativo del verbo ir, que tenía (y seguirá teniendo) “idos” como forma normativa, asunto que los suramericanos y canarios  tenían ya solucionado con su “váyanse”, como en “váyase, señor González”. Ha sido estupendo. De un día para otro han salido defensores y detractores de una y otra forma en las redes sociales. Los cultos, el puñado y medio que usaban  “idos”, han saltado enfurecidos ante lo que era un clamor, como un día ocurrirá con el “andé” y el “anduve”. Han visto devaluado ese conocimiento que les hacía mirar por encima del hombro a los pobres desgraciados incultos que decían “iros” de la misma manera que estos miraban por encima del hombro a los que, como la inefable Lola Flores, decían: “¡Si me queréis, irse!”.

Estoy con Pérez Reverte cuando manifiesta lo de: “Ahora resulta que los que decían y escribían ‘idos’ eran muchísimos y estaban todos en Twitter. Qué sorpresas te da la vida”.

Román Rubio
Julio 2017

martes, 11 de julio de 2017

TANINOS

TANINOS

En el libro que estoy leyendo, alguien (no diré de quién se trata, ya que la identidad del “personaje” es peculiar y muy relevante) se dispone a hablar de un vino que se está bebiendo en la mesa y del que no puede ver la etiqueta. Y lo hace en los siguientes términos: “Me veo forzado a aventurar que se trata de un Échézeaux Grand Cru. Si me pusieran una pistola en la cabeza para que arriesgara el “domain” (la zona) soltaría La Romanée- Conti, aunque solo fuera por el aroma a grosella y picota. El toque de violetas y delicados taninos sugieren el letárgico y suave verano de 2005, tan a salvo de las olas de calor, aunque un juguetón y remoto aroma de moca, así como uno más próximo de banana madura, conducen al dominio de Jean Grivot de 2009 (…)”. ¿Grosella?, ¿picota?, ¿violetas?, ¿moca?, ¿banana madura? ¿De verdad que el vino que te estás bebiendo “te sabe” a todo eso? Ahora tengo otro dato sobre el porqué de mi limitado éxito en la vida: Quizás se deba a mi falta de sofisticación, porque a mí, lectores, el vino me suele saber a vino. Ni a frutos del bosque ni a hojarasca otoñal (gracias a dios) ni, mucho menos, a setas. En cuanto a los taninos… qué quieren que les diga, si ni siquiera sé muy bien qué son, ¿cómo voy a saber a qué saben?

Lo que parece claro es que la cháchara de los prosistas del vino, al contrario que las ciencias puras, no cumple la propiedad conmutativa, esa de A+B = B+A. Veamos el planteamiento en sentido inverso: ¿Qué sabor tiene un plato con grosellas y picotas salpicadas con un puñado de violetas, algo de moca y una banana madura aliñado con taninos? Está claro, ¿no?; sabe a vino Échézeaux Grand Cru de 800 pavos la botella. O quizá no. Es imposible definir un sabor o un olor con palabras. Todo lo que somos capaces de hacer es hacerlo por aproximación, nombrando, de manera imprecisa, sabores parecidos. Torpes aproximaciones.

Provengo de un pueblo de zona no vinícola. Aún así, algunos lugareños conservaban una viña para elaborar vino para el consumo de la casa y vender el excedente. Mi padre me mandaba a comprar vino con una garrafa de cinco litros a casa de un cosechero del pueblo siendo niño. Allí, en la bodega de la casa, la tía Belén se sentaba en un taburete, abría el grifo del tonel y mientras la garrafa se llenaba de líquido, mis narices lo hacían de un aroma intenso. Ese es, para mí, el olor del vino. El auténtico. He pasado el resto de mi vida midiendo el aroma del vino con el de aquella bodega, y el sabor, con el del trago que yo invariablemente daba de la garrafa en el camino de casa. Para mí, ese ha sido y sigue siendo el patrón sobre el que giran el aroma y el sabor del vino (o caldo, como llaman algunos). Conozco a quién la medida del sabor le viene dado por el sorbo que escamoteaban del vino del cura mientras preparaban los utensilios de la misa siendo monaguillos y otros, del trago de la bota que les ofrecían de niños los adultos en los descansos de las labores agrícolas.

Muchos años después, los monaguillos y pillastres de aquella pobre España  “aprendimos” que el vino se bebe en copa de buen cristal y no en los vasos de carajillo en los que se chateaba antaño, presenciamos con naturalidad y casi con indiferencia cómo nos cambiaban la copa en el restaurante cada vez que se cambiaba la botella de la mesa y sobre todo, aprendimos a hacer ridículas aproximaciones lingüísticas tratando de explicar o definir el sabor del vino, cuando en realidad solo sabe a vino, como la manzana a manzana y la picota a picota. Y a vino sabe el que lleva en la bota mi amigo Leo de Miguel cuando salimos de excursión. Nunca pregunto sobre la etiqueta de lo que pone dentro. A mí me sabe, no a grosellas, ni a moras ni a moca ni mucho menos a taninos. Me sabe a gloria; como el de la bodega de la tía Belén.

