jueves, 30 de noviembre de 2017

LA LIBERTAD DE LOS PUEBLOS

LA LIBERTAD DE LOS PUEBLOS
“Oiga, pueblo lo será usted” espetó el ciudadano al prócer que no hacía sino dar la barrila con lo del pueblo, la libertad del pueblo, etc., etc. Y es que el ciudadano, como me ocurre a mí, cuando le hablaban tanto del pueblo y de su libertad tenía la impresión de que estaba ante un charlatán, experto en las artes del birlibirloque y de esconder la bolita. Veamos: el ciudadano, llamémosle García, sabía, como lo sé yo, qué era eso de la libertad individual, la de las personas Había vivido en un país en el que no había libertades o estas estaban muy restringidas: no se podía opinar de política si no era para alabar al dictador, que regulaba lo que se publicaba en imprenta y se exhibía en las salas de cine, y había que comportarse, no fuera que el cabo de la Guardia Civil apuntara el nombre de uno y lo tuviera en cuenta a la hora de extender un certificado de buena conducta para solicitar una plaza de conserje en el sindicato vertical.

En cambio “el pueblo” era  independiente: tanto que se vanagloriaba de ser Uno, Grande, Libre y que no regalaba un ápice de soberanía a ningún organismo supranacional, entre otras cosas porque no era reconocido, o lo era de mala gana por estos. Era (casi) tan libre e independiente como lo es hoy Corea del Norte. Otra cosa es que lo fueran sus ciudadanos, como ocurre en el país asiático. 
El independentismo catalán juega de manera magistral (y, a mi juicio, falaz) con los conceptos de libertad e independencia de los pueblos. Las personas en Cataluña son libres, viven en un marco de libertad al mismo nivel que en cualquier otro lugar de Europa. Son libres de hablar su lengua, de comer butifarra amb mongetes, bailar sardanas y hacer castells tantas veces como quieran y en todos los lugares. No son, eso sí, independientes, en la medida en la que no pueden hacer fronteras con sus vecinos, pero eso es otra cosa. No confundamos.

Hanna Arendt, cuando fue increpada por la tibieza de su amor por el pueblo judío contestó algo parecido a lo del ciudadano del principio. “¿Amor? Yo no amo a ningún pueblo, ni siquiera al judío. Amo a mis amigos y a mi familia”. Yo mismo aprendí de muy joven que el pueblo que yo amaba era el de los Rolling Stones. Crecí en un lugar cercano al de Joselito pero pronto me di cuenta de que aquel no era “mi pueblo”. Ni el ruiseñor de las cumbres ni la niña de la tómbola ni la chica yeyé ni el tamborilero rompopompó ni aquel dúo moña de veinte años tiene mi amor, ni el territorio de la jota y el flamenco eran mi pueblo. El mío era un pueblo sin territorio de personas a las que nos unían las Honky Tonk Women y el Pleased to Meet You, have you guessed my name? Y no, tampoco éramos ingleses ni queríamos serlo.

Cuando hablan de pueblos veo élites que luchan por la hegemonía en el control de un territorio. Para intentar matizar el concepto he ido a la fuente de INDESCAT, la oficina estadística de Cataluña, y he investigado sobre los apellidos más comunes en aquella tierra. Para saber algo del “pueblo” catalán o lo que sea.  El apellido más común en Cataluña es García, seguido de Martínez, López, Sánchez, Rodríguez y Fernández. Si cogen al azar a 1000 personas de una calle catalana tendrán entre ellos a 23 García, 16 Martínez y 15 López.


Tomemos, en cambio, las listas de las candidaturas mayoritarias al gobierno del territorio (llámele usted Comunidad, País, Nación, República o cómo le plazca). Los apellidos son: Puigdemont i Casamajó, Sánchez i Picanyol, Ponsatí Pubiols, Turull i Negre, Bevás i Castanyer y Rull i Andreu por Junts per Catalunya y Junqueras i Vies, Rovira i Vergés, Romeva i Rueda, Forcadell Lluís y Mundó Blanch por ERC. ¿Ven lo que quiero decir? Sólo Sánchez aparece púdicamente semiescondido en la retahíla de nombres catalanes de pura cepa. Lo dicho: Cuestión de quién es el dueño del territorio. Recuerdo ahora a la señora Ferrusola expresando su asco al hecho de que alguien con un apellido como  Montilla pudiera llegar a ser President de la Generalitat. Y no, precisamente,  por ser socialista (que también). Sin pudor alguno.

