A TALE OF TWO CITIES
¿A quién
quieres más, a papá o a mamá? El niño se queda desconcertado ante tan
impertinente cuestión y contesta: “al papá a la hora del baño porque juega
conmigo y con el patito, a mamá cuando estoy malo y a la abuela a la hora de
merendar porque me da chocolate”.
¿Qué ciudad te
gusta más, París o Londres?, ¿Roma o Milán?, ¿Madrid o Barcelona? Hace años viví en París por un período de
nueve meses en los que, siendo mis ocupaciones laborales bastante ligeras, me dediqué
mayormente a patear la ciudad. Después he vuelto un puñado de veces. No he
vivido en Londres. Sí lo hice (también hace tiempo) en otro lugar de
Inglaterra, con lo que mis visitas a la capital eran frecuentes y desde
entonces la he visitado con cierta regularidad. Por ese motivo he tenido que
contestar muchas veces la pregunta ¿qué te gusta más: Londres o París? O
(todavía más difícil ¿cuál es mejor, más interesante, más bonita…?) Poned
vosotros el término de comparación. Pues bien, si de comparar se trata, vamos a
hacerlo.
En primer
lugar el tamaño y la población; y ahí tenemos la primera disonancia: según
datos oficiales París tiene 2.235.000
habitantes distribuidos en 20 distritos (arrondissements) perfectamente
delimitados, en tanto que Londres tiene 8.173.000 distribuidos en… bueno, esto
es difícil de determinar.
Para empezar
contiene no una ciudad sino dos: Westminster y la City of London y un sinfín de
pueblos, aldeas, villas, barrios, bosques, comarcas, parroquias y lugares que
se han ido integrando en una extensísima área, con nombres tan evocadores como
Camden Town, Swiss Cottage, Seven Dials, Chalk Farm… Muchos de sus barrios más
conocidos como Bloomsbury, West End o Whitechapel no tienen una existencia
oficial ni responden a unos límites determinados. Simplemente, están.
Para comparar
las ciudades, por tanto, deberíamos considerar también los suburbios parisinos,
al resto de la región de Ille de France que incluye los departamentos de Hautes
de Seine, Seine Saint Denis y Val de Marne. Todos juntos, es decir, París y sus
banlieues, suman unos nueve millones
de habitantes, lo que empieza a dar contenido a la comparación.
Administrativamente,
Londres es una agrupación de 32 consejos de barrio (borough councils) gobernados por la Greater London Authority formada por los 25 miembros electos de la Asamblea de
Londres y su alcalde, Boris Johnson.
Esta institución, en coordinación con las setenta y tres
circunscripciones electorales al Parlamento de Westminster que cubren el área
metropolitana, constituye el gobierno local. Sobre esta amalgama aparentemente
ingobernable se alza la figura del alcalde, un personalísimo conservador (ex alumno de
Eton y Oxford) que no lo parece, descendiente por vía ilegítima del mismo rey
Geoge II, brillante, algo payaso, ingenioso y simpático en su discurso, amante
de ir en bici para desesperación de sus guardaespaldas y con un peinado casi
tan imposible como el de Donald Trump,
es (según su biógrafa Sonia Purnell) “…
la antítesis del títere repeinado. Parece una cesta de la ropa sucia con
sobrepeso y tiene el hábito de olvidarse de la ducha”. The Lord Mayor nació en Nueva York, tenía
una abuela materna medio inglesa medio suiza y un abuelo, Ali Kemar Bey, turco por los dos costados. Su otra abuela,
Irène Johnson, era medio inglesa medio francesa, nieta ilegítima del Príncipe
Paul de Würtemberg y por tanto, descendiente del mismísimo Jorge II de
Inglaterra, lo que le emparenta de manera lejana a las familias reales europeas
y primo octavo del Primer Ministro Cameron. Por vía materna, su madre Charlotte
era nieta de un judío ruso lo que ha hecho que Boris se defina a su mismo como
el hombre melting pot aludiendo a sus
ancestros musulmanes, judíos y cristianos.
Anne Hidalgo es la Alcaldesa de París, y si es
cierto que tiene unos orígenes menos pintorescos que el londinense, yo no me
atrevería a decir que sean menos interesantes. Es hija de españoles y como su homólogo londinense, no es nacida en París sino en
San Fernando (Cádiz), ¡ahí es ná! Sus
abuelos, exiliados en Francia tras la guerra de España, volvieron a la
acogedora y compasiva Patria, en dónde el abuelo, socialista, fue condenado a
muerte, siéndole conmutada la pena por cadena perpetua. Sus padres,
electricista él y modista ella, volvieron a ir a Francia (lo que no es de extrañar), esta vez como inmigrantes
económicos con sus dos hijas: Ana y María, teniendo Ana (después Anne) dos años de
edad. Tras acabar sus estudios en Lyon y en Paris-Nanterre se convirtió en
Inspectora de Trabajo por oposición con el número cinco de su promoción. Después,
vendría su carrera política que habría de llevarla, no al exilio y la cárcel
–como a su abuelo- sino a la alcaldía de París. Una historia de éxito de una
socialista competente, proveniente de un
entorno social inmigrante y modesto. No es de extrañar que se vea identificada
con una República Francesa, generosa con las personas de valía y garante de una
implacable igualdad de oportunidades. No
se conoce a nadie que la haya oído cantar la castiza copla de “con las bombas
que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones”.
