martes, 29 de noviembre de 2016

LA MUERTE TENÍA UN PRECIO

LA MUERTE TENÍA UN PRECIO

ESPAÑOLES… ¡FRANCO HA MUERTO!



Murió Franco hace años, y aún recuerdo el mensaje televisado de Arias Navarro. Murió Rita y cuando ya parecía que los españoles (valencianos, en particular) teníamos tema de reflexión y conversación para unos días, cayó nada menos que el Comandante Castro, acaparando todo el protagonismo de la Señora de las Patas Negras. Si muere Fidel, aunque sea en la cama y de muerte anunciada, como cuando murió Kennedy o Lenin, ya no hay otra muerte que valga. Todos son segundones. Hasta Barberá.

El momento de la muerte me trae a la memoria la frase que repite un amigo mío; una frase que escuchó de niño, allá en su pueblo alcarreño, de boca de un viejo cura de pueblo. Al despedirse del joven que se iba a vivir lejos del páramo mesetario, el cura le decía: “Que tengas suerte, hijo. En la vida y en la muerte”. El hombre expresaba su deseo de que la muerte fuera, no sólo dulce (si es que la hay) y más o menos indolora, sino, sobre todo, oportuna. Como oportuna ha sido, sin duda, la de Rita Barberá, en decadencia continua desde su infortunado discurso del caloret, pérdida de la alcaldía y polémica adscripción al  Senado como escudo ante las acusaciones de corrupción. A continuación, la valenciana  vivió lo más duro: el rechazo de los suyos que la despojaron de sus credenciales y la enviaron a la última fila de un superfluo hemiciclo en compañía de gentes de Compromís, Bildu y así. Acababa de declarar ante el juez y… ¿Qué le quedaba por delante a la otrora todopoderosa valenciana? Vivía recluida en su casa para evitar los insultos y humillaciones del mismo populacho que antes la vitoreaba. Sin descendencia familiar y de manera diríase que voluntaria, haciendo fácil lo difícil, pidió una tortilla y un whisky como cena al servicio de habitaciones, llamó al infarto liberador del sufrimiento y se marchó. Como la fuerza de la naturaleza que fue en vida, pareció tener el poder de decidir también sobre la muerte. Genio y figura.

Esa muerte tan prominente  se ha visto ensombrecida por la de Fidel, pero es que con él no se puede competir. Él juega en las Major Leagues, aunque, como Franco, Pinochet, Mao, Stalin y otros, murió de viejo, en su cama, con la sensación de haber vivido unos años de más, de esos que ni cuentan ni se disfrutan, de cortesía; regalo a menudo envenenado de la medicina, como los que probablemente le están tocando vivir al Papa Ratzinger. La muerte, a estos, parece haberles ignorado en su momento, haciéndose la remolona y desatendiendo la llamada de algunos para quién su llegada habría sido un alivio.

En ocasiones, La de la Guadaña acude sin ser invocada, inesperada y sin invitación, brutal y mensajera del absurdo y la tragedia, como en el caso de Kennedy, el pobre; a veces, caprichosa, desatiende trueques como el que Ricardo III le propusiera de reino por caballo y, en otros, se muestra cruel y justiciera como con Mussolini, que fue colgado de los pies en la plaza Loreto de Milán tras su fusilamiento, para escarnio y vejación (otra vez) del populacho que antes le vitoreó. O el infortunado Ceaucescu, fusilado junto a su mujer mientras cantaba La Internacional o Sadam Hussein, ahorcado por sus enemigos mientras invocaba a Alá y menospreciaba las oraciones chiitas de sus ejecutores y los vítores al santón rival.

Otros llamaron a la muerte de manera voluntaria y precipitada en la cúspide de su poder creativo y para consternación de sus muchos seguidores que han llorado, y siguen llorando la pena de lo que no llegaron a ser: Amy Whinehouse, Janis Joplin, Jimy Hendrix, Kurt Cobain y Jim Morrison murieron todos a la edad de 27 años, y Marilyn un poco más crecidita, pero no mucho.

No sabemos cuáles han sido las últimas palabras de quienes se han ido recientemente. Se nos ha dicho que Churchill confesó su aburrimiento antes de cerrar los ojos, pero en estos momentos me viene a la cabeza una anécdota que oí contar una vez a Iñaki Gabilondo en su ya lejano (en el tiempo) programa matutino de la SER. Estando un hombre a las puertas de la muerte, rodeado de toda su familia, hizo gestos de querer decir algo. La familia calló expectante y el hijo mayor acercó el oído a la boca del moribundo. Éste, cogiendo a su hijo del brazo, con voz entrecortada en sobrehumano esfuerzo, le espetó: “Hijo,… ¿De dónde sacarán el dinero las Diputaciones?” Tras lo cual, giró la cabeza y expiró.

Román Rubio
Noviembre 2016 

domingo, 27 de noviembre de 2016

POSVERDAD

POSVERDAD











Es el último calco lingüístico que nos ha llegado del inglés. Hace poco dediqué un artículo al Big Data, que se refiere a la gestión de la cantidad ingente de datos que proporciona el tráfico de Internet, ahora, siempre vigilante de la influencia del inglés en nuestra lengua, doy cuenta de la última adquisición detectada.
Si son lectores habituales de la prensa no habrán podido evitar el toparse con esa nueva palabra en el lenguaje periodístico. No se trata de un anglicismo como el Big Data sino de un calco lingüístico, también, ¿cómo no?, del inglés. Hablo de la palabra posverdad, que es la traducción al español del inglés post-truth, neologismo declarado por el Oxford Dictionary of the English Language como la palabra del año 2016, por delante de adulting o brexiteer, esta última usada para referirse a las personas partidarias del Brexit. La palabreja, ambigua en su significado, se ha hecho extremadamente popular en el comentario político del mundo anglosajón como consecuencia tanto del resultado del referéndum del Brexit como por la victoria de Donald Trump a la presidencia de los EEUU. Y es que posverdad, según el diccionario árbitro de la lengua inglesa, son esas “circunstancias por las que los hechos objetivos tienen menos influencia en crear la opinión pública que las llamadas a la emoción y a las creencias personales”, lo que está estrechamente ligado a otros dos conceptos manidos en los últimos tiempos como son demagogia y populismo.