Pero no solo de Cataluña vive el hombre. He ido al banco de datos  europeo y descubro que los apellidos más comunes en Irlanda del Norte son Wilson, Campbell, Kelly, Johnston, Morre y Thompson, todos 100% British, en tanto que en la República de Irlanda (la del Sur) son Murphy, Kelly/ O’Kelly, Sullivan/ O’Sullivan, Walsh, O’Brien, O’Connor. Ya ven, esa plebe de tipos ruidosos y pendencieros que tienen muchos hijos pelirrojos jugando en la calle con los mocos colgando. No he consultado los de Crimea, pero intuyo que estará lleno de apellidos rusos (son el 80% de la población) nada contentos con compartir la hegemonía con los ucranianos.

Desconfíen cuando les hablen de la libertad de los pueblos. En general quieren decir independencia y control hegemónico del territorio por parte de las élites con caché. Excepto los Stones. Bienvenidos al pueblo de los Stones.

Román Rubio
Noviembre 2017 

lunes, 27 de noviembre de 2017

CREER A SUS PROPIOS OJOS

CREER A SUS PROPIOS OJOS

¿A quién va a creer usted, a mí o a sus propios ojos?, espetó Chico Marx disfrazado de Groucho en Sopa de ganso a una desconcertada señora. Hay una anécdota que he contado en más de una ocasión para ilustrar la idea de la discordancia entre lo que vemos y lo que creemos, pero, sobre todo, lo que “queremos” ver.

Se celebraba el toro embolado en las fiestas de un pueblo valenciano cuando un grupo de mozos salió corriendo de la plaza gritando ¡el toro, el toro! Uno de de ellos llevaba un palo con una  antorcha encendida en la punta y decía muuuuu,  provocando una peligrosa desbandada entre la gente que estaba tranquilamente tomando algo en las terrazas de la calle principal. Hasta aquí, nada de particular. Lo curioso es que muchos de los que huyeron en desbandada, volcando sillas,  mesas y hasta lesionándose en la huída “vieron” a un esmirriado muchacho de sesenta quilos con ricitos y pantalón vaquero portando un palo encendido pero “quisieron ver” a un toro de 400 kilos con dos bolas de fuego.  ¿Qué extraño mecanismo hace que se adueñe el pánico entre personas que “vieron” a un muchacho haciendo de toro? ¿Tan potente es la emoción que es capaz de contradecir a lo que los propios ojos ven?
De los ojos esperamos que vean lo que queremos que vean y no lo que de verdad ven, que puede ser, en ocasiones, perturbador en la medida en la que contradice nuestros esquemas.

La semana pasada Barcelona perdió la posibilidad de albergar la Agencia Europea del Medicamento, sede codiciada por muchas otras importantes ciudades europeas a pesar de presentar una estupenda candidatura y ser la favorita de los funcionarios que ya se veían cambiando la grisura londinense por la luminosidad mediterránea. Lo curioso es que los independentistas catalanes –a nivel particular y de representantes políticos- no ven ninguna relación entre el hecho de querer abandonar España (y la Unión Europa, de rebote) y el de perder la sede de una Agencia Europea. ¿Relación entre una cosa y otra? Ninguna. Como lo oyen. Para el diputado Tardá y otros muchos particulares a los que atiendo en las redes sociales, el hecho de que una institución internacional que sale del Reino Unido porque este está en trance de separarse de la Unión decida en contra de instalarse en una región que está haciendo denodados esfuerzos para salir del club no guarda relación alguna. El responsable del fracaso es (¿cómo no?) el gobierno de la nación por aplicar el reglamento que la Constitución prevé para casos de flagrante insubordinación de alguna comunidad autónoma. Eso y la actuación policial del 1de Octubre, dirigida con innecesaria torpeza e imprudencia por un tal señor Zoido (me pregunto en qué vetustos casinos de provincias o sacristías encuentra el PP a tipos como Zoido,  Floriano o Maillo).