P.D. El libro que estoy leyendo es Nutshell (Cáscara de nuez) de Ian McEwan, y es muy bueno.

Román Rubio
Julio 2017

sábado, 8 de julio de 2017

SELECTIVO

                                                              SELECTIVO
Con referencia a mi anterior artículo, LOGSE, he recibido comentarios de personas remarcando la idea de que la enseñanza privada (y/o subvencionada) es superior a la pública, y de ahí la mayor demanda existente en los sitios en que estas entran en competencia. Argumentan que la concertada es más barata y obtiene mejores resultados. Como profesor de la pública que he sido durante muchos años les puedo asegurar que  esto no es así, o no es así del todo. Ni en una cosa ni en otra. Y si es así, lo es con matices. Veamos:
El hecho de que la enseñanza privada sea de pago introduce un poderoso sesgo. Sólo los pudientes pueden acceder a ella, lo que la hace exclusiva de la clase media- alta y alta que estadísticamente obtienen mejores resultados que el conjunto de la población, aunque solo sea por selección natural de la especie. La concertada introduce “contribuciones” monetarias en concepto de colaboración y mejoras, material escolar, actividades extraescolares, uniforme, etc. que encarece el servicio lo suficiente para que las capas más frágiles de la sociedad se autoexcluyan, con lo que logran, ”cristianamente”, desentenderse de muchos alumnos de extracto desfavorecido y rendimiento pobre que hacen bajar los logros. Esta misma circunstancia obliga al sistema a proveer a los centros públicos con especialistas en logopedia, refuerzos, etc. liberando a los concertados del gasto y del alumnado con problemas de aprendizaje. Además, la pública, por el hecho de que no tiene que ser necesariamente rentable, se ocupa de atender las necesidades rurales de población dispersa en donde a los centros concertados, y mucho menos los privados, ni se les ve ni se les espera, encareciendo el producto final. La pública es más cara, sí, pero cubre todo lo poco rentable del espectro. Alguien lo tiene que hacer.

Si en algún sitio se puede analizar comparativamente el sistema, aunque con los sesgos que he apuntado antes es en el Selectivo, las pruebas PAU de acceso a la universidad. Veamos cuales han sido los resultados de Cataluña en las pruebas de este curso 2016-2017: Ha habido cuatro chicas que han obtenido la nota máxima de 9.8: Ivet Boada, del IES Santiago Sobregués Vidal de Girona, María Torras, del IES Pius Font i Quer de Manresa, Mónica Torrecilla, del Colegio Santa Teresa Ganduxer (Teresianas) de Barcelona y Anna Sallés del Colegio Aula Escuela Europea. Todo chicas, dos provenientes de la pública (de Girona y Manresa) y dos de la privada (ambas de Barcelona, de los barrios ricos de Pedralves y Sarriá- San Gervasi); es decir, en la gran ciudad, donde la privada tiene más presencia (es más rentable), la privada se lleva los alumnos provenientes de las élites, igualando -que no mejorando- las calificaciones de alumnos de la pública de lugares donde hay menos oferta privada.
La nota más alta de Tarragona (un 9.75) la ha obtenido Arnau Dolç, del IES Antoni de Martí i Franqués (centro público) y la más alta de Lleida (9.5) ha sido compartida por los alumnos Oriol Ruiz y Pol Morer, ambos del IES Samuel Gili i Gaya y Laia Angrill del IES Arrells II, también público.
¿Dónde está pues la pretendida superioridad de la enseñanza privada y concertada sobre la pública? Desde luego, no en la excelencia. Quizá esté en el porcentaje de alumnos que presentan a selectivo sobre el número total de matriculados, pero ahí interviene mucho el sesgo de la procedencia familiar del alumnado.

Un par de cosas tengo claras:
Un buen alumno es bueno en la enseñanza pública, en la privada y en la concertada.
En igualdad de condiciones, los alumnos de la pública obtienen tan buenos resultados (a menudo mejores, como es el caso que nos ocupa) que los de centros privados y concertados.

Un año más, un hurra por el profesorado, tanto de la pública como de la privada y concertada, que ha conseguido sacar, con esfuerzo y dedicación (¡oh, Dios, odio esa expresión!) lo que los jóvenes llevan dentro.