He encontrado el vocablo en un par de artículos del cuadernillo Ideas de El País del domingo: el primero es, en realidad, una entrevista a Steve Coll, decano de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia que dice con respecto a la victoria de Trump que: “En la era de la posverdad, la mentira fue más importante que los hechos”, entrevista firmada por el subdirector de El País, David Alandete. El mismo periodista (Alandete) firma el artículo titulado Cómo combatir la posverdad en el que, entre otras cosas expone que: “El reino del algoritmo, de los automatismos y de la falta de periodismo abren el camino a la dictadura de la posverdad…”

Lo cierto es que las verdades que Trump expuso en su campaña no es que no sean verdades, que eso ya lo sabe todo el mundo, sino que, a pesar de ser vistas como no-verdades, esta circunstancia parecía importar poco a la gente (a sus votantes, al menos) que parecían decir: bueno, ya sé que esto no lo va a hacer, pero al menos hay alguien que tiene las agallas de decirlo. Como dijo un  politólogo americano, los medios de comunicación se tomaban muy en serio lo que decía el personaje y en broma al personaje mismo y debían (quizá) haber hecho al contrario. La bomba (el mensaje) era el tipo; lo que decía… bueno, eso puede cambiarse. Como le advirtieron sus asesores a Shinzo Abe, primer ministro de Japón, antes de ser recibido por el futuro presidente de EEUU: “no te tomes sus palabras literalmente. Con este hombre los compromisos nacen muertos”. En verdad, ni parece que vaya a encarcelar a Clinton, ni retirar el Obamacare, ni termina de romper los acuerdos contra el cambio climático ni (afortunadamente) casi nada de lo que dijo.

La posverdad, término aplicado a la política, tiene, en mi humilde opinión, algo que ver con otro concepto muy manejado en el mundo del marketing y al que llaman storytelling. Los publicistas descubrieron que el hecho de contar una historia que actuara sobre las emociones o creencias del individuo era una táctica más eficaz que la enumeración de las virtudes de un producto por verídicas que éstas fueran. ¿Han visto el anuncio de un automóvil en el que un tipo joven, urbano y con cara inteligente sale del trabajo y coge su bicicleta de vuelta a casa recorriendo con decisión y destreza la ciudad hasta llegar al garaje de su casa y aparcar la bici junto al BMW que tiene allí aparcado? Creo que acaba con la leyenda: “Cuando conduzcas, conduce” A eso me refiero. La diferencia, en cambio, es que en el caso del anuncio, los publicistas no mienten, solo enfocan a otro lado para tratar de ganar al público. En el caso de los políticos, sí.

Román Rubio
Noviembre 2016 

viernes, 25 de noviembre de 2016

¿QUÉ TIENE LUGO QUE NO TENGA YO?

¿QUÉ TIENE LUGO QUE NO TENGA YO?









¿Que no conocen al tipo que está tumbado en el suelo boca abajo sobre la mullida alfombra? Pues se lo digo: se trata de Alfonso Carrasco Rouco; es sobrino de Rouco Varela, y la foto, de 2008, se corresponde con el momento en que es ordenado obispo por su ilustre tío. En la actualidad es obispo de Lugo. ¿Y a qué viene esto?  Pues bien, el domingo pasado, por la noche, la página web del obispado de Lugo fue atacada por hackers, lo que obligó a ser cerrada y rehecha por sus administradores. No sé a ustedes, pero a mí, el hecho de que hackers islamistas (como han desvelado los responsables de la página diocesana) se dediquen a torpedear la fe cristiana me resulta plausible, pero, ¿por qué Lugo? Anduve dándole vueltas a la cabeza para intentar llegar a imaginar una razón por la que un grupo islamista –en este caso el identificado como Tunisian Cyber Resistance All Falaga Team- cuyo objetivo primordial es  la “proclamación del Islam como única religión”, se dedique a desbaratar, dejar inoperativa y llenar de virus la página web de… el obispado de Lugo.

Pongámonos por un momento en el lugar de los malvados hackers islamistas puestos a hacer temblar el edificio del cristianismo y enseñar a los cristianos, de una vez por todas, la verdad del Islam. ¿Creen que deciden atacar al Vaticano y sus finanzas?, ¿a las directrices de la Congregación de la Doctrina de la Fe y sus mandatos?, ¿a parodiar, desprestigiar y ridiculizar el Catecismo?, ¿a desvelar y/o exagerar los casos de pederastia de los príncipes y soldados de la Iglesia?, ¿a bloquear la acción de la Conferencia Episcopal Española o de Cáritas? Pues no: el objetivo es paralizar la actividad normalizada de la diócesis de Lugo. Porque son astutos y malvados y saben que si cae Lugo, caerá todo lo demás: Calahorra, Ponferrada, Cuenca, Albacete y otras plazas fuertes. Y caído Albacete, se verá consumado el fin de la civilización cristiana.

El mismo día encuentro otra notable noticia. Al parecer hay una línea de ropa a la que llaman ropa conectada y que tiene la propiedad de facilitarnos la existencia. No porque nos proteja contra el frío o de las impúdicas miradas de los transeúntes, no, que eso ya está muy visto, sino por sus posibilidades tecnológicas. Por ejemplo: “se puede activar la música del Smartphone con el botón de la chaqueta”. ¿Lo tienen claro? Yo, no del todo. Veamos: ¿me abrocho y se pone en marcha la música? ¿Y si quiero ir abrochado y sin música? ¿El botón de arriba es el de la música clásica? ¿Y el de abajo?, ¿es Radio 3 o activa Spotify? El artículo no lo aclara pero pone otros ejemplos igual de fascinantes si no más. Dice: “pronto podremos manejar la tele solo con acariciar el sofá…” En serio, ¿cómo no se les habrá ocurrido antes? Con lo práctico que debe ser. ¿Dónde está el mando? No importa, toco la tapicería del reposabrazos y me sale Wyoming, la vuelvo a tocar y Pablo Motos, apoyo la cabeza y los ñus atravesando el río Murundunga… Una gozada. ¿Otro ejemplo? “Podremos manejar el GPS tocando las mangas de la camisa” Ya sé lo que están pensando. No ven el momento en que estas maravillas salgan al mercado para poder adquirirlas el primer día, sea o no Black Friday. No sé cómo nos las hemos apañado para vivir tanto tiempo sin poder controlar la tele tocando la tapicería del sofá, la música del Smartphone con los botones de la chaqueta, y el GPS dando estironcitos en la manga, la verdad.

Feliz  Blas Fraile, que tiene un puesto en el mercadillo de mi ciudad y está de rebajas.