Ya ven: parece la norma. No aceptaré evidencia alguna  que contradiga “mi” verdad. Aunque sea en contra de mis propios ojos. Eso lo dejo para los tibios y los indecisos. Y si mis ojos me presentan un muchacho con ricitos y un palo encendido haciendo muuuuu y yo quiero ver a un toro de 400 kilos, pues lo veo y ya está, que para eso estoy en posesión de la verdad; o de “mi” verdad, que viene a ser lo mismo.


Román Rubio
Noviembre 2017 

viernes, 17 de noviembre de 2017

QUE VIENEN LOS RUSOS

QUE VIENEN LOS RUSOS

No hace mucho que escuché un argumento demoledor contra todos aquellos que se manifiestan en contra de cualquier tipo de inmigración con la letanía de que quitan el puesto de trabajo a los locales: Si un tipo que viene de fuera sin un maravedí en el bolsillo, sin raíces ni conexiones en el país, sin propiedad alguna y sin hablar el idioma te quita el trabajo, deberías de hacértelo mirar. ¿Qué clase de amenaza es la de alguien que parte con tan clara desventaja?

Algo así parece estar pasando con algunos aspectos del  tema catalán. El primero es el del papel de la TV3 y la magnificación del efecto de su supuesta posición propagandística, cosa que ni niego ni desmiento, ya que veo el canal muy de cuando en cuando para poder emitir un juicio, pero el punto es: Si en Cataluña se ve la TVE (canales 1 y 2), Tele5, Antena3, la Cuatro, la Sexta y toda una retahíla de gatos al agua y otras basurillas propagandísticas y catalanófobas, ¿con qué cara hacen algunos  responsable a “una” cadena de habla catalana y presunta tendencia proindependencia del inmenso éxito cosechado en los últimos tiempos para la causa? ¿Qué especie de David es TV3, capaz de vencer a un sinfín de Goliats del bando filisteo? Háganselo mirar. Sobre todo los del PP y sus votantes.

¿Y qué hay del penúltimo lamento de los medios nacionales al respecto que no es sino la intromisión de Rusia en el proceso independentista? No niego la mayor: que Rusia, sus servicios secretos y de inteligencia, intenten intoxicar el ciberespacio con información a favor de la ruptura Cataluña-España es algo que entra dentro de la lógica y de la ética de los servicios secretos. La independencia de Cataluña podría precipitar el intento de secesión de otras regiones y esto podría ayudar a desestabilizar Europa y una Europa más desunida podría favorecer los intereses rusos. ¿Y? ¿Para qué sirven los servicios secretos (los espías) sino para favorecer los intereses de los países? ¿Qué suponen que hizo la CIA y otras agencias de inteligencia “occidentales” en el contencioso de Rusia con Ucrania a propósito de Crimea? ¿Recuerdan ustedes la “intoxicación” informativa?

Pero, ¡ojo!, leo en la prensa que “cuentas afines al Kremlin que se apoyaron en redes venezolanas lograron dominar ampliamente la conversación online…” y ahí sí que me han dado. Ya han traído a Venezuela al festejo. Que los hackers rusos sean capaces de dominar el relato online ya era de por sí bastante inaudito, teniendo en cuenta que en el otro lado tenía a la Unión Europea y a los EEUU, país que dice cínicamente sentirse “muy preocupado” por el papel ruso en la crisis catalana, pero es que no contábamos con la concurrencia de Venezuela. Eso lo explica todo: ¿Un país arruinado y en vías de desarrollo y un puñado de hackers rusos son capaces de adueñarse del “relato online” sobre la crisis catalana? ¿Y sin contar, siquiera, con la ayuda de Rubalcaba, que por primera vez en la historia reciente de España no ha sido invitado al complot? Inaudito.

