VOTA
SÍ. VOTA POR LA PAZ
Chicas
kurdas después de votar
Vaya por
delante que los que van a despedir a la Guardia Civil con los gritos de “Yo soy
español, oé” y “A por ellos” no gozan, en absoluto, de mis simpatías: ¿Qué
significa eso de “a por ellos”? ¿A por quiénes? ¿A por sus propios primos y
sobrinos, hijos del hermano de su padre que fue a trabajar a una fábrica de la
Zona Franca, acaso? Diríase que salen en heroica misión contra un temible
enemigo cuando se van a encontrar con un pueblo pacífico, festivo y desarmado.
Es cierto, sí, que salen en heroica misión en otras ocasiones en que arriesgan
sus vidas para sacar montañeros accidentados y cosas así, pero en esas
peligrosas circunstancias no tienen a todos esos espantajos envueltos en
banderas a las puertas del cuartel gritando nimiedades.
Y dicho esto,
ahora voy a por los otros: los de las esteladas y algunas de las falacias con
que se envuelven. Admito que pidan un referéndum de autodeterminación y creo
que, de haber tenido el país un gobierno más hábil, capaz y menos anticatalanista, lo habrían tenido y,
probablemente, lo habrían perdido hace años. Pero a lo que nos ocupa: No es
verdad que un referéndum sea, por definición, la expresión máxima de la
voluntad de un pueblo. Es más, según mi experiencia (casi) nunca lo es,
cualquiera que sea el resultado. Les pondré un ejemplo: hace un mogollón de
años, los que ya tenemos una edad cercana a la del hermano pequeño de Matusalén,
experimentamos por primera vez lo que era un referéndum. Era el año 1966 y el
Generalísimo Franco, Caudillo de España, en un intento de semilegitimar su
execrable régimen nacionalcatolicista, elaboró una ley: la Ley Orgánica del
Estado, que habría de ser la ley marco, una especie de Constitución, con la que
blanquear el sepulcro de su infausto, anacrónico y criminal régimen. Para ello, convocó al pueblo español
en referéndum con una espectacular campaña bajo el lema: 30 AÑOS DE PAZ. VOTA
SÍ. VOTA POR LA PAZ.
Lo que se
venía a votar, según un diario de la época, era:
"Lo que votas diciendo 'SI'. Que
España se constituye en Reino católico, social y representativo. Que Franco
continúa siendo Jefe del Estado. Que España garantiza su libertad e
independencia con instituciones de tipo permanente para el futuro. Que no se
perderá en el porvenir el espíritu cristiano de reformas sociales que inspira
el Movimiento. Que el pueblo español decide por sí mismo, sin injerencias ni extrañas
intromisiones, la forma de gobierno que estima más conveniente. Que la
Monarquía que se instaure estará al servicio de la Nación. Que el comunismo se
estrellará siempre contra la inexpugnable fortaleza de la unidad del pueblo
español. Que el propio Caudillo Franco irá convirtiendo en realidad las normas
de la Ley de Sucesión en el momento que estime oportuno. Así pues, el deber de
todo buen español es votar 'SI'. Lo quiere Franco. Lo exige España"
Les recordaré
el resultado del referéndum, aunque creo que ustedes ya lo habrán intuido: El
nivel de participación fue de un 88.8%, con un 95.6% de votos a favor, un 2.47%
de votos en contra y un 2.47% de votos nulos. Desconozco los resultados por
regiones, pero intuyo que en Cataluña se darían resultados similares a los de
otras partes del Estado. Yo no voté porque era un chaval y entonces se exigía
la mayoría de edad (21 años) para poder hacerlo.
En aquella
ocasión, tan lejana, aprendí algunas cosas:
Primera:
Nunca, nunca, pero nunca debería de fiarme de ningún referéndum que obtuviera
un SÍ del noventa y tantos por cien. O es inútil, o es tongo o es ambas cosas.
Segunda: Los
referendos nunca se convocan para “oír la voz del pueblo” sino para usar el
resultado que se espera del mismo en la consecución de un fin.
El referéndum
escocés, tan elogiado por muchos catalanes, no fue autorizado por Londres con
el objeto de “escuchar la voluntad del pueblo escocés”. Se hizo con el
propósito de que votaran NO y olvidarse del problema independentista por unos
lustros. Y salió bien (para los convocantes, digo). El posterior referéndum del
Brexit no fue convocado por Cameron para “escuchar al pueblo británico”. Se
hizo con el objeto de que votaran a favor de permanecer en la Unión Europea y de
ese modo acallar el guirigay en el gallinero del Partido Conservador por unos
lustros. Y salió mal.
Y esa es la
tercera cosa que he aprendido de los referendos: que pueden salir bien o mal,
entendiendo por bien y por mal el resultado esperado por el convocante, a no
ser, claro está que, como Franco, controles la participación y la tengas en
cuenta a la hora de extender certificados de buena conducta. (Para los jóvenes
o desmemoriados les recordaré que era un documento requerido para casi todo,
que lo extendía el Comandante de la Guardia Civil del pueblo o el Alcalde o jefe
local del Movimiento con el visto bueno del cura párroco. Sí, sí, del cura
párroco).
Otra cosa que
he aprendido de los referendos es que no sólo el resultado los justifica, sino
el hecho de quién lo convoca, en qué circunstancias y con qué propósito. Imaginen
que uno de los partidos de derechas que están subiendo como la espuma en Europa
llega al poder y convoca uno con la
proposición de vetar la entrada al país a toda persona que provenga de un país
musulmán, cualquiera que sea la circunstancia: turismo, visita familiar, asilo...
Con una mayoría parlamentaria de mitad más uno podrían hacerlo según los estándares
democráticos que parecen regir entre algunos. ¿Cuál creen que sería el
resultado de “la voz del pueblo”?
¿Aceptarían un sí de un 51% contra un 49%?
Todas estas
reflexiones sobre el referéndum me han venido a la cabeza mientras reniego de
quiénes, envueltos en la estelada, tachan de fascistas y anticatalanistas (que
para algunos viene a ser lo mismo) a tipos como Mendoza o como Serrat, que hace
40 años renunció a tomar parte en Eurovisión por no poder hacerlo en catalán,
se autoexilió en Mexico un tiempo en la época franquista y dio a conocer al gran público a poetas como
Machado o Miguel Hernández que no tenían nada de fascistas, aunque, según los
criterios de ciertos Ayuntamientos como el de Sabadell, podrían adquirir el
estatus de proscritos por no haber expresado su catalanismo de manera
explícita. Como Quevedo, Kavafis, Walt Whitman, Baudelaire o Wordsworth. Por
ejemplo.
Román Rubio
Septiembre 2017