Román Rubio
Noviembre 2016 

miércoles, 23 de noviembre de 2016

TODO TIENE SU FIN

TODO TIENE SU FIN














Hay noticias que ensombrecen a todas las demás. Tenía yo una idea estupenda para el artículo de hoy cuando me he desayunado con la muerte de Rita. Imposible escribir sobre otra cosa. Rita “era” inmortal hasta esta misma mañana en que otra vez, y ya van unas cuantas, la vida nos ha recordado que “todo pasa y todo queda/ pero lo nuestro es pasar”. Rita ha despertado nuestra conciencia entumecida y nos ha recordado que todo es pasajero: el triunfo, el éxito, el loor de multitud, la desdicha, el olvido, el dolor y el regusto a almendras amargas que deja el ninguneo cuando no el desprecio directo de los tuyos y de los otros que te condena a refugiarte en tu guarida como animal acorralado. Al final, ¿qué somos? Como decía el parte que recibió el equipo sanitario: “mujer de 68 años en parada respiratoria”, cuerpo al que se intentó reanimar sin éxito durante 30 minutos. Como tantos otros.

No nos lo esperábamos. Sabemos que todos vamos a morir algún día, sí, pero unos más que otros. Y Rita, hasta esta mañana, era una de los que no iban a  morir nunca y cuya muerte ha sido una decepción para todos. Para los suyos porque se les ha ido un mito. Otro más. Y para los detractores porque han perdido el regocijo de ver al colosal enemigo caer del pedestal, como vieron caer, reluctante y obstinada la estatua de Sadam Hussein, ante los tirones de las cuerdas del pueblo enardecido.

En las próximas horas conoceremos más detalles de la muerte. De momento nos conformamos con el diagnóstico que nos da la prensa: infarto, aderezado de manera casi teatral con el patetismo del entorno: la soledad de una habitación de hotel la noche que siguió al día de su declaración por corrupción ante el Supremo. Digno de alguien como ella que, como la estatua de Sadam, se ha resistido tozudamente a la caída, para acabar recordándonos a todos que -como decían Los Módulos en aquella estupenda canción- todo tiene su fin.

Román Rubio
Noviembre 2016 

martes, 22 de noviembre de 2016

TIERRA DE NADIE

TIERRA DE NADIE














Lo oí en el programa de Wyoming, en la sección en que Thais Villas sale a los mercados. Me disgustan los programas de entrevistas callejeras. La gente “normal”, cuya opinión me importa un bledo, se comporta de manera poco natural cuando le ponen un micrófono y una cámara delante y dicen las sandeces más falsamente ingeniosas de que son capaces. Y si no logran decir lo más estúpido que se les ocurre, para eso está la edición.

En esta ocasión, el mercado era de Zaragoza, de modo que puse oído avizor como cada vez que salen los micrófonos de la calle Preciados y se disponen a entrevistar a un auténtico maño, gaditano o de Ferrol, no porque crea que vayan a decir algo interesante, sino para escuchar alguno de los atrayentes acentos de España, fuera de ese uniforme sonsonete que se gasta por Madrid y que se extiende como mancha de aceite. No tuve suerte; cada vez el acento es menos marcado, más neutro, más RNE. En fin, ¿qué le vamos a hacer? Llegará el día que nos suenen igual los del Puerto de Santa María  que los de Getafe.

El tipo llevaba una gorra como de escay y ante la pregunta de qué haría si tuviera tanto dinero como Trump, dijo que se compraría una finca muy grande para no tener que salir de allí. Allí podía tener “mujeres y de todo lo que hiciera falta” y poder hacer así lo que le diera la gana. Muy bien, ¡viva la libertad! ¿Y qué es lo que al tipo le puede dar la gana que tiene que hacerlo en terreno de su propiedad? A ver, es posible que al pensionista aragonés de gorra de plástico pueda tener costumbres peculiares como la de… ¿correr desnudo a la luz de la luna al tiempo que aúlla como un lobo? Por decir algo raro. Pues bien, no hace falta hacerlo en el Paseo de la Independencia. En Zaragoza, ciudad situada en el límite del páramo, es muy fácil: te vas hasta la última casa, te despojas de tus vestimentas y a correr y aullar como un poseso por el erial.

Lo que quiero resaltar del testimonio del simpático aragonés es el hecho de que quería hacerlo en terreno de “su” propiedad, en “su” finca, lo suficientemente grande como para no tener que salir nunca. Y ahí es donde el testimonio despertó al viejo marxista que aún pervive dentro de mí. El hombre no expresaba sólo un canto a la libertad, con el que soy solidario, sino a la propiedad, con lo que no lo soy tanto. Que corra desnudo y aúlle cuanto quiera (eso me lo he inventado en beneficio del argumento), pero que deje la tierra para que todos podamos correr y aullar a la luz de la luna. ¿Me entienden?

Ese mismo día un barco de la Royal Navy hostigó a una embarcación española científica –jejeje- que andaba haciendo mediciones en aguas que ¡pertenecen! a Gibraltar, llegando hasta el punto de lanzar bengalas –Uuyyy qué miedo-.  ¿Pertenecen? ¿Desde cuándo las aguas pertenecen a alguien? Pregúntenselo a los atunes.

¡Qué mundo este! La propiedad de la tierra, que se ve como algo natural por quienes venimos de sociedades feudales, no lo es tanto. Los indios americanos veían con horror como los colonos europeos vallaban sus propiedades. Vale que seas dueño de las vacas o de las cosechas pero también de la tierra, y de los ríos, y del mar… ¡Están locos, estos romanos!
Locos o no, lo cierto es que los colonos vallaron el campo y así acabaron con los búfalos, que no se podían desplazar de un sitio a otro y con los indios que se vieron confinados en reservas y se convirtieron en alcohólicos y obesos mientras la élite de las colonas mantenían su estilizada  figura comiendo ensaladas de verduras orgánicas a 50 pavos el plato, regadas con zumos de apio, en los restaurantes de moda de Los Angeles.