Bueno, no del todo: un “ideólogo”, llamado Oriol No Sé Qué, fue a entrevistarse con Julian Assange en Londres para acabar de emponzoñar el escenario. Ahora tenemos el casting al completo: los hackers rusos, Venezuela, un especialista en marketing llamado Oriol y un tipo que vive años encerrado en la Embajada de Ecuador de Londres en un lado del ring cibernético y en el otro rincón, la CIA, el Gobierno de España, las instituciones europeas, Jiménez Losantos, Sergio Ramos, la Guardia Civil, Pérez Reverte y Bertín Osborne.
And the winner is…

Román Rubio
Noviembre 2017

martes, 14 de noviembre de 2017

UN TIRO EN EL PIE

UN TIRO EN EL PIE

El joven Felipe Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, conocido como Felipe entre los miembros de su familia y como Froilán por el resto del mundo, tuvo la mala suerte (o la mala cabeza) de pegarse un tiro en el pie en una finca de caza de su familia paterna a la edad de 14 años. El díscolo muchacho, artífice del más que rocambolesco historial académico, que incluye varios colegios nacionales y extranjeros de régimen externo, interno, paramilitar y semipensionista, sufrió el traumático percance de disparase al pie mientras manipulaba una escopeta. El hecho contravenía el paradigma lingüístico de la expresión idiomática “dispararse al pie”, ya que esta se refiere al hecho de actuar en contra de los propios intereses, comportándose, voluntariamente  y sin proponérselo, de manera autodestructiva. No es el caso de Froilán, que se sepa, puesto que el hecho fue absolutamente accidental –o así ha trascendido-.

¿Y Cataluña? ¿Cumple el procés el paradigma de un disparo al pie? Veamos: se trata (o trataba) de uno de los territorios más prósperos de España y por encima de la media de las regiones europeas, disfrutaba de un autogobierno mayor que la mayoría de otros territorios con cultura y lengua propias dentro de una democracia desarrollada en la región, quizá, más democrática y libre del mundo (Europa). Todos los índices económicos y sociales (turismo, comercio y ferias, industria tecnológica y farmacéutica y proyección internacional) andaban viento en popa y disponían de un hinterland (España) capaz de aportar recursos humanos  y clientes para su economía además de proporcionarle un idioma que abre las puertas de un continente y que hace de su capital (Barcelona) la capital editorial en castellano. ¿Quién renegaría de una situación así?

Pero los maestros del disparo al pie son los británicos. No hablaré de los perjuicios que trae consigo el brexit porque ya lo he hecho en otros artículos. Sólo insistiré en que el problema es absolutamente innecesario. Nadie ni nada forzó al gobierno británico a convocar un referéndum de salida de la UE. Tienen una de las tasas más baja de desempleo de la Unión y una de las economías más fuertes, se sirven de su pertenencia a Europa para hacer de su City la proveedora de los servicios bancarios, aseguradores y financieros del continente, lo que garantiza una clientela de cientos de millones de personas de alto nivel económico, e imponen su lengua como lingua franca en todas las instituciones europeas. ¿Y qué se les ocurre? Sacar la escopeta y pegarse un tiro en el pie llamando a la salida del club.
Pero fijémonos solo en los daños colaterales: por un lado Escocia. Los escoceses votaron hace poco la permanencia dentro del Reino Unido desde una postura de pertenencia a la UE. Y así se expresaron en el referéndum del brexit en el que se manifestaron claramente a favor. Y ahora, ¿qué?, ¿otro referéndum? ¿Y en Irlanda? ¿Qué pasa con Irlanda? Después de décadas de conflicto con más de tres mil quinientos muertos, se llegó al acuerdo del Viernes Santo de 1998 que logró pacificar la región. Uno de los condicionantes fue el hecho de que no hubiera fronteras entre las dos irlandas, así como la doble nacionalidad para los irlandeses del norte que la requiriesen. Ahora, la salida de la Unión exige la instalación de fronteras para controlar el tráfico de personas y los aranceles de las mercancías, lo que supone abrir las heridas. La República (la del sur), por un lado, se ve beneficiada como destino de huída de bancos y empresas que salen de Londres (Barclays, HSBC, JP Morgan y Citigroup) y están instalando poco a poco su sede en Dublín, capital del único país de habla inglesa de la futura Unión Europea (¿les suena de algo la historia?), pero por otro lado ven un impedimento en su empeño de unificación de la isla, para lo que ya están pidiendo, a medio plazo, un referéndum. Otro.
Theresa May, consciente de que el tiro al pie se lo había dado Cameron (sin su permiso), decidió sacar la escopeta y pegarse su propio tiro convocando unas  elecciones que deberían haber sido pan comido. No lo fueron. Para gobernar el país necesita de quienes más pueden desestabilizar el sistema: los  Unionistas del Ulster y a sus diez diputados en Westminster, en tanto que la otra fuerza mayoritaria, el Sinn Féin, con 7 diputados, sigue sin reconocer a la corona y a  su parlamento. Más leña, fogonero.