Román Rubio

Julio 2017 

lunes, 3 de julio de 2017

LOGSE

LOGSE
No hace mucho que escuché en esRadio un debate sobre educación. Conducía por carreteras secundarias y la emisora de Federico se entrometió en mi dial. Era por la tarde de modo que lo que los intervinientes,  desconocidos para mí exceptuando a Garci, seguían la venenosa línea del jefe aunque sin el gracejo y chispeante elocuencia de aquel. Las posturas eran bien conocidas en el lugar. Los tertulianos se empeñaban en contradecir la asunción popular de que la generación de jóvenes actuales, obligada a emigrar en gran número, sea “la más preparada de la historia de España”. No es cierto, afirmaban los intervinientes. Y para apoyar tan peregrina e injusta afirmación aportaban razones como que muchos de “los jóvenes preparados” no sabían dónde nacía tal o cual río de España, que ellos habían aprendido tan bien en la Enciclopedia Álvarez y otras vetustas fuentes. Hablaban como si el lugar de nacimiento de, digamos, el Duero, la lista de los Reyes Godos o las Bienaventuranzas fueran argumentos que hoy en día sirvieran para acreditar el bagaje de alguien que no sea un rancio tertuliano (o escuchante) de esRadio. Los jóvenes de hoy (para los radioparlantes) son poco menos que asnos, producto del buenismo izquierdista, de la LOGSE y de Zapatero, y su preparación solo les hace aptos para servir platos en restaurantes de países europeos en donde sí que se aprenden cosas de verdad –sin especificar si allí aprenden donde nace el Duero-. No consideraron, como es habitual en ellos, que muchos de esos jóvenes “ignorantes” trabajan como ingenieros, informáticos o arquitectos en las firmas más relevantes, son capaces de hablar dos idiomas además del suyo (tres si son catalanes) y no como ellos, incapaces de decir algo inteligible en una lengua distinta de la castellana -como vimos con Garci en su momento-, o que son capaces de trabajar en entornos digitales de los que los ilustrados intervinientes no han oído ni hablar. También criticaban el hecho de que algunos cometieran faltas de ortografía y acentuación y tuvieran una redacción deficiente. Ellos, al parecer, dicen llevarlo bien, lo que no es gran proeza dado que algunos son periodistas profesionales y solo conocen una lengua, desprecian el catalán y consideran a los políglotas con el argumento de que “se puede ser tonto en varias lenguas” (cosa que he oído en esa emisora referido a alguien que habla lenguas extranjeras y tiene la desfachatez de “además” ser rojo, progresista, ecologista, animalista, sindicalista, feminista, marxista, leninista, castrista o cualquier “ista” que no sea “falangista” -que tampoco son bien vistos, pero hay cierta condescendencia si se trata de camisas viejas-).

Les conozco. Cuando empiezan en ese tono siempre acaban siempre echando la culpa al PSOE, a Zapatero y al hecho de que los alumnos pasen de curso sin aprobar las asignaturas y sin saber hacer la “o” con un canuto. Pues bien, señores. Es mentira. Eso no es ni ha sido nunca así. Ni antes ni después de Zapatero. Se ha promocionado de curso a pesar de tener suspensos cuando ya se ha repetido una vez (o varias, en el ciclo) intentando evitar que haya niños de 15 o 16 años, con barba y bigote, en aulas de niños de 11, como ocurriría si no se adoptaran ese tipo de medidas. Me gustaría oír a los intervinientes si tuvieran, en la clase de su hijo/a de 9 años tres o cuatro muchachos de trece o catorce, repetidores profesionales, de comportamiento disruptivo y pendenciero.

Los tertulianos conocen (o deberían conocer) que la pedagogía, como tantas otras cosas en la vida, se rige por movimientos pendulares y que, tras años de separación del rebaño juvenil por conocimientos y capacidades y viendo las deficiencias del sistema en términos de cohesión social, se optó, no solo en España sino en todo el mundo civilizado, por el sistema inclusivo de “todos en un mismo rebaño”. Así, nacieron las “Comprehensive Schools” en el Reino Unido de los años sesenta y, con este sistema de enseñanza inclusiva -y pública- países como Finlandia consiguen estar en el grupo de cabeza en resultados escolares. Deberían conocer también que muchos de los países a los que los nuestros jóvenes emigran tienen resultados similares a España en las pruebas y que la mayoría de ellos han dejado de enseñar listas de reyes y ríos y hacen trabajar a los niños,  monitorizados por el profesor, en proyectos participativos y activos con presentaciones y exposiciones finales, reforzando aspectos como el de hablar en público, el trabajo en equipo y la búsqueda de soluciones a problemas, dejando de  lado, entre otras cosas, las Bienaventuranzas y hasta, si me apuran, el recorrido del Duero.

Lo que en realidad parecían querer decir (tácitamente) los tertulianos es: quiero una clase para mi hijo en la que aprueben todos y si alguno no lo hace, que repita, pero que no admitan repetidores de años anteriores, sobre todo de carácter rebelde, que impidan o dificulten la marcha de la clase. Y si hay repetidores (porque parece ser que en este mundo tiene que haber de todo) que los manden a la pública y a mí que me den dinero de todos en forma de cheque, convenio, concierto o subvención para que pueda llevar a mi hijo (a ser posible de manera gratuita) a un colegio con derecho de admisión en el que no admitan repetidores, golfos, pobres (si no son aseados, estudiosos y dóciles), desharrapados y mocosos, gitanos, inmigrantes (diferénciense estos de los expatriados), moros (hágase la vista gorda con saudíes), pegones, autistas y Froilanes en general. Y que les enseñen donde nacen y desembocan los ríos “de España”, por favor. A ser posible, en inglés, que lo que vale para los demás no tiene porqué valer para mí.

Román Rubio
Julio 2017