Hay cosas que no tienen precio. Una es la “no” propiedad de la tierra. Por ejemplo: Un español –o checo o inglés, ya que nos ponemos- puede andar el litoral desde Port Bou a Ayamonte o de Irún a Tuy de manera libre, sin pisar terreno que pertenezca a nadie en particular, lleve o no gorra de escay, exceptuando las zonas portuarias, algunas de ellas sobredimensionadas. ¿Por qué creen que esto es así? Porque alguien, en algún momento entendió que la orilla del mar, a pesar de la codicia de muchos hoteleros y parceladores varios, pertenecía a todos y por lo tanto, a ninguno en particular y nació la Ley de Costas, marxista por excelencia, en cuanto a lo que a propiedad del territorio se refiere. Por esa razón podemos andar mojándonos los pies por las playas y los acantilados de España sin que nadie ponga una barrera ni cobre peaje. Y allí, ser feliz, infeliz, divertido, aburrido o aullador nocturno. Sin preocuparse de quien es el dueño.
Román Rubio
Noviembre 2016 

viernes, 18 de noviembre de 2016

NADERÍAS

NADERÍAS











A ver, luego se extrañan algunos cuando digo que me aburro. Pues sí; aparte del sol de otoño, la bici de cuando en cuando, algo de cine y lectura, el trato con semejantes y la siempre agradecida huerta, uno de mis entretenimientos (como el tuyo, lector) es la observación de la Comedia Humana, y, como en toda buena comedia, las manifestaciones de agudeza e ingenio. En fin, tampoco es que espere uno estar rodeado de tipos como Sorkin, Nietzsche u Oscar Wilde, pero al menos que la gente tenga algo de originalidad, ingenio personal y chispa. Uno de los ganchos en los que pico buscando la originalidad y suelo salir decepcionado es en las noticias con que, sin ser solicitadas, te provee Facebook y/o la edición digital de mi periódico. Veamos: leo el otro día, el titular “La brillante reacción de un padre ante el drama sentimental de su hija adolescente” y me froto las manos: a ver cuál es la tan brillante reacción del padre ante la hija llorosa que se hizo viral consiguiendo más de 10.000 retuits y  más de 22.000 me gusta. Pues bien, el padre tuiteó: “Daleynee, por favor baja tu música triste. Todavía podemos escucharte llorando… y cállate ya, él era feo”. Bueno, esto adornándolo un poco, porque la frase estaba, ¿cómo no?, mal puntuada: “… and shut up already he was ugly”, así, sin coma ni punto ni nada. Y bien: ¿me pueden decir qué hay de brillante, ingenioso o agudo en la frase del padre merecedora de decenas de miles de agasajos en la Red y titulares de periódicos por todo el globo? ¿Ser tan chistosamente atrevido como para decir que el chico era feo? ¡Uuuyyy, qué tipo tan gracioso! ¿Y qué piensan del hecho  que el padre envíe estos “desternillantes” mensajes a su hija vía Twitter cuando la tiene ahí al lado? Triste. Y aburrido.

Y ahora pasemos al panorama de la política internacional, a ver cómo se las gastan por ahí. Tengo que confesarles que ya me quedé decepcionado el otro día escuchando al penúltimo Ministro de Exteriores español que, al encontrarse con no sé qué parlamentario británico, le espetó aquello de “Gibraltar español”; lo cual se lo oí decir a Manolo El Puñeta, de mi pueblo, la única vez que éste habló con un inglés, pero a un ministro de Asuntos Exteriores… ¡y es que son tan infantilmente patriotas! ¿Qué creen que contestó el otro? Nada, por supuesto. ¿Qué iba a decir? ¿Quizá que debía de convencer primero a los gibraltareños? Se dice que Franco, tras escuchar la vehemente defensa del Gibraltar español a un ministro de Exteriores lo cesó al día siguiente, con el argumento de que eso era comprensible que lo hiciera el Ministro Secretario Nacional del Movimiento, pero el jefe de la diplomacia…

Otro Ministro de Exteriores, éste británico, el ínclito, el cínico, el payaso, el brillante Boris Johnson, ganador del Brexit, (con lo que consiguió su mayor propósito: acabar con Cameron, su rival, y falló en su segundo propósito: ponerse él como Primer Ministro), se ridiculizó y ridiculizó a su país en una reunión con otros ministros europeos. Ya conocemos la tesis de los ingleses: “queremos pertenecer al mercado abierto pero no aceptamos la apertura de fronteras para las personas. Y también conocemos la posición europea: “Una cosa va con la otra: ¿Quieres sopa? Pues esta viene con fideos”. Como argumento, Johnson se dirigió al ministro italiano de economía en los siguientes términos: “yo no quiero movimiento libre de personas pero sí mercado libre” a lo que Carlo Calenda, el italiano, le contestó: “ni hablar”. Y Johnson le inquirió: “Pues venderás menos prosecco -refiriéndose al descenso de ventas del famoso espumoso italiano- en el Reino Unido“. El italiano le contestó: “Yo venderé menos prosecco en un país, pero tú venderás menos fish and chips en 27”. Ya ven, conversaciones de altos vuelos. O así lo contó el italiano en la cadena Bloomberg.

Para conversador de altos vuelos, Mitterrand. La persona que ejerció como intérprete en El Elíseo durante años declaró que era tan enigmático que nunca supo si el Presidente no  sabía inglés o entendía hasta la última palabra  de lo que ella traducía y disimulaba todo el tiempo.

Los ingleses andan algo mosca  porque Trump ha llamado a la Primera Ministra en undécima posición tras su victoria presidencial. Antes de llamar al Reino Unido lo había hecho a hizo a Egipto, Arabia Saudita, Méjico, Japón, India, Turquía, Israel, Corea del Sur, Irlanda… lo que llama la atención a algunos en Londres, por aquello de las Relaciones Especiales. Como consuelo alegan que la llamada vino antes que la de Merkel y Hollande. ¿Y Rajoy? ¿Qué sabemos de Rajoy? ¿Le habrá llamado Trump ya? ¿O es que nadie le ha dicho al americano aún que Méjico y España son dos países diferentes? A ver si va a ser eso.

Román Rubio
Noviembre 2016 

martes, 15 de noviembre de 2016

THE ESTABLISHMENT

THE ESTABLISHMENT













Hillary era la candidata del “establishment” o del “Establishment” porque es palabra que, en inglés, también se usa con mayúscula, en tanto que el candidato electo, Trump, lo era del pueblo y así jugó su baza. Trump proclamó a menudo durante su campaña estar a gusto entre la gente blanca sencilla y poco formada, amenazada por el dumping salarial, con seguro médico precario y pocos estudios. El hecho de que fuera millonario no parecía ser un problema para sus seguidores que veían en él a un igual en todo lo demás, especialmente en lo que a formación se refiere. ¿Qué es, pues para los anglosajones, el establishment? Pues, más o menos, lo mismo que para nosotros “la casta”, que tan acertadamente sacaron a la palestra los de Podemos: las élites establecidas que gobiernan la sociedad y que se protegen y luchan por perpetuarse en su prominencia.