De verdad: hay quien no puede estar cerca de una escopeta sin dispararse al pie. Ni Froilán, ni Cataluña ni, por supuesto, el Reino Unido, maestros en el arte de apretar el gatillo.

Román Rubio
Noviembre 2017 






miércoles, 8 de noviembre de 2017

SERIES

SERIES
A Eva-Bocadosdemadriz
Acabo de descubrir a mi alma gemela. Se llama Eva (creo) y escribe el blog Eva-Bocadosdemadriz. Lo pueden encontrar en el Hufftington Post. ¿Y qué me hace sentir tan cercano? Pues ha subido un último post titulado: “Confesión arriesgada: no veo series”, lo cual la convierte en una persona singular; como ella misma dice, como si estuviera “poseída por una anciana”. Yo, debo confesar, soy mayor que mi idolatrada Eva, con lo que mi vida al margen de las series televisivas tiene menos mérito que en una persona que  se dice “marketiniana por profesión, cronista de Madrid por vocación”. Aunque no crean: la mayoría de mis amigos (más o menos, personajes del Antiguo Testamento, como yo) son adictos seguidores de la ficción televisiva por capítulos de los que hasta Carlos Boyero (aún más antiguo y cascarrabias que uno) se confiesa ferviente seguidor.

¡Qué alegría da encontrarse con alguien que te hace sentir un poquito menos raro! He  preguntado a Google por ella, temiendo descubrir a alguien con aspecto retraído, esquivo y anacrónico. Nada de eso. Para mi sorpresa se trata de una mujer joven, atractiva y rabiosamente moderna que escribe un estupendo blog sobre la ciudad que ama y habita y que por edad y filiación debería estar en el bando de los series-lovers.

Mi musa, como yo, dice encontrarse desplazada en las conversaciones de amigos que empiezan por “¿y tú qué estás viendo ahora?” A partir de ese momento se queda callada, como yo, mientras nos enteramos de las últimas traiciones de Juegos de Tronos, las últimas conspiraciones del matrimonio Underwood, o de los sucios asuntos de los bajos fondos de Baltimore, New Jersey o Luisiana. Y que conste que yo lo he intentado. No muchas veces ni con mucha convicción, pero lo he hecho. En una ocasión, tras leer la estupenda novel de Michael Dobbs, The House of Cards, que narra las intrigas ficticias sobre la sucesión de la caída del Primer Ministro británico, me enchufé a la serie americana protagonizada por Kevin Spacey y Robin Wright. A pesar de los innegables aciertos del relato y puesta en escena impecable lo dejé, harto de un argumento inflado hasta la hipérbole para contar en trescientos capítulos lo que se puede contar en tres. En otra ocasión lo intenté con The Crown, estupenda serie inglesa sobre la Casa Real británica y ahí sí que conseguí verlos todos (ocho o nueve), aunque un poco como quien toma aceite de ricino a partir del tercero.

