FINAL DE LOS
CHAMPIÑONES
Es lo que
tienen los fenómenos de masas. Tienden a la mitificación y la mistificación,
generando leyendas. Según el mito, el atlético sufre los infortunios más
abyectos: “Papá ¿por qué somos del Atleti?” Una y otra vez. Para agrandar la
leyenda colchonera, Dios creó los postes, los largueros, los árbitros, las
casualidades o simplemente la mala suerte. La épica de la derrota merecida o
inmerecida, sobre todo inmerecida, hace de los atléticos, con sus Sabinas y sus
Reyes, gente entrañable. Los reales (de Madrid) reinan en Europa; y la
victoria, que parece que lleven grabada en la piel -si es que queda algo sin
tatuar en el cuerpo de sus gladiadores y en el alma de los del palco-, les hace
cada vez más grandes, más amados, más odiados, más todo; de la manera en que el
pueblo ama y odia al rico y poderoso. Ganar
parece que no les produzca aburrimiento. Para ello, los blancos cuentan con la
colaboración de la fortuna, los postes, los largueros, los árbitros, los
remates con el culo y las voleas de Zidane, Franco y la curiosa ley del fuera
de juego, esa regla incomprensible para tantas personas que no han jugado al
fútbol y sin la cual no habría contraataque ni casi fútbol.
Todo se
magnifica en una final: decenas de miles de personas bramando en el estadio y
millones siguiendo el desenlace por televisión en medio mundo alimenta las
leyendas. Los blancos se llevaron la copa y los atléticos, como tantas otras
veces, la honra; para poder decir, como Felipe II (del que no consta que fuese
atlético, como el VI): “Más vale honra sin copas que copas sin honra” O fue,
quizás, al revés.
En los
prolegómenos del partido hubo algo que me llamó la atención. Se trata de la
pancarta que desplegaron los atléticos: “TUS VALORES NOS HACEN CREER”. La verdad,
suena bien, parece algo serio, honesto y de generoso principios, pero,
parándose a pensar, ¿qué diablos quiere decir? Es algo huero, son sólo palabras
que suenan bien juntas. ¿Tus valores? ¿Qué valores? Los valores del Atlético de
Madrid, como los de la Ponferradina, el Inter de Milán y el Requena Sporting
Club son siempre los mismos: ganar, ganar y ganar; por cuatro a cero si es
posible y si no, por uno a cero, de penalti y en el último minuto, reproduciendo
esa tediosa letanía del deporte cuyo único objetivo es ganar. La diferencia es
que unos (generalmente, pero no siempre, los más ricos) lo consiguen más veces
que otros que son algo menos ricos, algo menos tramposos o algo menos de las
dos cosas. La segunda parte del mensaje era para mí también enigmática: “nos
hacen creer”. Andaba yo buscando algún significado profundo y noble cuando
recordé que “nunca dejes de creer” ha sido un mensaje típicamente atlético, lo
que nos lleva a lo mismo: a ganar y ganar; partido a partido como de manera
repetitiva proclama su entrenador. Nada
original en el frente colchonero. Quién en esta vida no quiere más que ganar
debería hacer cursillos de preparación para la derrota y así evitaría muchos
ridículos berrinches.
Los disgustos,
en el otro lado, son menores en número pero no en intensidad. Cuando el Madrid
pierde, el sentimiento de frustración y desasosiego es más profundo y
desalentador.
A finales de
los años ochenta pasé al Berlín Oriental en un autobús lleno de franceses.
Subieron dos policías al autobús y comenzaron a revisar pasaportes
contrastándolos escrupulosamente con las caras sin decir palabra. Al llegar a
mí, miró el pasaporte, miró mi cara y sin expresión emocional alguna comenzó a
recitar: Chendo, Camacho, Santillana… y así todos y cada uno de los madridistas
de no sé qué año cuya alineación había traspasado el muro infranqueable del
paraíso socialista.
Lamentablemente,
el mismo día que el Real ganaba su copa xⁿ, en algún lugar de Irak, por segunda vez en el mismo
mes, los guerrilleros del ISIS entraron en una peña madridista en donde se veía
el partido y descargaron sus armas automáticas contra los presentes matando al
menos a doce e hiriendo a algunos otros. Es difícil de entender para quienes no
conocemos el avispero que Bush, Blair y nuestro Gran Cazador Aznarín de
Tarascón tuvieron a bien remover. No sé si la cosa va contra los chiíes, contra
occidente, el deporte, el Madrid, la distracción banal y antirreligiosa o es sólo por maledicencia y crueldad. Lo
cierto es que, pese a mis pocas simpatías por el poderoso Madrid, prefiero la
pueril y fría complicidad del vopo
socialista.
Román Rubio
Mayo 2016