Según el Diccionario Oxford de la Lengua Inglesa, establishment es, entre otras acepciones, “un grupo en una sociedad que ejerce el poder y la influencia en materia de política, opinión o gusto y que se percibe como resistente al cambio”. El Merriam-Webster (inglés americano) es en mi opinión más preciso, estableciendo que se trata de “un grupo de líderes políticos, sociales y económicos que constituyen una clase dominante (en una nación)”. En nuestra lengua no hay una palabra equivalente. Tendríamos que recurrir a expresiones como “clase dominante”, “élite dominante”, “oligarquía” o simplemente “elite”. “Casta”, que, entre otras cosas, significa para la RAE “ascendencia o linaje”, con su connotación negativa, endogámica y clasista parece ser un buen sustituto.

Aparte de quién sea o no el representante del establishment o del pueblo, hay algo en  el ideario social y político del pueblo americano que me resulta difícil de entender y es la resistencia feroz que la derecha sociológica, representada por el Partido Republicano, manifiesta en contra de una reforma sanitaria que incluya a todos. Parece ser que la primera medida del nuevo Presidente será la derogación del tímido intento, el Obamacare, de acoger a una parte de la población que no pertenece precisamente a la élite. Entiendo (aunque no comparto) su obstinación al fácil acceso a las armas que defienden y que habría de “facilitar” la defensa de familia y propiedad. El hecho de que también facilite la agresión al delincuente es harina de otro costal que parece no importarles tanto. ¡Allá ellos! Entiendo la religiosidad tozuda asociada con el culto a las armas. No somos los españoles precisamente  quienes nos asombremos de ver la Cruz y la Espada juntas. Entiendo (sin compartirlo) la creencia en la hegemonía de la raza blanca -o caucásica, como allí gustan llamarla-; al fin y al cabo, soy europeo. Pero no me cuadra el hecho de que sea ese segmento de la población el que se niegue ferozmente a incluir a la totalidad en el paraguas sanitario, contraviniendo todas y cada una de las normas de la casa de la Cruz (y hasta de la sidra) que me enseñaron en el Catecismo. ¿Cómo argumentan estos tipos la negación de auxilio sanitario a millones de ciudadanos mientras cantan salmos bíblicos a ritmo de Gospel los domingos mientras otros, Demócratas liberales, muchos de ellos agnósticos o directamente ateos, claman una y otra vez por la inclusión del hermano pobre y desamparado en el sistema? Un enigma.

Hace unos días leí la historia de Francisco Luzón, prócer de la élite bancaria española, jubilado con una gratificación de 32 millones de euros limpios al que se le diagnosticó la temida ELA. En la actualidad, la enfermedad, implacable, ya le ha  privado del habla. Cuenta el hombre que nadie está preparado para un diagnóstico como ese y que al principio de conocerlo, se hizo tratar por la medicina privada aquí y en EEUU para acabar siendo atendido por el Hospital Público Carlos III de Madrid,  del que opina que con la ayuda necesaria podría ser un centro puntero a nivel mundial. No sé si eso cuadra o no con las enseñanzas de Jesucristo, pero el hecho de que de que en este país cualquier persona, sea el que sea su estatus económico, tenga acceso a la misma atención que el poderoso y rico banquero, es lo correcto. Diga lo que diga la Iglesia del Último Tupé.


Román Rubio
Noviembre 2016 

sábado, 12 de noviembre de 2016

EL JARDINERO DE LA CASA BLANCA

EL JARDINERO DE LA CASA BLANCA











No, no están escuchando ninguna de las bellas y tristes canciones de Leonard Cohen en el día de su muerte. Son miembros del personal de la Casa Blanca reaccionando al hecho de la inminente llegada de Trump a la residencia presidencial. Desconozco los detalles. Ya me gustaría conocer la identidad y la función de todas estas personas descorazonadas aunque fuera solo en beneficio de este artículo. Ni siquiera sé el momento exacto en que fue tomada la foto. En la fuente periodística donde la encontré señalan que fue tomada en el momento en que Obama les comunica el resultado de las elecciones. Más abajo, sin embargo,  veo en los tuits que acompañan la noticia que se trata del momento en que el presidente  recibe a Trump en la residencia oficial para informarle de donde se encuentran las claves de accionamiento del arsenal nuclear, la llave de paso del agua del bidé del baño del Despacho Oval y el termostato de la calefacción. Ya saben, esas menudencias sobre la vida doméstica.

Entiendo perfectamente el desamparo que expresan esas caras al darse cuenta de lo que se les viene encima. Execrable como pueda ser el personaje en su lado político y ejecutivo es peccata minuta con lo que pueda significar la familia en el plano doméstico. ¿Quién querría compartir momentos próximos a la intimidad con una familia así cuando se ha semiconvivido con Michele, Barack y las chicas? Y, como hortelano, me pregunto con algo de pena: ¿Qué será del huerto en el que Michele cultivaba las verduras con las que proveía la cocina de la Casa Blanca y la mesa de residentes e invitados? ¿Adónde se instalará el camerino con cama de rayos UVA en el que el nuevo presidente logra su color naranja?, ¿en el vestidor del dormitorio principal, en el gimnasio o en el baño del despacho oval? Y, ¿cómo librarse del maldito olor a laca que garantiza la estabilidad del conjunto escultórico de la cabeza del nuevo inquilino? Que el dios de la Avenida Pennsylvania nos asista, parece estar pensando el individuo de la segunda fila. Los rostros reflejan el desasosiego del que tiene que servir -asistir en sus necesidades domésticas y sociales, más bien- al gran paleto, al feroz monstruo de las galletas, al Jesús Gil de Manhattan.

Lamento ponerme en plan Boris Izaguirre, pero ¿han visto el apartamento en el que la pareja vive en Manhattan? Yo sí: durante una época considerable de mi vida hojeaba el Hola todas las semanas y  el programa de Wyoming mostró hace un par de días una escena doméstica de la pareja con el hijo practicando el putt en una gigantesca alfombra de su apartamento con vistas a Central Park y en otra instantánea subido a un león de peluche más grande que el caballo de Calígula. Indescriptible. Por "ostentóreo" y por su mal gusto.