Somos pocos, pues, quienes no vemos series, aunque conozcamos de oídas y de leídas la transformación del profe de química de Albuquerque (New Mexico) y la idea de la justicia de Toni Soprano o Pablo Escobar.

Hace poco que un amigo me hizo la pregunta inquietante de si me consideraba un hombre de mi época, comentario inducido por, aunque no solo, mi ignorancia de las series. Le contesté que sí, por supuesto; pero el tema me dio que pensar. ¿Soy alguien de mi época? ¿Pertenece a esta época alguien que no ve series? Hablo dos lenguas además de la mía propia, una de ellas la considerada como lingua franca, a la que no quiero nombrar y que muy pocos de mi generación dominan y soy un entusiasta de Ryanair y de Internet. Vale, le tengo manía a Apple y no compro nada de esa marca, pero, por el contrario, amo la Wikipedia y Google. Soy refractario a los gimnasios y piscinas públicas y lo más cerca que he estado de una estrella Michelin fue una vez que  cambié una rueda de mi coche, pero me gusta la fabada y bañarme en el mar y en las pozas de los ríos. Amo la agricultura, andar por el campo y montar en bici. ¿Raro?, ¿quién dijo raro? Solo soy alguien muy, pero que muy moderno, aunque con sus manías. Como todos.

Recibe mis más afectuosos saludos, Eva. Desde que he sabido de ti, me siento más acompañado. Te leeré a partir de hoy. Y si alguna vez llego a conocerte en persona (cosa que me encantaría) hablaremos, pero no de series. O sí, quién sabe.


Román Rubio
Noviembre 2017

domingo, 5 de noviembre de 2017

CASAS Y COSAS

CASAS Y COSAS
 La inspección de vivienda de Londres ha detectado un caso de un tipo que vive de alquiler en el armario del hueco de la escalera que contiene el contador del gas y podría ser el cuarto de las escobas. El armario, sin ventilación alguna, viene a ser de uno por dos metros, espacio justito para extender un colchón. Por el hueco, los inspectores afirman que el hombre pagaba £250 (unos 280€) al mes, precio por el que el infortunado individuo podría alquilar un caserón con seis u ocho habitaciones cámara y corral en cualquier poblacho de la España interior semivacía. Es lo que tiene el capitalismo.

En la misma ciudad de Londres, la autoridad local de Hackney, en el noroeste de la capital, construye una promoción a la que califican de religion-friendly, en este caso para judíos ortodoxos. Los apartamentos tienen rasgos distintivos: cocinas adaptadas para seguir el precepto kosher, una amplia terraza en la que los habitantes pueden montar sus tiendas y poder, en ellas, comer y rezar para celebrar la fiesta del tabernáculo y mi favorito: el ascensor tiene no se qué dispositivo que permite ser usado incluso en Sabbath, día en el que, al observante ortodoxo, no le es permitido manipular aparato alguno. ¿Cómo lo hacen? No me lo pregunten: el artículo de The Guardian no acertaba a explicaban qué tipo de mecanismo usa el ascensor para ejecutar las órdenes  sin que el fervoroso individuo apriete el botón. Tecnología al servicio de lo celestial.

En el País Vasco se han adaptado los servicios de algunas facultades universitarias para el uso de las personas “no binarias”. O mejor dicho, su señalización. Unas simpáticas señales con tres muñequitos, uno con pantalón, otro  con falda y otro mitad pantalón y mitad falda señalan el uso unitario del servicio para todos que, según la Vicerrectora de Innovación, Compromiso Social y Acción Cultural de la UPV (hay empleos y empleos), son tres: masculino, femenino y no binario. Adoro el término: es ocurrente, clarificador (para quien no sepa muy bien en qué bando está) y coherente con el lenguaje computacional. Si con ceros y unos se ha llegado a hacer una revolución tecnológica, qué no será con un tercer género “no binario”. Con todo, no veo necesidad de tanto muñequito: con el de hombre y mujer en la misma puerta no creo que hubiera equívoco alguno sobre dónde  entrar uno a hacer sus necesidades. Ni veo la utilidad de un vicerrectorado para tan peculiar cometido, si me preguntan. Más bien, añadir un tercer género con tan ocurrente nombre no hace sino aumentar la confusión. En mi compañía de la mili teníamos a La Veneno, recluta adorado y protegido por todos, que cogía el fusil con mucho garbo y que sabía, perfectamente bien, cuántos géneros hay en el ámbito de los humanos. Y nunca necesitó una señal específica en el váter para saber adónde debía ir.