Dicen que los
perros acaban pareciéndose a sus amos, ¿o es los amos a sus perros? Lo cierto
es que las dos ciudades se parecen a sus alcaldes, o estos a sus ciudades.
París es, a mi
parecer, la ciudad “objetivamente” (si es que esto es posible) más bella del
mundo. Es equilibrada, racional, completa, bella en todos sus rincones, con la
extraña condición de saber armonizar la innegable grandeur (Louvre, Campos Elíseos, Invalides, Torre Eiffel, Campo
de Marte y Escuela Militar…), de grandes espacios simétricos, diseñados para
ser armónicos a la vez que espectaculares con la habitable y compacta ciudad de
los estupendos bulevares y las calles adyacentes, con su mercado semanal de
comestibles en cada barrio, su boulangerie,
su petit bristot en la esquina y su
entrañable bon jour monsieur, bon jour madame. Es cierto que dentro de esta Arcadia feliz hay
una pequeña nota disonante: los parisinos, que tienen fama de ser los ciudadanos
más antipáticos del mundo, cosa que no estoy dispuesto a afirmar pero tampoco a
desmentir. Los he conocido agradables y hasta cariñosos, eso sí, fuera de
París.
Si entras a
Londres desde Gatwick a Victoria (por elegir una entrada) te topas con un
escenario anárquico, feo, de interminables suburbios formados por miles de
casas unifamiliares exponiendo su vida doméstica de ropa tendida y juguetes
olvidados en los minúsculos jardines traseros. Playas de vías oxidadas,
depósitos arcaicos de agua, trabajos de reparación de vías, alguna que otra
fábrica enorme, obsoleta, pegada a alguna nueva edificación de vidrio y acero
entre solares de negocios de desguace y repuestos del automóvil. Tras atravesar
una corriente de agua marrón llamada Támesis y vislumbrar en la media distancia
algún rascacielos y cúpula, te das cuenta de que estás en el centro de la
metrópoli más grande de Europa y una de las más importantes del mundo: Londres.
A partir de
ahí, la ciudad, que comparte con Nueva York el estatus de centro financiero
mundial, se ofrece con su frenético ir y venir de millones de personas de todas
las razas y condición imaginables en la que es, sin duda, la ciudad más cosmopolita
y multinacional. Más de un tercio de los londinenses actuales son nacidos en el
extranjero, acogiendo a gente de unas 170 nacionalidades que hablan trescientas lenguas distintas. Sólo la popular
cadena de sándwiches Pret a Manger
emplea a gente de 105 nacionalidades diferentes, lo que da idea del componente humano
de este gigante en el que los museos son
gratuitos, la oferta musical y teatral es imbatible y ofrece al ciudadano una
extensión de 2.000 hectáreas de parques, con lo que, en lugares como el este de
la ciudad, puedes encadenar, cual ardilla, Hampton’s Court, Richmond Park, Wimbledon Common y Kew Gardens haciéndote dudar
de si estás en una metrópoli o en un bosque con casitas victorianas.
Y para acabar,
unos datos comparativos. Ambas ciudades son caras. La comida, en las tiendas y
supermercados es algo más barata en Londres. El precio de un billete sencillo
de metro en la ciudad del Támesis cuesta
la friolera de 3.54 € por 1.80 € que cuesta junto al Sena. El abono mensual del
metro de Londres vale 184 € por 70€ el de París, lo que supone un 163% de
diferencia. El precio medio del alquiler de un apartamento de una habitación en
el centro de la capital británica es de 2.360 €. En París, puedes conseguirlo
por 1.098, lo que lo hace un 114% más
barato, aunque, eso sí, con mucha más burocracia. El salario medio disponible (después
de impuestos) también es superior en Londres, 2.812 € por 2.308 € en París, lo
que me lleva a pensar que un trabajador medio londinense debe pagar el 84% de su
salario para tener una casa donde vivir, mientras que el mismo trabajador
parisino se las arregla con un 47.5%, que ya es una pasta.
Los museos que
pertenecen al Patrimonio Nacional (British, National Gallery, Natural History,
Victoria & Albert…) son gratuitos en Londres. En París, la entrada al museo
más visitado del mundo, el Louvre,
cuesta 15€ y el delicioso Orsay también es de pago.
Samuel Johnson (1709-1784) dijo en una ocasión: “Cuando un hombre está
cansado de Londres, está cansado de la vida, pues Londres tiene todo lo que la
vida puede ofrecer”. Hemingway, por su parte, añadió: “sólo hay dos lugares en
el mundo en los que puedes vivir feliz: en casa y en París". Y a Diana Vreeland
se le atribuye la enigmática frase:
¿Papá o mamá? ¿Londres o Paris? A cada cual, lo suyo
Román Rubio
@roman_rubio
Noviembre 2015