LA LIBERTAD DE LOS PUEBLOS
“Oiga, pueblo lo será usted” espetó el ciudadano al
prócer que no hacía sino dar la barrila con lo del pueblo, la libertad del
pueblo, etc., etc. Y es que el ciudadano, como me ocurre a mí, cuando le
hablaban tanto del pueblo y de su libertad tenía la impresión de que estaba
ante un charlatán, experto en las artes del birlibirloque y de esconder la
bolita. Veamos: el ciudadano, llamémosle García, sabía, como lo sé yo, qué era
eso de la libertad individual, la de las personas Había vivido en un país en el
que no había libertades o estas estaban muy restringidas: no se podía opinar de
política si no era para alabar al dictador, que regulaba lo que se publicaba en
imprenta y se exhibía en las salas de cine, y había que comportarse, no fuera
que el cabo de la Guardia Civil apuntara el nombre de uno y lo tuviera en
cuenta a la hora de extender un certificado de buena conducta para solicitar
una plaza de conserje en el sindicato vertical.
En cambio “el pueblo” era independiente: tanto que se vanagloriaba de
ser Uno, Grande, Libre y que no regalaba un ápice de soberanía a ningún
organismo supranacional, entre otras cosas porque no era reconocido, o lo era
de mala gana por estos. Era (casi) tan libre e independiente como lo es hoy
Corea del Norte. Otra cosa es que lo fueran sus ciudadanos, como ocurre en el
país asiático.
El independentismo catalán juega de manera magistral
(y, a mi juicio, falaz) con los conceptos de libertad e independencia de los
pueblos. Las personas en Cataluña son libres, viven en un marco de libertad al
mismo nivel que en cualquier otro lugar de Europa. Son libres de hablar su
lengua, de comer butifarra amb mongetes,
bailar sardanas y hacer castells
tantas veces como quieran y en todos los lugares. No son, eso sí,
independientes, en la medida en la que no pueden hacer fronteras con sus
vecinos, pero eso es otra cosa. No confundamos.
Hanna Arendt, cuando fue increpada por la tibieza de
su amor por el pueblo judío contestó algo parecido a lo del ciudadano del
principio. “¿Amor? Yo no amo a ningún pueblo, ni siquiera al judío. Amo a mis
amigos y a mi familia”. Yo mismo aprendí de muy joven que el pueblo que yo
amaba era el de los Rolling Stones. Crecí en un lugar cercano al de Joselito
pero pronto me di cuenta de que aquel no era “mi pueblo”. Ni el ruiseñor de las
cumbres ni la niña de la tómbola ni la chica yeyé ni el tamborilero rompopompó ni aquel dúo moña de veinte
años tiene mi amor, ni el territorio de la jota y el flamenco eran mi pueblo.
El mío era un pueblo sin territorio de personas a las que nos unían las Honky Tonk Women y el Pleased to Meet You, have you guessed my
name? Y no, tampoco éramos ingleses ni queríamos serlo.
Cuando hablan de pueblos veo élites que luchan por la
hegemonía en el control de un territorio. Para intentar matizar el concepto he
ido a la fuente de INDESCAT, la oficina estadística de Cataluña, y he investigado
sobre los apellidos más comunes en aquella tierra. Para saber algo del “pueblo”
catalán o lo que sea. El apellido más
común en Cataluña es García, seguido de Martínez, López, Sánchez, Rodríguez y
Fernández. Si cogen al azar a 1000 personas de una calle catalana tendrán entre
ellos a 23 García, 16 Martínez y 15 López.
Tomemos, en cambio, las listas de las candidaturas mayoritarias
al gobierno del territorio (llámele usted Comunidad, País, Nación, República o
cómo le plazca). Los apellidos son: Puigdemont i Casamajó, Sánchez i Picanyol,
Ponsatí Pubiols, Turull i Negre, Bevás i Castanyer y Rull i Andreu por Junts
per Catalunya y Junqueras i Vies, Rovira i Vergés, Romeva i Rueda, Forcadell
Lluís y Mundó Blanch por ERC. ¿Ven lo que quiero decir? Sólo Sánchez aparece
púdicamente semiescondido en la retahíla de nombres catalanes de pura cepa. Lo
dicho: Cuestión de quién es el dueño del territorio. Recuerdo ahora a la señora
Ferrusola expresando su asco al hecho de que alguien con un apellido como Montilla pudiera llegar a ser President de la
Generalitat. Y no, precisamente, por ser
socialista (que también). Sin pudor alguno.
Pero no solo de Cataluña vive el hombre. He ido al
banco de datos europeo y descubro que
los apellidos más comunes en Irlanda del Norte son Wilson, Campbell, Kelly,
Johnston, Morre y Thompson, todos 100% British,
en tanto que en la República de Irlanda (la del Sur) son Murphy, Kelly/
O’Kelly, Sullivan/ O’Sullivan, Walsh, O’Brien, O’Connor. Ya ven, esa plebe de
tipos ruidosos y pendencieros que tienen muchos hijos pelirrojos jugando en la
calle con los mocos colgando. No he consultado los de Crimea, pero intuyo que
estará lleno de apellidos rusos (son el 80% de la población) nada contentos con
compartir la hegemonía con los ucranianos.
Desconfíen cuando les hablen de la libertad de los
pueblos. En general quieren decir independencia y control hegemónico del territorio
por parte de las élites con caché. Excepto los Stones. Bienvenidos al pueblo de
los Stones.
Román Rubio
Noviembre 2017