Las malas lenguas dicen que Melania se quejó de lo pequeña que es la Casa Blanca, pensando, seguramente, en cómo iba a conseguir meter toda su ropa en un vestidor tan reducido… No sé. ¿Se explican ahora la cara de los empleados al conocer la identidad del nuevo inquilino y jefe? Y me pregunto: ¿Quién de todos será el jardinero encargado del huerto?

Román Rubio
Noviembre 2016

miércoles, 9 de noviembre de 2016

AMERICA

AMERICA

















A los Estados Unidos, sus ciudadanos  lo llaman America y ellos mismos se denominan Americans. Al resto del continente le llaman The Americas y a los ciudadanos… Bueno, depende de donde provengan son Canadian, Mexican, Argentinian… Han tenido elecciones a la presidencia y, quizá han oído o leído algo, ha ganado Donald Trump. Lo cierto es que la gente de mi país estaba convencida de que no iba a ser así, que la victoria de Hillary Clinton estaba cantada, o como siempre se dice, habían vendido la piel antes de matar al oso. Yo nunca me pronuncié. Me temía lo peor y no quería ser aguafiestas.

Veamos: en los últimos meses hemos vivido el Brexit (inesperado), el voto No a la firma del tratado de paz en Colombia (también inesperado) y la victoria del Gran Payaso del Tupé Inverosímil (inesperado y rechazado con horror por la mayoría). ¿Qué ocurre con las consultas al pueblo que la totalidad –consideremos el referéndum de Escocia una anomalía- se decantan por el lado peligroso? En mi opinión es la rebelión ante lo que se considera que va mal lo que hace dar estos saltos al vacío. Para el británico y el norteamericano medio las cosas van mal en sus países (se nota que no se comparan con otros); las fábricas se van a China o Vietnam y la generación que viene, por primera vez en décadas o siglos no tiene perspectiva de vivir mejor que la anterior como ha ocurrido siempre, de modo que el pueblo, esa masa de  carne de tele y centro comercial decide votar a quien le arropa con la bandera y les protege del de fuera. Así de sencillo.

El mapa electoral de los EEUU, como el de otros tantos lugares es tozudo. Sea quien sea el que se presente a la elección hay unos estados que votan rojo y otros que votan azul. Así; sin más; siempre. Puedes andar desde México hasta Canadá por todo el centro del país, de sur a norte, cruzando Texas, Oklahoma, Kansas, Nebraska, Dakota del Sur y Dakota del Norte pisando exclusivamente territorio republicano. Se presente a la elección quien se presente. Es el país de la camioneta pick-up, sombrero tejano, vacas, petróleo y música country, calles sin aceras, centros comerciales y armas en las casas. No importa que los orígenes de la mayoría sean europeos. Para sus gentes, Europa es una entelequia lejana y ensimismada a la que hay que liberar de cuando en cuando de sus propias tendencias suicidas propiciadas por su propia debilidad.

Si te desplazas al Pacífico (unos 2.000 kms hacia el oeste puedes andar desde México a Canadá atravesando los estados de California, Oregon y Washington pisando exclusivamente territorio demócrata. En la costa Este el panorama es más variado. El Norte -Maine, Vermont, Massachusetts, Nueva York, Nueva Jersey y Virginia, lo que conocemos como Nueva Inglaterra-, es claramente demócrata, en tanto que conforme vamos hacia el sur vamos entrando en territorio republicano, hasta llegar a Florida en donde hay empate técnico. Y ahí acaban todos los argumentos demócratas. Ahí y en un par de estados de la zona de los Grandes Lagos, significativamente Illinois, en donde se encuentra la metrópolis de Chicago. En resumen, que tengo la impresión de que… "aquí pasó lo de siempre: han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses".

Entonces, si damos por ganados y perdidos los territorios de siempre; si concluimos -así, a grandes rasgos- que los estados de paletos, vaqueros, petroleros y de la basura blanca votan republicano y los urbanitas, universitarios, homosexuales, negros e hispanos votan demócrata, ¿dónde se resuelve la elección? Pues, como siempre, y perdonen que insista en lo archisabido, en los estados de Florida y Ohio, que tienen el suficiente número de votos electorales para decantar a uno u otro lado el resultado de la elección. Si hubiera que hilar todavía más fino, fíjense en Pennsylvania y en Carolina del Norte. Pues bien, Trump ha ganado en todos ellos. Buen provecho.

Román Rubio
Noviembre 2016 

martes, 8 de noviembre de 2016

¡HALA, AHORA A DISFRUTAR!

¡HALA, AHORA A DISFRUTAR!













Hace un cierto tiempo que estoy –prematuramente- jubilado, de modo que ¿saben cuántas veces he escuchado aquello de: ¡Hala, ahora a disfrutar!? ¿Perdone? ¿Ahora a qué ha dicho? ¿Podría ser más específico en lo que significa exactamente “disfrutar”, o darme alguna pista, al menos? Porque si usted se refiere a pasárselo bien, o intentarlo, pues mire usted: es lo que he estado haciendo toda mi vida con mayor o menor tino; con o sin trabajo, en verano y en invierno, entre semana, los sábados y los feriados, en vacaciones y en calendario laboral. Hasta en la mili he intentado disfrutar todo lo que he podido, habiendo alcanzado, en algunos momentos, cotas considerables en el asunto de la diversión o disfrute, como dice usted. He viajado cuanto he podido, he disfrutado de ágapes y fiestas con amigos y conocidos, he jugado al billar y al futbolín, he practicado  windsurf en el Mediterráneo durante horas, he visto innumerables películas, he leído casi tantos libros como Don Quijote y hasta he hecho alguna que otra cosa más oscura e inconfesable. Ahora bien, si usted se refiere a la liberación del trabajo, pues sí, ahora dispongo de todo el tiempo para mí, lo cual está bien y mal, depende. Y si se refiere a que tengo más tiempo para hacer lo que me gusta, habremos de convenir en que tampoco lo debo estar invirtiendo muy bien desde el momento en que estoy escribiendo este artículo, que no es precisamente a lo que usted parece referirse cuando me invita a disfrutar; ¿a que no?