En las prisiones uno se hospeda de manera involuntaria.  Lo malo es que hay que compartir habitación, de unos doce metros cuadrados, con otro recluso, lo que puede ser una tortura si el compañero es de ver televisión todo el día. En la de Soto del Real, hoguera de las vanidades de este país, un recluso, al que le había tocado compartir habitáculo con un tal Jordi,  pidió el cambio de celda para evitar que el tipo le diera la matraca con la independencia de Cataluña. ¡Ya está bien, hombre! ¡Que lo liberen! Una cosa es  pagar la condena con cárcel y otra verse sometido al inclemente bombardeo.  La compañía de un tipo como Bárcenas, en cambio, habría sido bienvenida, aunque ronque. Siempre aprendería uno algo. Se entra al trullo por robar gallinas y se sale con un máster en comisiones y plusvalías. Y con relaciones.
¿Y el menú? Pues es el siguiente: para desayunar churros y café con leche. Para comer, pasta boloñesa y tortilla y para cenar gazpacho y alitas de pollo. Convencional, sencillo y  nutritivo.

Román Rubio
Noviembre 2017

miércoles, 1 de noviembre de 2017

REFERENDOS

REFERENDOS
Hace no mucho tiempo que expresé en este mismo blog mis objeciones a la creencia de que un referéndum fuera “siempre” la opción más democrática, justa y/o legítima de solucionar depende qué asuntos de los pueblos y las naciones. Esto me propició más de un desaire de entre algunos que decían ser mis amigos. Aún así no he cambiado de opinión: un referéndum “puede” ser una medida democrática, justa y legítima sólo si son democráticas, justas y legítimas las premisas y el marco jurídico desde el que se convoca. Por ejemplo: no sería aceptable que un partido mayoritario en la Cámara de un país sometiera a plebiscito la prohibición de entrada al país a personas de religión musulmana o piel negra y el resultado del mismo (si se produjese) sería ilegítimo, cualquiera que este fuese. A mis amigos independentistas catalanes, tan obcecados en su tesis plebiscitaria, les ponía el ejemplo de un posible referéndum demandado por la comarca del Llobregat (más L’Hospitalet) que pidiera votar para independizarse de una eventual República Catalana y poder, así, integrarse en España. Quienes clamaban por la soberanía de la voluntad popular renegaban de la idea de que una comarca catalana se planteara siquiera votar su secesión de Cataluña. ¡Eso sí que no, eh! Al pueblo hay que escucharle, pero con matices, mayormente cuando vote lo que yo quiero.

William Hage, el exministro británico de Asuntos Exteriores, escribió en una columna en el Telegraph que un nuevo referéndum sobre el Brexit “sería el proceso más divisorio, amargo, irritante, lleno de odio y desilusionante que este país podría infligirse  a sí mismo…”. El comentario viene como contestación al gran número de voces que en el Reino Unido están pidiendo la repetición del referéndum del Brexit, en el  que el pueblo británico se pronunció  hace un año a favor de la salida de la UE. Con una participación de un 72% ganó la postura del Sí a la salida con un 51’9% contra un 48’1% que apoyó la permanencia. A día de hoy, en los últimos cinco sondeos llevados a cabo por la consultora líder de investigación de mercados YouGov, el 51% de los ciudadanos piensa que el país estaría mejor dentro de la Unión que fuera y tanto la Primera Ministra, Theresa May, como  el Ministro de Finanzas no han querido responder a la pregunta de “qué votarían hoy al respecto”. ¿De verdad  creen que es razonable lanzarse a algo así con un apoyo de menos de un 52% en el contexto de una abstención del 28%? Lo más normal es que en el plazo de un año ese dos o tres por ciento cambie en uno u otro sentido, como de hecho ha ocurrido. Lo más sorprendente es que la convocatoria a urnas fue totalmente innecesaria y voluntaria por parte del señor Cameron, lo que significó su propio suicidio político al tiempo que lanzó al país al precipicio. Gratis. Como han hecho en Cataluña el señor Puigdemont y sus allegados.