Me quiero referir hoy, también, a los titulares de los periódicos. Normalmente reúnen las condiciones de claridad, concisión, descripción y resumen de la noticia, pero a veces ocurre que uno se encuentra con auténticas perogrulladas. El sábado, en el cuadernillo Ideas de El País, la entrevista al ombudsman sueco de la prensa Ola Sigvardsson viene introducida con el titular: “La prensa tiene que ser tan libre como sea posible”, lo que no sé si a Perogrullo le dice algo. A mí, nada. Nunca se me habría ocurrido que fuera de otro modo, ni a mí (que no soy ni ombudsman ni sueco) ni supongo que a cualquiera de ustedes, hayan o no vivido en la China de Mao, en la España de Franco o en la RDA de Honnecker.

En El Confidencial del domingo me topo con el titular: “Naomi Klein, ¿vendedora de humo o la mejor ensayista del siglo XXI? O las dos cosas. O ninguna. En cualquier caso, cualquiera de ellas me parece una hipérbole. La autora canadiense autora de No logo, que se convirtió en éxito internacional por su crítica al marquismo y del libro reciente Esto lo cambia todo,  probablemente no es ni una cosa ni la otra. Se trata simplemente de un truco burdo del periodista que sospecho que esconde un juicio, en uno u otro sentido, que habría desvelado de haber leído el artículo pero no tuve ganas –o tiempo- de hacerlo, disuadido por la audacia tramposa del titular.

Y como ya he pasado bastante  tiempo hoy escribiendo este artículo, me dispongo a salir de casa a ver si disfruto algo de mi vida de jubilado –prematuro- dándole de comer a las ya orondas palomas, vigilando alguna obra municipal, haciendo Pilates o cualquier otra estúpida actividad.

Román Rubio
Noviembre 2016

sábado, 5 de noviembre de 2016

BIG DATA

BIG DATA











Me encuentro en fase de promoción de mi libro ¡Socorro! Me jubilo, con lo que  muchos amigos se dedican a mandarme su personal feedback, la mayoría a requerimiento mío. Los comentarios críticos son de lo más variopintos. A menudo, el lector amigo critica el hecho de que haya hecho tal o cual alusión o haya obviado tal o cual otra sin ser conscientes quizá de que ese sería “su” libro, no el mío y que “yo”, en “mi” libro he dicho lo que quería decir. Dentro de las benévolas críticas recibidas, una ha sido la inclusión de quizá demasiados términos en inglés como minfullness, storytelling, coaching, community manager, etc. Debo decir que, aún siendo cierto, en la mayoría de las ocasiones han ido acompañadas de nota aclaratoria, explicación en español o han sido empleadas en crudo con un propósito irónico y/o explícito. Lo cierto es que mi profesión de profesor de inglés durante tanto tiempo me hace estar alerta a la invasión de términos anglófonos y nunca están consignados por dejadez o ignorancia.

Hoy toca hablar de big data. Quizá mi crítico amigo, quasi decimonónico él, reacio a los adelantos del mundo virtual y amante del castellano de Delibes y Cía. no esté familiarizado con el término, pero todos los demás… En español es conocido también como macrodatos o datos masivos y hace referencia al almacenamiento masivo de los datos y a los procedimientos usados para encontrar patrones que se repiten en ellos. No niego que el asunto del big data sea importante. Hay un gran ojo omnisciente, un Gran Hermano que maneja cantidades enormes de datos y esto, a muchos, les hace sentirse mal.

Ayer, tomando la cerveza en un bar de mi barrio coincidí con un vecino que se vanagloriaba de usar un teléfono Nokia: una de aquellas pequeñas, estupendas e infalibles máquinas de bolsillo que sólo servían para hablar y para mandar mensajes SMS.  Reconozco que añoro aquel pequeño aparato que marcaba el número que tú querías (y no como el Smartphone de ahora, que marca el que quiere él, cuando quiere) y que es como llevar un ladrillo en el bolsillo, pero mi amigo presumía de que así “nadie sabía dónde se encontraba en cada momento” que “…él era un espíritu libre al que no le gusta ser controlado”. Pero ¡amigo mío!, controlado ¿por quién? y, sobre todo, ¿para qué? En fin, yo le conozco y sé que su rutina consiste en ir diariamente al trabajo (a unos diez kilómetros del barrio), visitar a su madre, sacar al perro y tomarse una cerveza antes de subir a casa. ¿Hace falta tanto secretismo y preservación de la intimidad ante ocupaciones tan anodinas? ¿No cree mi vecino que el malvado Gran Hermano se moriría de aburrimiento vigilando a tipos como él, con su tripita por encima del cinturón, sus chistes malos y sus aburridos trayectos? Como justificación de su argumento, ufano, proclamaba que yo con mi Smartphone estaba localizado mientras él con su pequeño teléfono seguía siendo un hombre libre. ¡El muy iluso! Le pregunté si llevaba una Visa en el bolsillo o pagaba con la billetiza recogida con una goma, pero no me acuerdo de su respuesta porque yo estaba leyendo un artículo interesante en el periódico local sobre la seguridad en Internet.
Estaba leyendo que el tráfico de los 4.000 millones de usuarios de la red está regido por un cifrado al que solo tienen acceso 14 personas en el mundo y que había sido modificado para reforzar su seguridad. Leí la noticia con detenimiento pero no creo que llegara a enterarme bien de cómo funcionaba el asunto del cifrado. Veamos:

“…El acceso para modificar la clave privada (…) está restringido mediante siete llaves, depositadas por el ICANN en 14 personas (7 titulares y 7 vocales) de distintas nacionalidades. La entidad cuenta con tres sedes oficiales en Singapur, Estambul y Los Ángeles, todas ellas nutridas con los sistemas de seguridad más vanguardistas. Cuando se reúnen (cuatro veces al año), estos guardianes acceden tras pasar por varias puertas con control por clave numérica (individual y que cambia en cada sesión) y un escáner de mano, a un búnquer aislado de internet en el que se encuentran 7 cajas fuertes. Cualquier movimiento brusco en esta sala activa una alarma que bloquea los accesos al lugar con barrotes de acero. Los depositarios hacen uso entonces de sus llaves físicas para extraer de las cajas sus correspondientes llaves informáticas. En otra sala y tras tomarse una fotografía con el periódico del día, utilizan simultáneamente esas llaves para acceder al servidor donde se almacena la clave maestra…”

Al acabar de leer me quedaron multitud de preguntas por aclarar. Por ejemplo:
1º.- ¿El rollo ese de las salas y las llaves existe de manera idéntica en los tres lugares donde dice la crónica?
2º.- ¿Qué pasa si un tipo pierde la llave? ¿Y si la pierden 7, o los 14?
3º.- ¿Qué cerrajero hace esas llaves, dónde vive y qué sabe del asunto?
4º.- ¿Quién acude en la eventualidad de que se cierren los barrotes? ¿La policía local, las fuerzas de la ONU, la CIA o una Policía Especial del Gran Hermano?
5º.- ¿Quién manda el código del primer acceso a los miembros  y los vocales?

Tras las preguntas sin respuesta me quedó la envidia de no ser uno de los 14 elegidos que cuatro veces al año quedan en uno u otro rincón del mundo para seguir ese estupendo ritual de llavecitas y códigos, de manera confidencial y secreta. No me digan que no es un chollo de trabajo, especialmente el del vocal. ¿Dónde consigue la gente esos empleos? Esos tipos sí que tienen motivos para meditar acerca de su localización por GPS y cosas así, pero el  de mi barrio, ¡venga ya! Que se compre un Smartphone.
Román Rubio
Noviembre 2016 

martes, 1 de noviembre de 2016

ALGORITMO

ALGORITMO
 Conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permiten hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problema

















¿Qué podría hacer hoy si viviera Judas para lavar su pasado? Vale, el tipo hizo una villanía: vendió a un amigo por unas monedas pero, como todo el mundo, debería tener derecho a una segunda oportunidad. Hoy lo tendría  imposible. ¿Su mayor enemigo? El algoritmo de Google.

Escuché la palabra algoritmo por primera vez en los 70 en un curso de BASIC, una reliquia de lenguaje computacional que se enseñaba en la época en que las cintas magnéticas estaban sustituyendo a las fichas perforadas en el almacenamiento de los datos. Hace ya un millón de años. Quienes  habíamos cursado bachillerato conocíamos, eso sí, la palabra logaritmo, que si mal no recuerdo se trata del exponente al que hay que elevar una base para obtener un número determinado.
Hoy, sin embargo, el logaritmo ha quedado como reliquia de gentes antiguas acostumbradas a manejarse con tablas, reglas de cálculo y otros vetustos artefactos. Por el contrario, los algoritmos arrasan y entre ellos, el padre de todos ellos: el algoritmo de Google, cuyo embrión fue diseñado por Larry Page y Sergey Brin. Se actualiza unas 500 veces al año (un cambio cada 17.5 horas) con pequeños ajustes que pasan desapercibidos o poderosas transformaciones que pueden dar la vuelta a los resultados procurando la gloria de algunos que aparecen en la primera página de búsqueda y la desdicha de otros que darían cualquier cosa por desaparecer del ojo omnisciente e implacable.

El periodista Jon Ronson publicó no hace mucho en libro So You’ve Been Publicly Shamed (Así que has sido deshonrado públicamente, en español) en dónde expone casos notorios  de personas que han visto destruida su reputación y su vida hecha añicos de la noche a la mañana por la Red y la dificultad de reconstruirlas debido a lo difícil que es hacer que Google olvide. Una vez has vivido la deshonra  pública en la Red no hay manera de desembarazarse de ella. O es enormemente difícil.

Justine Sacco era una ejecutiva neoyorquina atractiva y exitosa. En su treintena trabajaba como jefa de recursos humanos en una de las agencias de publicidad más importantes de Nueva York. En diciembre de 2013 salió de vacaciones en dirección a Sudáfrica y como hacía a menudo se dedicó a subir mensajes humorísticos a su cuenta de Twitter en la que tenía 170 seguidores. Así, escribió: “Extraño tipo alemán. Vas en primera, clase. Es 2014. Ponte desodorante. –monólogo interior mientras inhalo su olor corporal. Gracias a las compañías farmacéuticas”. En su escala en Heathrow, aburrida, escribió: “Sandwiches fríos de pepino. Dientes con caries. En Londres de nuevo”. En este tono sarcástico se conducía la ejecutiva hasta que, un poco antes de abordar su vuelo a Ciudad del Cabo escribió el tuit que habría de acabar con su reputación y su carrera. Tecleó: “Saliendo hacia África. Espero no coger el SIDA. Es broma. Soy blanca” y tras este desafortunado mensaje, puso el teléfono en modo avión y durmió casi todo el trayecto sin ser consciente de que su tuit, en el momento del aterrizaje, se había convertido en trending topic mundial provocando que incluso hubiera gente esperando la llegada del vuelo para increparla y fotografiarla. A la vuelta a Nueva York le esperaba el despido de su trabajo y la pérdida de su reputación. Como ella dice, ni siquiera puede iniciar una nueva relación ya que, lo primero que hacemos es preguntar a Google. Para hacernos una idea, según Google AdWords –que dice el número de veces que tu nombre ha sido buscado en el servidor- Justine, que tenía un número de búsquedas de unas 30 veces al mes, fue buscada en 1.220.000 ocasiones entre el 20 de Diciembre y fin de año. Prueben a teclear el nombre de Justine Sacco en Google. Verán lo que obtienen. No importa lo que esa mujer haya hecho en sus treinta y tantos años. Toda su vida, para Google (o su primera página de búsqueda, que viene a ser lo mismo) se resume a una frase de menos de 150 caracteres. Y es nefasta.

En el mismo libro aparece el caso de otra mujer: Linsey Stone. Ella y su amiga Jamie gustaban de hacerse fotos tontas como fumando delante de signos de prohibición, poses burlescas junto a estatuas y cosas así hasta que en una ocasión, estando de visita en el cementerio Nacional de Arlington, en Washington DC, se fotografió en pose de grito pelado y dedo anular levantado junto a una señal que pedía respeto y silencio. Su amiga Jamie, con su permiso, subió la imagen a Facebook sin calcular el alcance y la virulencia de las reacciones. Se creó en Facebook una página contra la chica que recibió 12.000 likes en un santiamén expresando los mejores deseos, incluyendo el de su  muerte en todas las maneras posibles. Ya ven, los patriotas.

Hay empresas especializadas en “limpiar” la imagen en la Red, como si se pudiera engañar al algoritmo de Google. No es fácil. Para ello hay que crear un perfil nuevo, amable y poderoso de la persona de modo que atraiga más atención que la generada por el oprobio anterior para así tratar de sacarla de la maldición de la primera página. Con Linsey se intentó. Una reputada empresa de limpieza informática intentó sacarla de la primera página de búsqueda. Comprueben ustedes mismos el resultado.
Otros pagarían (pagan) fortunas por lo contrario. ¿Y usted?

Román Rubio
Noviembre 2016