¿Y qué ha conseguido de momento el referéndum del Brexit en Reino Unido?

Ahondar la fractura territorial: Irlanda del Norte, Escocia y Londres (los más de ocho millones y medio de habitantes que configuran el Greater London), votaron mayoritariamente por la permanencia, en tanto que Inglaterra votó mayoritariamente por la salida. El caso de Irlanda es particularmente hiriente: Una vez solucionado el problema de la violencia tras años de guerra terrorista con miles de muertos en ambos bandos, el pueblo británico, en su inconsciente y estúpida decisión asamblearia, vuelve a poner una frontera entre las dos irlandas, invitación irresponsable al advenimiento de los problemas.
Ahondar la fractura generacional: Los jóvenes, animados por las oportunidades cosmopolitas que ofrece la Unión Europea, votaron mayoritariamente que sí, en tanto que los no tan jóvenes y los viejos optaron por irse, con lo que se produce la paradoja de que son los viejos -quienes por ley natural abandonarán antes el barco- los que deciden  el país en el que los jóvenes “tienen” que vivir.
Ahondar la fractura demográfica: Todas las grandes ciudades del país (Londres, Manchester, Liverpool, Leeds, Glasgow, Edimburgo…) votaron mayoritariamente por la permanencia excepto Birmingham, en que hubo un empate técnico de 50.42% contra 49.58% a favor del Sí. El mundo rural, por el contrario, votó mayoritariamente por la salida.
Ahondar la fractura social: Las clases medias urbanas y de nivel socio-económico medio y alto, universitarias, en contacto con extranjeros y acostumbradas a viajar fuera del país, optaron por la permanencia en la Unión mientras la clase rural y urbana trabajadora, temerosos de perder sus empleos con la competencia con extranjeros, votaron por la salida.

Hoy, el país y la Unión Europea, se encuentran tratando de desenmarañar el tremendo lío en el que el inconsciente de Cameron, en un  intento de controlar su partido, metió al país, un país al que ha tenido la imprudencia de dejar lleno de trincheras: escoceses e irlandeses contra ingleses, ciudades contra mundo rural, clases medias contra clases trabajadoras y jóvenes contra viejos ¿Y qué han arreglado? Nada. Como Puigdemont.

He sacado, pues, algunas conclusiones que conciernen a los referendos y que parecen no gustar a muchos entusiastas:
Primera: No fiarse de los que dan como resultado un 90 por cien por el Sí. O son innecesarios o hay tongo.
Segunda: Cuidado con los que dan un 49% contra un 51%. Suelen dejar al país y al  pueblo mucho más divididos de lo que estaban.
Tercera: Cuídese de que la pregunta sea ética y no atente contra los Derechos Humanos u otros marcos de legalidad o legitimidad superior. Considérese la Constitución como uno de esos marcos.
Cuarto: Ponga mucha atención a la fórmula de la pregunta. No es lo mismo preguntar: “Quiere que el Reino Unido salga de la UE” que “quiere que el Reino Unido siga perteneciendo a la UE”
Quinto: Los referendos los carga el diablo. No se convoque uno si no es absolutamente necesario. A veces sale lo que uno quiere (como en Escocia) y a veces lo que no (como en el Brexit).
Sexto: En los casos de gran trascendencia nacional (como el Brexit o Cataluña) nunca, pero nunca, debería considerarse como aceptable ningún resultado que fuera menor al 50% del total del censo, no de los participantes. Nunca jamás.


Román Rubio
Noviembre 2017